Mundo Historia de vida

La historia conmovedora de la astrónoma que no dejaron brillar

En un nuevo aniversario de la muerte de Henrietta Swan Leavitt, el aporte esencial de una científica cuyo método revolucionó la medición del universo. 

Viernes, 12 de Diciembre de 2025

Henrietta Swan Leavitt nunca imaginó que su vida, silenciosa y relegada a los rincones menos visibles de la ciencia, terminaría siendo una de las piezas fundamentales para medir el universo. En el aniversario de su muerte, la comunidad científica recuerda que la autora de una de las leyes más determinantes para comprender la escala del cosmos falleció el 12 de diciembre de 1921 en un anonimato absoluto. Su aporte -la relación entre el brillo y el período de las estrellas variables- abrió un camino nuevo hacia las distancias galácticas, pero ella no alcanzó a ver cómo su descubrimiento transformó para siempre la astronomía. Ni siquiera recibió un reconocimiento en vida.

Henrietta trabajó desde un puesto menor, bajo condiciones laborales precarias y rodeada de normas que la relegaban a la sombra. Pero desde ese lugar diminuto, se animó a desentrañar la magnitud del universo. Incluso la propuesta póstuma para nominarla al premio Nobel se frustró porque el reglamento no permite distinguir a personas fallecidas. Era un símbolo doloroso de toda una vida marcada por el brillo ajeno y el silencio propio.

En aquellos años previos a la informática moderna, "computadora" no era un objeto, sino una persona. Y casi siempre, una mujer. Así surgió la estructura laboral de fines del siglo XIX en los grandes observatorios estadounidenses, como el de Harvard: equipos femeninos encargados de hacer cálculos esenciales, tareas fundamentales pero etiquetadas como rutinarias, repetitivas y peor remuneradas. Entre ellas, un centenar de trabajadoras formaron el grupo conocido como las Harvard Computers, pioneras en la catalogación sistemática del cielo.

Al asumir la dirección del observatorio en 1877, Edward Pickering reconoció que las mujeres no podían usar telescopios -una prohibición absurda de la época- pero les delegó el análisis de los datos. Ese esquema, injusto por donde se lo mire, dejó marcas que aún duelen: el famoso apodo "el harén de Pickering" era una muestra del desprecio con el que se veía a un equipo brillante que terminó cambiando la historia.

Henrietta nació en Massachusetts el 4 de julio de 1868. Estudió en Oberlin y en Radcliffe -la sección femenina de Harvard- antes de ingresar al Observatorio en 1893. La vida le puso obstáculos tempranos: problemas de salud que derivaron en sordera, interrupciones forzadas en el trabajo, y un futuro profesional que parecía destinado a quedar atrás de otras voces. Pero ella volvió. Y con una determinación feroz, retomó sus investigaciones sobre estrellas variables cefeidas, esas que cambian de brillo de manera regular y predecible. Usó imágenes obtenidas en Arequipa, Perú, y con paciencia infinita reveló una verdad que nadie había visto aún: la Vía Láctea no era la única galaxia existente.

En 1908 publicó la detección de 152 estrellas variables en la Gran Nube de Magallanes. Cuatro años después dio el salto que redefinió la astronomía: formuló la relación período-luminosidad, más tarde llamada Ley de Leavitt. Gracias a ese hallazgo, las cefeidas se convirtieron en "candelas estándar", objetos capaces de medir distancias astronómicas con precisión. La astronomía dejó de ser una ciencia descriptiva para transformarse en una ciencia cuantitativa del universo profundo.

Su descubrimiento permitió que gigantes como Ejnar Hertzsprung y Edwin Hubble midieran la magnitud del universo conocido. En 1924, Hubble demostró que la nebulosa de Andrómeda era una galaxia fuera de la Vía Láctea gracias a la Ley de Leavitt. Sin embargo, las publicaciones de la época seguían firmadas por Pickering. Recién poco antes de morir, Henrietta recibió la jefatura del departamento de fotometría. Era tarde.

El trabajo de aquellas mujeres fue colectivo y monumental. Annie Jump Cannon creó un sistema de clasificación estelar y descubrió unas 300 estrellas variables. Williamina Fleming propuso el modelo de clasificación aún vigente. Antonia Maury catalogó más de 10.000 estrellas. Cecilia Payne-Gaposchkin demostró que las estrellas están hechas principalmente de hidrógeno e incluso debió enfrentar el escepticismo de la propia comunidad. Eran las Computadoras de Harvard: un grupo cuyo aporte fue imprescindible para construir la astronomía moderna, pero cuyas voces quedaron, durante décadas, ahogadas bajo otras firmas.

"Henrietta Leavitt ha hecho más por la astronomía que la mayoría de nosotros", escribió Harlow Shapley, director del Observatorio de Harvard, cuando ella murió de cáncer a los 53 años. Pero Leavitt nunca llegó a saberlo. Tampoco supo que su ley permitiría expandir el universo visible hasta donde ninguna mente humana había imaginado.

Hoy su legado vuelve a abrirse camino. Programas de preservación impulsados por Harvard -como PHaEDRA- están digitalizando cuadernos manuscritos y más de 650.000 placas fotográficas que abarcan más de un siglo de observaciones. Todo ese material, integrado a bases públicas como el sistema ADS de la NASA, garantiza que la luz de Henrietta y de las demás Harvard Computers siga brillando mucho más allá de las restricciones que les impusieron en vida.

Henrietta Swan Leavitt murió sin saber que había medido el universo. Pero el universo, desde entonces, no dejó de agradecerle.