Aún hoy, cuando miramos las estrellas y nos preguntamos de qué está hecho el universo, el eco de su voz -robótica, pero profundamente humana- sigue guiándonos.
En un mundo donde las leyes de la física parecieran inquebrantables, hubo un hombre que no solo se dedicó a entenderlas, sino que también desafió las probabilidades de la vida misma. Stephen Hawking, nacido en Oxford en 1942, se convirtió en un símbolo del genio humano, la resiliencia y la pasión por el conocimiento.
Desde muy joven, Hawking mostró una curiosidad insaciable por los misterios del universo. Estudió Física en la Universidad de Oxford, donde su talento académico ya destacaba, y más tarde se doctoró en cosmología en la Universidad de Cambridge, una de las instituciones más prestigiosas del mundo. Pero fue a los 21 años, cuando su vida dio un giro tan profundo como los enigmas que estudiaba.
Le diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad neurodegenerativa que, según los médicos, le dejaría solo unos pocos años de vida. La mayoría habría cedido ante el peso de ese pronóstico. Stephen no. Desde su silla de ruedas, con el habla progresivamente limitada y su cuerpo inmóvil, construyó una de las trayectorias científicas más brillantes del siglo XX.
En los años 70, Hawking revolucionó la física teórica al proponer que los agujeros negros emiten radiación, lo que más tarde se conocería como "radiación de Hawking". Esta idea desafió los principios establecidos y cambió radicalmente la forma en que entendemos el cosmos.
Pero fue su capacidad de acercar la ciencia al público general lo que lo convirtió en un ícono global. En 1988, publicó Breve historia del tiempo, un libro que logró lo impensado: explicar conceptos complejos como el Big Bang o los agujeros negros en un lenguaje accesible. El libro vendió más de 25 millones de copias y convirtió a Hawking en una celebridad científica.
A lo largo de su vida, Hawking no solo fue un físico brillante, sino también un defensor del pensamiento libre, la investigación científica y la superación de los límites humanos. Dio conferencias, escribió libros, apareció en programas de televisión y nunca dejó de trabajar, incluso cuando solo podía comunicarse a través de un sintetizador de voz.
Stephen Hawking falleció en 2018, a los 76 años, desafiando todas las expectativas médicas que lo acompañaron desde joven. Su legado va más allá de las ecuaciones y los descubrimientos: es un testimonio de la fuerza del espíritu humano.