Miraba por la vidriera a un ser que despreciaba, sin conocerlo, pero anhelaba convertirse en él
Por Sebastián Pérez Dacuña
El famoso cuento Axolotl de Julio Cortazar, incluido en el libro El final del juego, de 1956, relata la vida de un hombre, que tras visitar el acuario del Jardín Des Plantes de París, queda obsesionado con los axolotl: una especie muy extraña de anfibios.
Al salir del acuario se da cuenta que no puede dejar de pensar en estos seres, incluso de noche los imagina. Acude a la biblioteca para investigar acerca de ellos y se queda más fascinado. Comienza a visitar el acuario hasta dos veces al día tan solo para quedarse mirándolos durante horas. Hasta que, "magicamente", un día, casi pegado al cristal de la pecera, atento a los movimientos de los axololt, se da cuenta con terror que han intercambiado lugar: ahora él es quien nada dentro de la pecera mientras su rostro de hombre lo mira desde el exterior. Una metamorfosis, un querer ser lo que era ajeno pero que se anhelaba, en definitiva.
Numerosas son las críticas que se han hecho sobre ese pequeño texto de Cortazar, algunas hablan de una metáfora de la soledad, el autoconocimiento, la muerte y el sentido de la vida. Otras intentan ahondar en que los axolotl representan una suerte de estructura social, una sociedad que se hacina entre la angustia y el dolor que provoca la más absoluta soledad: “Los axolotl se amontonaban en el mezquino y angosto (sólo yo puedo saber cuán angosto y mezquino) piso de piedra y musgo del acuario.”; soledad que subyace a un estado. Y hay algunas que simplemente se subyacen a a un hecho insólito (ese hombre se convierte en axolotl), hasta el punto de cambiarse el uno por el otro.
Coincidencias hay muchas en el campo de la política. Si hasta lo que ayer los separaba hoy los une. Si la diferencia y desprecio que emanaban cuando se criticaban por TV y se juraban que iban a caer por sus hechos, hoy parece olvidado. Se trasformaron, señores.
Si el simple cristal que los separaba no fue el impedimento para pasarse al otro lado. Por lo menos esa es la comparación que me viene en este preciso momento al ingenio. Merodear haciéndose el desentendido hasta caer en la propia "pecera" donde el otro es rey. Esto pareciera no incomodarlos, sino, aun más, sentirse en su propio hábitat.
Un paralelismo entre la triste vida del genial Ignatius Reilly, protagonista de la novela "La Conjura de los necios", de Jonh Kennedy Toole, y la pobre realidad que nos toca vivir, empujada por la mal intencionada actitud de nuestros políticos.
El axolotle es un anfibio que puede regenerar sus propios miembros al ser amputados y tiene dos estados: cuando están en su hábitat natural, son oscuros con pequeñas manchas negras, como un sapo mutante, pero cuando están en cautiverio, son de color rosa y su boca se redondea hacia abajo, como si fuese una enorme y alegre sonrisa. La ambigüedad del axolotl: asqueroso y bello.
¿Asqueroso y bello? ¿Regeneración de miembros amputados? Ja, no digas más. Segunda coincidencia. Si las mil batallas se pueden pelear con distintas banderas, de eso no cabe duda, que el codo borra lo que se escribió con la mano tampoco. Hoy la moneda corriente es el pasarse de bando, sin importar el archivo, las redes sociales o lo que corno alcahuetee.
"Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.", dice Cortazar en su cuento.
Ahora, soy uno de ellos ¿Y?
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