Analistas La columna de Antonio Ginart

Argentina, el país de las discordias

Tenemos muchos problemas, y los venimos arrastrando hace décadas. Probamos mil veces las mismas recetas, solo que cada vez les agregamos más condimentos iguales, con la esperanza de que esta vez, por arte de magia, salga distinto.

Viernes, 25 de Abril de 2025

Argentina es ese lugar donde, si alguien dice blanco, otro automáticamente responde negro. Donde el acuerdo parece mala palabra y el desacuerdo es casi un deporte nacional. Vivimos divididos por todo: la política, el fútbol, la economía, la historia. Hasta cuando ganamos el Mundial, que fue una alegría colectiva enorme, hubo quienes no pudieron sumarse del todo porque no sentían que ese logro también era suyo. Como si en este país no pudiéramos celebrar algo sin ponerle un pero.


Tenemos muchos problemas, y los venimos arrastrando hace décadas. Probamos mil veces las mismas recetas, solo que cada vez les agregamos más condimentos iguales, con la esperanza de que esta vez, por arte de magia, salga distinto. Pero no. Al contrario, todo explotaba. Casi se nos prende fuego el horno, la cocina, y hasta la casa entera. Y cuando finalmente aparece una receta distinta -que podrá gustar o no, pero al menos es diferente-, los que venían cocinando hace años y dejaron todo hecho un desastre, no solo no ayudan, sino que hacen fuerza para que al nuevo chef se le caiga todo. ¿Para qué? ¿Para volver a la cocina y repetir lo mismo que ya salió mal?

También pasa que quienes han tenido el sartén por el mango no se dejaron ayudar nunca. Eran dueños de la verdad absoluta. El que estaba en el poder era infalible. ¿Y cómo nos fue con esa lógica? Mal. Porque nadie tiene el monopolio del acierto, y mucho menos de la verdad. Y mientras nos peleamos por ver quién tiene razón, el país sigue empantanado. Siempre estamos al borde del mismo pozo. A veces un poquito más arriba, otras veces casi en el fondo.

Y esto no es solo de ahora, viene de antes. Pasó con los gobiernos anteriores y está pasando con el actual. En vez de tender puentes, muchas veces pareciera que los dinamitamos. Porque hay egos, hay mezquindades, hay una necesidad constante de protagonismo. Todos quieren poner la bandera en la cima de la montaña, pero nadie se da cuenta de que esa cima nunca llega, y que, encima, con tanto tironeo, la corremos cada vez más lejos.

¿Tan difícil es empujar todos para el mismo lado, aunque sea una vez? ¿Tan complicado es entender que si al país le va bien, ganamos todos? Dejemos de autoboicotearnos, de empantanarnos en discusiones estériles. Seamos un equipo, aunque sea por esta vez. Porque si no salimos ahora, no sé cuándo lo vamos a hacer.