¿Se darán cuenta? ¿O seguirán bailando sobre el Titanic mientras el agua les llega al cuello?
Bueno, pasó lo que muchos sospechaban, pero pocos se animaban a decir en voz alta: Adorni arrasó en las elecciones porteñas y el gobierno nacional sale con el pecho inflado. No solo por el resultado, sino por lo que simboliza: que el electorado en la ciudad más politizada del país decidió apostar por alguien nuevo, con discurso claro, sin dobleces y, sobre todo, sin mochilas ajenas.
Mientras tanto, Leandro Santoro, que logró un digno segundo lugar, jugó con una estrategia que ya no es casualidad: esconder a los piantavotos. Cristina, Alberto, Massa, Kicillof. todos afuera del escenario. Santoro prefirió ir solo, casi como si renegara del espacio al que pertenece. Y esa maniobra no le salió del todo mal. Porque, seamos honestos, hoy tener a cualquiera de esos cuatro en una foto te resta más de lo que suma.
Pero el verdadero papelón se lo lleva el PRO. Una derrota histórica. Y todo por el capricho de Mauricio Macri, por ese mal timing político que ya viene demostrando desde hace rato. No supo leer el clima, no supo correrse a tiempo, y ahora su espacio empieza a desdibujarse. ¿Se terminó el PRO tal como lo conocimos? Esa es la pregunta del millón.
Y hablando de desapariciones anunciadas. ¿alguien ha visto últimamente a la UCR? Lousteau logró lo que parecía imposible: hacer que un partido centenario se vuelva completamente irrelevante. Ya ni siquiera es oposición seria ni oficialismo tibio. Es nada. Y eso también pesa.
La Libertad Avanza, en cambio, no se queda quieta. Ya mandó señales de apertura, convocando a un frente más amplio para lo que queda del año electoral. ¿Se sumará lo que queda del PRO o van a seguir jugando a la independencia mientras se desintegran? ¿Tendrán la madurez para entender que si no se adaptan, se extinguen?
Y hay otro dato que no podemos dejar pasar: cada vez menos gente va a votar. El ausentismo crece elección tras elección. Y eso no es apatía, es un mensaje clarísimo: la gente está harta. Harta de políticos que solo hablan entre ellos, que se reparten cargos, que se aumentan los sueldos mientras el resto la rema todos los días. Harta de las peleas teatrales, de la rosca vacía, del "digo una cosa y hago otra".
Hay una desafección que crece en silencio, que no grita en la calle pero se siente en las urnas vacías. Y ese es el mayor desafío para todos: recuperar la credibilidad. Porque si no, el día menos pensado, ni siquiera van a tener a quién convencer.
¿Se darán cuenta? ¿O seguirán bailando sobre el Titanic mientras el agua les llega al cuello?