Patricia Scheuer decidió romper el silencio luego de la pericia que arrojó que en el momento del choque iba leyendo un Whatsapp.
Patricia Scheuer (71) fue hasta el 1° de enero de 2025 una persona ordenada, puntillosa, obsesiva y de rutinas preestablecidas: acostarse temprano, ir al gimnasio y manejar con su auto hasta sus restaurantes Basa y Gran Bar Danzón, donde trabajaba muchas horas por día.
Pero a las 10.43 del miércoles primero de año, la empresaria gastronómica vivió una fatalidad que provocó una muerte: conducía su Nissan Kicks negro y, en la esquina de las avenidas Del Libertador y Alvear, en Recoleta, atropelló y mató a Fernando Amorín (60) y dejó herida gravemente a su mujer Cleusa Nunes Pombo (50), que por primera vez salían de Brasil y estaban felices paseando por Buenos Aires.
"Desde ese día soy otra persona... Una mujer triste, amarga, que vive con miedo y angustia, que no sale de noche. Voy por la calle mirando para abajo, con temor a ser reconocida. Estoy aniquilada por haber destruido a dos familias, la de Fernando y la mía. Les pedí y les sigo pidiendo perdón a los hijos de Fernando y a la hija de Cleusa... Soy consciente del daño que hice, pero la persona que estaba en ese auto no era yo, no me reconozco en el video de terror que recién pude ver un mes después y te juro que lo miré como si se tratara de otra persona, no de mí", expresa Patricia a Clarín.
La semana pasada se conoció que una pericia oficial informática señala que Scheuer había visto su celular y leído un mensaje a las 10.43, o sea, el momento en el que impactó contra la pareja brasileña. "Es mentira. De ninguna manera estaba manejando con el celular. Lo niego rotundamente y puedo demostrarlo", levanta el tono de voz con una seguridad que, por los nervios y la ansiedad, no manifestó al principio del encuentro con este diario, en un café de la calle Talcahuano.
Esa pericia técnica presentada, indicaba que el teléfono de Scheuer había tenido actividad con la aplicación Whatsapp y que la mujer había recibido y leído un mensaje a las 10.43. "No fue un mensaje de Whatsapp, sino un cambio de estado que hizo un contacto de Patricia (Scheuer), y que impactó en su teléfono a las 10.43 y 24 segundos. El choque fue 10.43 y 58 segundos. El último mensaje que había leído fue a las 10.28, después no vio más el teléfono", defiende Alfredo Huber, abogado que acompaña en el encuentro con Clarín a Scheuer, imputada por homicidio y lesiones simples.
"Entiendo que la querella quiera instalar que se trató de una distracción, pero eso no ocurrió y el lunes último sucedió algo inusual. El juez Peluso citó a testimonial a los peritos para que aclararan el informe presentado, ya que no estaba claro. Estuvieron en el juzgado y declararon ante el juez, la fiscal, la querella y la defensa y Walter Ponce, uno de los peritos, afirmó: "La interpretación de leído es técnica, pero no implica que fue visualizado. Es una expresión técnica, quizás la tendría que haber puesto entre comillas". Fue algo desprolijo", remarca Huber.
Visiblemente tensa, Scheuer intenta ir paso por paso, contando lo que sucedió antes, durante y después de ese momento que define como "el peor" de toda su vida, "una maldición en la que confluyeron todas las desgracias juntas".
Respira hondo y trata de ordenar las ideas, intentando controlar su reconocida ansiedad. "Yo tuve un apagón, algo me pasó que me hizo tener una pérdida total de conciencia. Si hubiera estado mandando un Whatsapp, habría intentado un volantazo o tenido alguna reacción... No sé realmente quién estaba manejando, no era yo, pero maté a una persona... Durante un buen tiempo hubiera querido ser yo la muerta".
Después del accidente y de quedar liberada luego de pasar treinta horas detenida en una alcaldía de Chacarita, Scheuer estuvo encerrada, no quería saber ni escuchar las noticias, pero "intuía" que la "estaban defenestrando".
Preocupada por su salud y "por ese apagón" que graficó sufrir al momento del accidente, se hizo una batería de estudios en Fleni, que arrojaron la respuesta el mes pasado. "El diagnóstico de la resonancia que me hice dio un resultado que, llamativamente, me trajo algo de alivio, porque encontré la respuesta de lo que me había pasado: me diagnosticaron epilepsia focal de causa estructural".
Según la resonancia, Scheuer posee una lesión en el cerebro y desde febrero toma una medicación que, admite, la mejoró en el día a día. "A mediados de 2024 había tenía un episodio algo similar, de desconexión, cuando estaba en mi casa con una amiga y en el pasillo, cuando la acompañé hasta el ascensor, viví un instante en el que me apagué. "¿Estás bien?", me preguntó mi amiga. Yo caminé unos metros por ese pasillo pero estaba rígida, como que me había ausentado algunos segundos". Unos estudios posteriores a este primer episodio no encontraron ningún anormalidad.
