Según un nuevo estudio, el ochenta por ciento de los menores de esa edad no alcanza, por ejemplo, la recomendación de ácidos grasos esenciales Omega 3.
Nunca se vuelve a crecer, a desarrollar la inteligencia y el sistema inmunológico ni a formar hábitos saludables como en los primeros dos años de vida. En este contexto, la alimentación cumple un papel crítico también para la prevención del desarrollo temprano de enfermedades crónicas. En la Semana de Congresos y Jornadas Nacionales 2024, organizadas por la Sociedad Argentina de Pediatría, se presentaron los resultados de una investigación sobre la dieta de niñas y niños de entre 12 y 24 meses de vida. Y las cifras son alarmantes.
"En 2023, habíamos presentado un trabajo sobre los déficits y excesos de nutrientes entre los 6 y 12 meses. En esta oportunidad, profundizamos en los 12 meses posteriores, una etapa de integración en la mesa familiar, de creciente socialización, de -en algunos casos- escolarización en guarderías o jardines maternales, y en la que más de la mitad de los niños y niñas ya no recibe lactancia materna, a pesar de la recomendación de sostenerla en forma complementaria hasta los dos años", explicó el profesor Sergio Britos.
Es clave que la alimentación complementaria sea de calidad. Al año de vida, los niños ya incorporan todo tipo de alimentos, incluyendo leche de vaca, que en la Guía de Práctica Clínica en Alimentación Complementaria es sugerida hasta ese entonces como tercera opción (detrás de la lactancia materna y las fórmulas infantiles), porque su composición nutricional es inadecuada para esa etapa.
Sin embargo, dada la importancia que aún en el segundo año reviste el componente lácteo de la dieta infantil y los resultados de la Segunda Encuesta Nacional de Nutrición y Salud que evidencian determinadas inadecuaciones en la alimentación complementaria, es necesario asegurar -tanto en el componente lácteo como en el resto de la dieta- una alimentación adecuada "para prevenir deficiencias de nutrientes esenciales, con potenciales consecuencias para la salud futura", sostuvo Britos.
La investigación consistió en extraer datos sobre la ingesta total de energía y nutrientes y consumos del componente lácteo (leche humana, leche de vaca y fórmulas infantiles) de 2.835 niños y niñas de entre 12 y 24 meses. Se evaluaron las deficiencias de nutrientes -en promedio, respecto de las recomendaciones de ingestas- y, luego, reemplazaron -en una modelización teórica- los consumos de leche de vaca por cantidades equivalentes de fórmulas infantiles, tras lo cual volvieron a medir adecuaciones nutricionales y prevalencia de deficiencias.
El análisis de los datos halló que los nutrientes cuya ingesta promedio superan a la recomendación son vitamina B12 (411% de adecuación entre ingesta y recomendación), proteínas (342%), zinc (225%), vitaminas A (199%) y B9 (115%).
Los nutrientes incorporados en proporciones insuficientes son vitamina D (53% de adecuación), ácidos grasos poliinsaturados omega 3 (73%) y hierro (96%).
Las mayores prevalencias de deficiencias corresponden a omega 3 (81,2% de los niños no alcanza la recomendación), vitamina D (42,1%), calcio (34,4%), vitamina B9 (26,7%) y hierro (12,2%). Una vez producida la modelización, reemplazando en forma teórica el consumo de leches de vaca por fórmulas infantiles en una cantidad equivalente, mejoran todas las adecuaciones en forma significativa, de tal forma que el único nutriente que continúa con inadecuación en el promedio de los niños y niñas es la vitamina D.
Según describió Britos, se llegó a la conclusión de que, a través de ese reemplazo, disminuirían en forma estadísticamente significativa la prevalencia de deficiencias en cuatro de los cinco nutrientes más deficitarios (omega 3, vitaminas B9 y D, y hierro). Además, el componente lácteo representa casi el 30% del aporte de energía y la mitad de ese aporte, en promedio, corresponde a leche de vaca, que -si no es específicamente fortificada- no es buen complemento de las deficiencias y excesos.
La alimentación infantil representa múltiples desafíos sobre todo en las poblaciones más vulnerables, pero es importante, primero, identificar esta problemática que puede pasar desapercibida porque la carencia de nutrientes no se manifiesta tempranamente a través de síntomas, y -segundo- sentar las bases para que puedan tomarse medidas que impacten positivamente en la nutrición de los más chicos, tanto en el plano individual como en términos de salud pública.