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El negocio detrás del Mundial 2026: fútbol, poder y dinero

La Copa del Mundo redefine el negocio del fútbol y expone la tensión entre espectáculo, poder y economía.

Viernes, 19 de Diciembre de 2025

El Mundial de fútbol masculino es uno de los pocos acontecimientos verdaderamente globales, capaz de conectar al deporte con la sociedad, la cultura y, de manera decisiva, con la economía. Su alcance trasciende lo deportivo y se despliega en sintonía con la dinámica económica, impulsando la comercialización de activos, los derechos de imagen, la industria audiovisual y la inversión en infraestructura urbana, dentro de un ecosistema de ingresos donde entradas, patrocinios, publicidad y transmisiones mueven montos millonarios. En cada edición, el torneo opera como un poderoso catalizador de capitales y proyección internacional.

La Copa del Mundo de 2026 marcará un punto de inflexión histórico. Será la primera edición con 48 selecciones, la primera organizada de manera conjunta por tres países -Estados Unidos, México y Canadá-, y la de mayor escala logística, económica y mediática jamás realizada por la FIFA. Más que un torneo deportivo, se proyecta como un fenómeno cultural, político y económico global, capaz de concentrar durante más de un mes la atención del planeta y redefinir el modelo de negocios del fútbol.


Todos los campeones de la historia de los Mundiales.

El próximo Mundial comenzará el 11 de junio de 2026 con el partido inaugural en el Estadio Azteca, que hará historia al convertirse en el primer recinto deportivo en albergar tres inauguraciones mundialistas (1970, 1986 y 2026). Sin embargo, el verdadero epicentro del torneo será Estados Unidos, que concentrará 11 de las 16 sedes, la mayor cantidad de partidos y los encuentros decisivos, incluida la final.

La centralidad estadounidense no es casual. Su experiencia en la organización de megaeventos -como el Super Bowl-, sumada a la potencia de su mercado deportivo, publicitario y audiovisual, resulta clave para la viabilidad económica del Mundial. Allí se generará una porción sustancial de los ingresos por derechos de transmisión, patrocinios y ticketing, además de ampliar el alcance global del torneo mediante la cobertura periodística y el peso creciente de las plataformas digitales y el streaming.

Ciudades como Nueva York/Nueva Jersey, Los Ángeles, Miami, Dallas, Atlanta, Filadelfia y Seattle aportarán estadios de última generación -como el MetLife, el SoFi y el AT&T Stadium, todos con capacidades superiores a los 70.000 espectadores- y una infraestructura preparada para recibir millones de turistas. Aun así, persisten interrogantes: la logística interna, los traslados de larga distancia, el antecedente caótico de la Copa América organizada en Estados Unidos y el factor climático. Las altas temperaturas del verano en el hemisferio norte generan preocupación, especialmente después de lo ocurrido en el Mundial de Clubes, donde algunos partidos se disputaron con más de 38 grados Celsius.

Esa alerta fue explicitada por el campeón del mundo Enzo Fernández, actual figura del Chelsea: "El calor que hace es increíble. El otro día me mareé un poco en una jugada, me tuve que tirar al piso. Jugar con estas temperaturas es muy peligroso. La velocidad de juego no es la misma, se hace muy lento todo. Espero que para el próximo año cambien los horarios para que el espectáculo sea lindo y atractivo".


El Azteca será el primer estadio de la historia en ser sede de un Mundial por tercera vez.

Según un estudio elaborado por OpenEconomics, en colaboración con la FIFA y la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Mundial 2026 atraerá a unos 6,5 millones de fanáticos en los tres países anfitriones y podría aportar hasta US$ 40.900 millones al Producto Interno Bruto (PIB) global, generar US$ 8.280 millones en prestaciones sociales y favorecer la creación de casi 824.000 empleos equivalentes a tiempo completo en todo el mundo.

El nuevo formato del Mundial también redefine la competencia. Por primera vez participarán 48 selecciones (16 más que en Qatar 2022), distribuidas en 12 grupos de cuatro equipos, con una ronda posterior de 32 equipos. El torneo tendrá 104 partidos, frente a los 64 tradicionales, y los finalistas deberán jugar ocho encuentros, uno más que en el esquema vigente desde 1998. Para la FIFA, este cambio garantiza un mínimo de tres partidos por selección y reduce los riesgos deportivos, aunque también eleva las exigencias físicas, logísticas y de rotación de planteles. En ese escenario, Argentina llegará como campeona defensora, con el desafío adicional de sostener la corona en un torneo más largo y exigente.

El impacto económico trasciende lo estrictamente deportivo. La FIFA proyecta ingresos superiores a US$ 13.000 millones para el ciclo 2023-2026, mientras que distintas estimaciones ubican el impacto económico global en hasta US$ 80.100 millones, al considerar efectos indirectos sobre el turismo, comercio, transporte, gastronomía y servicios. Solo el gasto turístico podría rondar los US$ 7.500 millones, con más de seis millones de visitantes internacionales recorriendo América del Norte durante el torneo. En paralelo, los costos también son elevados: el presupuesto operativo directo rondaría los US$ 3.700 millones, pero el gasto total asociado podría trepar a US$ 13.900 millones si se incluyen seguridad, transporte e inversiones locales.

