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Café con rosca: ¿Quién gana? En todo sentido...

Todo se sabe en la mesa de un café, desde el más mínimo rumor hasta aquellos que pueden cambiar la realidad de las cosas.

Sabado, 26 de Julio de 2025

Nadie lo decía, pero todos sabían que era su rincón. Ni siquiera Aldo, el dueño, se atrevía a mover esa mesa, aunque le sobraran turistas o necesitara espacio. Aldo sabía que esa mesa valía más por lo que se hablaba que por lo que se consumía. Todos los jueves, sin excepción, a las siete de la tarde, estos cuatro hombres se sentaban en la mesa del fondo de la vieja cafetería. 


Los cuatro eran inseparables en esa cita semanal. Afuera podían no cruzarse en todo el mes, saludarse apenas en algún acto, en alguna sesión o incluso evitarse en los pasillos del poder, pero los jueves eran sagrados. Café, política y conspiraciones, en ese orden.


El primero en llegar siempre era Gastón, a quien todos, incluso Hernán el mozo, llamaban el magistrado. No porque lo fuera realmente, sino porque en el juzgado donde trabaja el juez nunca aparece, y él, como secretario, maneja todo. Tenía el tic de repasar fallos de memoria, aunque nadie se los pidiera, y corregía las frases jurídicas de los demás, aunque nadie lo contradijera.


Después caía el flaco, que sigue vistiéndose como si estuviera en campaña: camisa arremangada, sonrisa de cartón y celular con batería externa colgando. Había pasado por tantos partidos que los demás le decían el coleccionista de sellos. Pero sus dedos, traicioneros, siempre formaban la "V"-aunque sin decirlo muy fuerte, por las dudas. Era el que más hablaba y menos escuchaba. A veces, confundía los jueves con una reunión de comité.


El tercero era el grandote, que llegaba con paso lento pero seguro, como si la Legislatura fuera suya. Decía ser asesor legislativo, pero todos sabían -y él también sabía que lo sabían- que su verdadera especialidad era otra: el lobby. Conocía a cada intendente, a cada proveedor, a cada secretario con firma. Y tenía ese talento infalible para poner cifras sobre la mesa.


El último en llegar, y siempre sin saludar, era el innombrable. Nadie lo llamaba por su nombre -ni siquiera Aldo, que lo conocía desde la secundaria-. Se sentaba, pedía un cortado sin azúcar y escuchaba. Siempre escuchaba. Cuando finalmente hablaba, soltaba frases breves, cargadas de información que nadie sabía de dónde sacaba. Tenía el don de anticiparse a los movimientos políticos como si leyera el futuro. Todos decían que tenía línea directa con los que cortan el bacalao.


A veces Hernán, el mozo, se quedaba un segundo más del necesario sirviendo el café, sólo para escuchar un poco. Nunca entendía del todo, pero intuía que lo que se decidía ahí tenía eco en despachos reales.


En esa mesa se hablaba de todo: internas, encuestas truchas, traiciones anunciadas, pactos secretos, y proyectos de ley que ni siquiera habían sido escritos. Y cada vez que uno tiraba un nombre al aire, todos miraban de reojo al innombrable, por si asentía o fruncía el ceño. Ese gesto, más que mil palabras, marcaba el rumbo de la conversación. ¿La comanda? La misma de siempre: dos cortados en jarrito para Gastón y el innombrable, café chico bien cargado para el flaco y un café con leche con una medialuna para el grandote. 


-¿Se enteraron lo del mandamás local? -dijo apenas hundió la medialuna en la taza.


El magistrado levantó una ceja, sin soltar el expediente que hojeaba por quinta vez.


-¿Otra ?0


-Ya está el abrazo con los libertarios -respondió el flaco, estirando bien la frase, como para saborearla-. Un acuerdo por "responsabilidad institucional".


-Responsabilidad... -repitió el grandote, mascullando la palabra como si le costara tragarla-Lo que quiere es no quedarse sin caja. Y si puede, meter a alguno de los suyos en la lista nacional, aunque sea de colados.


El innombrable no dijo nada. Solo miró fijo al flaco, como si ya supiera lo que iba a decir antes de que lo dijera. El magistrado, en cambio, soltó una risita.


-Se terminó vistiendo de violeta. Ya fue morado, rojo y blanco, después azul y blanco, hasta se puso una escarapela amarilla, y ahora. ahora se mete en la ultravioleta.


-¡Eso! -saltó el flaco, entusiasmado-. Ultravioleta. Le pega justo. Porque es invisible a simple vista, pero te deja marcas si te descuidás.


El innombrable, sin dejar de mirar su taza, murmuró:


-Está haciendo lo que haría cualquiera que no quiere que le interfieran la provincia. Pactó para sobrevivir. Pero hay que ver cómo termina.