El Nissan Kicks que manejaba Scheuer está secuestrado por la Justicia, pero la empresaria dijo que no volvió a manejar y que no manejará más. "No tuve un choque en mi vida, siempre fui una obse de las normas de tránsito, nunca infringí una regla y soy una persona que siempre manejó despacio... El recorrido que terminó en el accidente yo lo hacía cinco veces por día, lo tenía más que claro. Y ese día no había un alma en la calle, sólo estas dos personas, desgraciadamente... Estaban al lado de un cartel de publicidad, que por milímetros no lo choqué... Si lo hubiera chocado, Fernando hoy seguro que estaría con vida", lamenta.
Le cuesta recordar el instante previo e inmediatamente posterior al atropello. "Retrocedo en el tiempo", gesticula e intenta ser clara. "El 31 de diciembre cené dos panchos y una tarteleta de frutilla y me fui a dormir temprano, a las diez de la noche, aprovechando que mis restaurantes no abren a fin de año. Me desperté el miércoles 1°, fui en el auto a tomar un café a Tabac, y luego pasé por el local de Maru Botana en Belgrano a comprarme algo dulce. Cerca de las diez fui hasta Lacroze y 11 de septiembre, donde hace años tuve el local San Benito. Quería ver el edificio y recordarlo con nostalgia. A las 10.28, estando estacionada, recibo un mensaje de Whatsapp de un ex empleado saludándome por Año Nuevo, y ahí decidí pegar la vuelta rumbo a mi casa".
El estruendo del impacto a las 10.43 es como si la hubiera despertado o sacado de ese sopor en el que estaba inmersa. "Hasta ese momento lo único que recordaba era manejar tranquila, sin gente en la calle y lo último que recuerdo fue haber visto el Museo de Bellas Artes, pero después nada, nada, nada. Pasando avenida Pueyrredón tuve una pérdida total de conocimiento. No tuve convulsiones, no me desmayé, ni me salió espuma por la boca... Me desconecté", explica al borde del llanto.
"Así, desconectada, debí haber seguido hasta que me subí a la vereda y pasó eso tan terrible... Fueron unos 20 segundos de ausencia, entre el Bellas Artes y el choque. Lo primero que vi fue el parabrisas estallado y pensé: "Uy, Ludovico (el hijo) me va a matar", porque compartimos el auto. Salí del coche aturdida, manoteé la cartera que tenía del lado de la puerta del conductor y ahí adentro asomaba mi teléfono. Hasta que una mujer me dijo que tenía una persona debajo del auto y ahí entré en un shock masivo. Después escuché a otra que se presentó como médica, creo, y dijo que el hombre ya no tenia signos vitales, aunque yo insistía e insistía para que se lo atendiera".
Su hijo llegó al lugar de los hechos para contener a su madre y se quedó con la cartera y el teléfono cuando Scheuer fue, primero, llevada a la comisaría, y luego detenida y trasladada a una alcaldía de Chacarita.
"Cuando el juez pidió el teléfono, que fue a la noche del 1° de enero, le fue entregado de inmediato", asegura Huber, el abogado. "Estuve en una celda, sola, con un inodoro al lado y una ventana chiquita, tal como se ve en las películas. No podía con mi alma, estaba desesperada, no podía creer que estuviera viviendo todo eso, pero tenía claro que mi auto y yo habíamos hecho un daño irreparable. Fue un día encerrada, pero te juro que fue como estar un año", recuerda la imputada.
Después de la pandemia Scheuer evidenció una caída libre como todos los gastronómicos. "Estaba fundida, imaginate, entré en un cuadro de depresión por el que fui tratada y medicada". Hoy sigue trabajando en la parte administrativa de sus locales "haciendo de todo, también limpio mesas y baños. Vuelvo a casa temprano, ya no salgo de noche. Vivo con temor, siempre me preocupé por tener una buena imagen hacia el afuera, y leer que se diga la empresaria que mató es demoledor".
Admite que no deja de pensar en la desgracia sufrida por Fernando Amorín, el fallecido. "Objetivamente no siento culpa y subjetivamente quisiera volver el tiempo atrás. Lo concreto es que arrastro una carga y una tristeza espantosas. Estar viviendo esto en la recta final de mi vida es una pesadilla que no se la deseo ni a mi peor enemigo. Hoy busco que los hijos de Fernando y la hija de Cleusa me perdonen, es lo único que quiero". Scheuer colaboró económicamente para que Cleusa pudiera volver a San Pablo en un avión sanitario y continuar la rehabilitación en Brasil.
Confiesa que a veces "la calle" la trató de manera hostil y repasa dos episodios "desagradables, porque la gente me reconoce en la calle. Una vez en el gimnasio, una chica pidió que se me prohíba la entrada por asesina, a los gritos. Y en otra oportunidad, un taxista me hizo bajar del auto diciéndome cosas horribles, que yo no podía andar por la vida así nomás.... Por eso cuando salgo camino con vergüenza, bajando la vista, porque siento que todos me miran.... En serio, eh, durante un buen tiempo era yo la que quería estar muerta".