En Qatar 2022, los ingresos alcanzaron los US$ 5.769 millones, un récord histórico que superó en un 24% a los de Rusia 2018, según datos brindados por la FIFA. La venta de derechos de televisión explicó la mayor parte de esos ingresos, seguida por los derechos de marketing, los servicios preferentes y la venta de entradas, la explotación de licencias y otros conceptos comerciales.

Este volumen de recursos reabre un debate recurrente: quién gana y quién paga. Una parte significativa de los ingresos queda en manos de la FIFA y de sus socios comerciales, mientras que para las ciudades sede el beneficio directo depende del turismo y el consumo local. Además, buena parte del empleo generado es temporal, y el saldo positivo de largo plazo estará condicionado por la capacidad de transformar el Mundial en infraestructura útil, inversión productiva y proyección económica sostenida, evitando "elefantes blancos" una vez finalizado el evento.

El contexto político agrega un nivel adicional de complejidad. La administración de Donald Trump asumió un rol activo en los preparativos, con contactos directos con el presidente de la FIFA, Gianni Infantino. El mandatario estadounidense anunció un sistema especial para agilizar la obtención de visas de los fanáticos que ya hayan comprado entradas. El mecanismo, denominado FIFA Pass, permitirá acceder a citas prioritarias en embajadas y consulados estadounidenses, marcando un giro pragmático en una política migratoria tradicionalmente restrictiva, pero dispuesta a facilitar la llegada masiva de turistas ante el evento deportivo más grande del planeta.

Trump vinculó el Mundial con una oportunidad económica de gran escala: estimó la creación de hasta 200.000 empleos y un impacto superior a los US$ 30.000 millones, cifras alineadas con proyecciones de la FIFA y la OMC que anticipan unos 185.000 trabajos a tiempo completo, US$ 30.500 millones en producción bruta y US$ 17.200 millones de aporte al PIB, concentrados principalmente en Estados Unidos. En ese marco, el torneo también funciona como una herramienta de "soft power", con la que el país norteamericano busca reforzar su imagen global y su liderazgo cultural y tecnológico.

Donald Trump, la Copa del Mundo, y Gianni Infantino, en la Casa Blanca.

En paralelo, la FIFA aprobó una distribución récord de US$ 727 millones en premios para las federaciones participantes, un 50% más que en Qatar 2022. De ese total, US$ 655 millones estarán atados al rendimiento deportivo, mientras que cada selección tendrá un mínimo garantizado de US$ 10,5 millones, en un intento explícito por reducir la brecha económica entre países.

Además, cada seleccionado contará con un aporte adicional de US$ 1,5 millones para cubrir gastos de preparación, logística y concentración previa. El campeón del mundo recibirá US$ 50 millones, superando ampliamente los US$ 42 millones que embolsó Argentina en la última edición.

"El Mundial 2026 también será revolucionario desde el punto de vista financiero para el fútbol global", destacó Infantino, al subrayar que el aumento de premios responde a la expansión del torneo, al crecimiento de los derechos televisivos y al atractivo comercial del mercado norteamericano.

La relación entre poder económico y éxito deportivo, sin embargo, no es lineal. Brasil, el país con mayor participación histórica en los Mundiales y cinco veces campeón, consolidó desde el año 2000 un crecimiento económico sostenido que lo ubicó entre las principales economías del planeta. Alemania, tetracampeona mundial, también se mantuvo de manera consistente entre las cinco economías más grandes del mundo.


Argentina recibió US$ 43 millones por ganar el Mundial de Qatar 2022.

Pero el vínculo no es automático y los propios anfitriones suelen dar cuenta de ello. México, con una economía entre las 15 más importantes y una cultura futbolera profunda, solo alcanzó los cuartos de final en dos ocasiones. Estados Unidos y Canadá, en cambio, exhiben la paradoja más marcada: pese a contar con economías de escala global -Estados Unidos tiene un PIB mucho mayor que el de Brasil- su impacto futbolístico ha sido limitado. Los norteamericanos solo lograron 11 clasificaciones mundialistas, frente a las 22 de los cariocas, mientras que Canadá apenas disputó dos Copas del Mundo. 

Más allá de las cifras, el Mundial 2026 se proyecta como un fenómeno cultural de escala inédita, incluso para los estándares de la FIFA. La competencia estará acompañada por experiencias inmersivas de entretenimiento, activaciones de marca de alcance global y una producción digital sin precedentes, diseñada para audiencias que consumen el evento en tiempo real, en diferido y en formatos cada vez más fragmentados.

En ese marco, cada sede buscará consolidarse como un polo de atracción para el turismo, los negocios y la cultura, con impactos que exceden largamente lo estrictamente futbolístico. En una era de sobreoferta de contenidos y atención dispersa, la Copa del Mundo sigue siendo uno de los pocos acontecimientos capaces de concentrar la mirada global durante varias semanas, con picos de consumo mediático que ningún otro evento deportivo consigue igualar. El gran desafío será que ese despliegue esté acompañado por un impacto económico y social equilibrado y sostenible, a la altura de la ambición del proyecto, sin que los riesgos logísticos, políticos u organizativos terminen opacando el espectáculo.

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