-¿Caro en plata? -preguntó el magistrado.


-No. En futuroo, dijo el innombrable. Y ahí sí, todos callaron.


El flaco se encogió de hombros.


-Si este país se pudiera gobernar con dignidad, el Congreso sería una biblioteca.


El grandote sacó su libreta de tapas negras y anotó algo. Nadie le preguntó qué.


-Ojo -dijo el magistrado, como si necesitara poner algo de equilibrio-. Con los libertarios no se pacta gratis. El jefe, o sea la hermana, te hace firmar con sangre y después te quema la firma.


-Él cree que los va a manejar -agregó el flaco, terminando su café de un trago-. Pero se puede llevar una sorpresa. Esa gente no cree ni en la Ley de Gravedad.


El innombrable sonrió apenas, sin dientes.


-Lo peor no es que se vista de violeta. Lo peor es que va a obligar a todos los suyos a pintarse también. Y ahí vas a ver a todos, senadores con moño y concejales que se tiñen el pelo.


-No es una alianza -concluyó el magistrado-. Es una película.


-Lo que tiene el mandamás -reflexionó el grandote, mientras chupaba el almíbar de su dedo meñique -, no es miedo a perder. Es miedo a que le crezca alguien adentro.


-¿Te referís a Luisito? -preguntó el flaco, ya sabiendo la respuesta.


-¿A quién más? -saltó el magistrado-Top Gun. Desde que se sacó esa foto con la campera de aviador y las gafas negras, no hay puntera en la provincia que no lo quiera en la boleta.


-Carisma no le falta -admitió el flaco-. Y tiene una novia mediática pero seria y esa pinta de buen pibe del interior que hoy garpa. No se deja ver tan contaminado como los demás. Pega en redes, cae bien en los actos, y encima se la juega.


El innombrable no dijo nada. Solo miró su taza vacía, como si pudiera leer el futuro en los restos de café.


-El problema -continuó el grandote- es que, si lo ponen en la lista, no hay forma de que no empiece a hacer sombra. Y no solo al mandamás: hay un alcalde que está con los nervios de punta.


-Ah, ya sé quién -dijo el magistrado-. El que se dice institucional, pero tiene un equipo de redes que opera como si estuviera en campaña hace un año.


-Ese mismo -confirmó el grandote-. Ya tiene armado el mapa de fiscales, los operadores por zona y hasta el video emotivo de lanzamiento. Pero claro. si aparece Luisito, todo ese plan se desmorona.


-Luisito lo corre por derecha, por izquierda y por el centro -dijo el flaco-. Y lo peor: sin necesidad de decirlo. Solo con existir.


-Por eso están desesperados por bajarlo -dijo el magistrado-. Lo llamaron ya dos veces, pero él está en la mesa chica.


-Top Gun tiene autonomía -dijo el innombrable, por fin-. Y eso, en esta política, es lo más peligroso que se puede tener.


Los tres lo miraron en silencio. Esa frase había pesado más que todo lo anterior.


-¿Y qué van a hacer? -preguntó el flaco.


-Lo están apretando suave -dijo el grandote-. Algunos lo invitan a almorzar, otros lo frenan en los pasillos, otros le hacen llegar mensajes en código. Pero si insiste en jugar, en una semana le van a revolver la vida personal.


-Ya le están buscando cosas -agregó el magistrado- Los líos de la obra social, un contrato viejo, una foto de un asado con el enemigo, algo. Siempre aparece algo.


-Pero cuidado -dijo el innombrable-. Si lo bajan con una operación sucia, lo transforman en víctima. Y ahí sí que lo hacen imparable.


-¿Y el mandamás? -preguntó el flaco-. ¿Qué dice?


-Dice que hay que "ordenar la tropa" -respondió el grandote-. Pero en realidad está buscando cómo apagar el brillo de Luisito sin quedar él manchado. Y eso. eso no es nada fácil.


-Mis compañeros. -empezó a decir el flaco, con ese tono de quien va a hablar mal, pero desde el amor.


-¿Todavía tenés compañeros? -lo interrumpió el grandote sin levantar la vista de su celular.


-Compañeros de camino. errático -respondió el flaco, con media sonrisa-. No encuentran el Norte, che. No saben ni a qué le están apostando. Cada sector dice que tiene "la conducción", pero en el fondo no saben ni para dónde queda la salida.


-Están como en la autopista sin GPS -murmuró el magistrado-. Todos en primera, pero a contramano.


-En Guaymallén van a ir a internas peronista el 10 de agosto -continuó el flaco, ahora sí en tono de chisme jugoso-. ¡Tres listas! Tres. Como si tuvieran algo real que disputar.


-¿Y quién las banca? -preguntó el grandote, con una ceja en alto.


-Cada una tuvo que pagar tres palos para participar. Nueve millones en total. Solo para que los dejen poner la fotito en la boleta.


-¿Tres millones? ¿Para internas de comuna? -el magistrado dejó el expediente y miró al flaco como si estuviera hablando de una subasta de arte-. ¿Qué te dan a cambio, una plaza con nombre?


-Te dan visibilidad, Gastón -dijo el flaco, con tono de panelista-. Visibilidad y la ilusión de que todavía estás en carrera. Pero a eso hay que sumarle el alquiler de las escuelas, no son solo para afiliados, son elecciones abiertas, celadores, directivos y policías.

-¿Y en San Carlos? -preguntó el grandote, que ya había oído algo.


-Peor -dijo el flaco-. Se quiso presentar una segunda lista, todo legal, todo bien. pero no llevaba la plata encima. Querían pagar por transferencia, y no los dejaron.


-¿En serio? En efectivo o no jugás. Como en los bingos truchos.


El magistrado bufó.


-Eso ya no es política. Es una timba con urnas.


-Y lo peor -siguió el flaco-, es que si hablás, te dicen que estás rompiendo la unidad. ¡¿Qué unidad?! Si hay más fragmentos que en un vidrio roto.


El innombrable bajó la vista, revisó su reloj, y luego clavó los ojos en el flaco.


-El problema no es que haya tres listas. El problema es que ninguna tiene conducción real. Son fueguitos de ego. Están pagando para tener un lugar en el velorio.


-¿Y vos qué pensás que va a pasar? -le preguntó el magistrado.


-Nada -dijo el innombrable, sereno-. Van a hacer la interna, alguno va a ganar por treinta votos, otro va a denunciar irregularidades, y el tercero va a cerrar con el oficialismo para no quedar afuera. Después nadie va a recordar quiénes eran.


El flaco miró por la ventana, como buscando ese Norte perdido del que hablaba.


-Lo que más me duele -dijo en voz baja- es que están haciendo política como si fuera una feria. El que tiene la plata alquila el puesto. El que no, mira desde afuera.


-¿Sabés lo que pasa? -dijo el grandote, mientras revolvía el fondo de su cortado con una cucharita que ya no tenía ni azúcar-. Que ahora todos están cuidando el kiosco. Nadie piensa en el partido, ni en la estrategia, ni en el territorio. Sólo en salvar lo que puedan antes que esto implosione del todo.


-Es la lógica del bote que se hunde -dijo el magistrado, acomodándose los anteojos-. Primero salvan los remos, después los salvavidas, y cuando no queda nada, se aferran a los bidones de nafta. Total, flotar, flota.


El flaco lo escuchaba en silencio, cosa rara en él. Parecía más flaco que de costumbre, como si el bajón político se le notara hasta en la cara. Finalmente habló:


-Yo estuve en dos reuniones esta semana. En una, un ex ministro ofrecía cargos a cambio de que lo apoyen en la lista que encabeza. En la otra, un puntero decía que, si no lo ponían en la de concejales, se iba con los libertarios. ¡Con los libertarios! ¡Él, que hasta hace un mes cantaba la marcha!


-Lo cantan como ringtone ahora -dijo el grandote-. Según a quién llamen.


-¿Y qué hace la conducción? -preguntó el magistrado.


-¿Cuál? -dijo el flaco, con una mueca-No hay conducción. Hay sobrevivientes.


Y en ese momento, todos supieron que tenía razón.


-Se atomizó todo -dijo el innombrable-Y lo peor, es que algunos hasta prefieren perder. Pero perder con su lista, con su gente, y con su sello. Como si eso los legitimara.


-Claro -dijo el flaco, como si hubiera dado en el clavo-. Prefieren ser caciques de un rancho quemado.


-La política local ya no tiene líderes -dijo el innombrable, mientras se levantaba para ir al baño-. Tiene encargados de sucursal. Y todos están esperando el cierre de caja.


-A ver si adivinan -dijo el flaco, con una sonrisa cómplice mientras dejaba el celular sobre la mesa-. ¿Quién ya tiene las valijas armadas y se va del medio que lo cobijó durante más de una década?


El magistrado lo miró con intriga, pero no dijo nada. El grandote levantó la vista como si hubiera olido algo interesante. El innombrable ni se inmutó, pero volvió a sentarse y sus dedos empezaron a repiquetear sobre el borde del pocillo, como si esa fuese su forma de prestar atención.


-¿Estás hablando de.? -empezó el grandote.


-Sí, sí, ese -confirmó el flaco, bajando la voz, aunque no hiciera falta-. Ese conductor de las mañanas radiales.


-¿Se va de ahí? -preguntó el magistrado, sorprendido-. ¿Después de tantos años?


-Más de diez -dijo el flaco-. Y no es que lo echan. Se va. Por decisión propia. Lo tiene todo cocinado.


-¿Y adónde se va? -preguntó el grandote, mientras sacaba una lapicera del bolsillo, como quien ya intuye que la data vale.


-Se va con los desertores -dijo el flaco-. ¿Se acuerdan de esos que se abrieron hace unos años, armaron su propio medio, dijeron que iban a hacer "periodismo libre. Esos mismos. Pero ahora tienen aire, estructura y, sobre todo, espalda.


-¿Espalda de quién? -preguntó el magistrado, ya metido hasta el fondo.


-De uno de esos que no les gusta figurar, pero mueven más que varios ministros.


El innombrable, que no había dicho nada, finalmente habló:


-Ya habrían acordado y la idea es arrancar en agosto.


Silencio.


-¿Vos ya sabías? -preguntó el flaco, sin poder disimular la mezcla de admiración y fastidio.

-¿Y en su medio? -preguntó el magistrado-. ¿Qué dicen ahí?


-Están haciendo como que no pasa nada -dijo el flaco-. Pero ya están tanteando a otros conductores. En cualquier momento empiezan a filtrar versiones para desactivar el impacto.


-La noticia va a salir igual -dijo el grandote-. Porque no es solo que se va. Es lo que significa que se vaya.


-Después de tanto tiempo, ese tipo es parte del decorado -agregó el magistrado-. Se va él y es como si sacaran la fachada del edificio.


-Y lo que más jode -dijo el flaco-, es que se iría en silencio. Sin escándalo, sin carta abierta, sin despedida dramática. Simplemente se iría. Y eso, en este medio, es lo más ruidoso que puede hacer.


-Ya está -dijo el magistrado-. Se rompió todo.


-Ya lo sabemos, u. ¿Otra vez hablás del peronismo? -preguntó el flaco.


-No. Ahora hablo del país.


El grandote asintió sin levantar la vista.


-Lo de Javo y la Vicky ya es oficial. Es la segunda gran ruptura formal entre un presidente y su vice desde la vuelta de la democracia. La otra fue con Cristina y Julio.


-Y esa terminó con cartas, con portazos, renuncias y hasta una caravana de regreso a la provincia-dijo el flaco-. Pero esto. esto es más turbio.


El innombrable todavía no hablaba. Se limitaba a observar cómo Hernán servía el café en la mesa de al lado, como para no perderse detalle.


-La Vicky -dijo el magistrado- ya contrató a un asesor de seguridad personal. Un ex uniformado que parece salido de una serie de Netflix. No confía en nadie. Cree que la espían.


-¿Y quién no? -preguntó el flaco-. En este país, si no creés que te espían, es porque no sos importante.


-Mandó a revisar todo -dijo el grandote-. La oficina, el baño, el auto, los pasillos, hasta el ascensor del Senado. Buscando cámaras, micrófonos, sensores, cualquier cosa.


-Lo de la cámara es una fijación -intervino por fin el innombrable-. Igual que lo que pasó acá, hace casi veinte años.


-Lo mismo -asintió el magistrado-. El vice juraba que el gobernador lo espiaba desde la calle. Había una cámara de seguridad que daba justo a la ventana de su despacho. Decía que de ahí le seguían todos los movimientos. El tipo se obsesionó. Decía que le leían los labios.


El grandote soltó una carcajada ronca.


-¿Y ahora Vicky está en la misma?


-Peor -dijo el flaco-. Porque lo de ella no es sólo miedo: es guerra fría. No se hablan desde que asumieron y mantienen la distancia como si uno tuviera Covid.


-Ya no queda ni la cortesía institucional -agregó el magistrado-. Todo lo que era "diferencias tácticas" se volvió hostilidad directa.


-¿Y si ella renuncia? -aventuró el flaco.


-No va a renunciar -dijo el innombrable-. Va a resistir. Y cuanto más la empujen, más fuerte va a pisar.


La mesa quedó en silencio. Afuera, la ciudad parecía seguir su curso. Pero adentro, en ese rincón de la vieja cafetería, los cuatro sabían que lo que estaba en juego no era sólo un quiebre político. Era una fractura de esas que marcan época.


Porque en Argentina, cuando se rompe un vínculo de poder, no se pega más. Se entierra. Y se reemplaza por otra cosa que nunca es mejor.


Aldo se acercó, recogió los platos vacíos sin decir palabra, y volvió a la barra. Ya sabía que esos jueves no se trataban de vender café. Se trataban de entender, un poco antes que el resto, hacia dónde sopla el viento.


Los partidos pueden desmoronarse, las alianzas explotar y las listas multiplicarse como hongos... pero los jueves, en lo de Aldo, la rosca sigue su curso.