Un paralelismo entre la triste vida del genial Ignatius Reilly, protagonista de la novela "La Conjura de los necios", de Jonh Kennedy Toole, y la pobre realidad que nos toca vivir, empujada por la mal intencionada actitud de nuestros políticos.
"La conjura de los necios" es el título de la genial novela póstuma del escritor estadounidense Jonh Kennedy Toole, con la que ganó el premio Pulitzer, a más de una década de su muerte, y luego de ser editada tras el hallazgo de los manuscritos por su madre.
El 26 de marzo de 1969, en una ruta en las afueras de Biloxi, Mississippi, estacionado a la sombra de unos pinos, John Kennedy Toole enciende el motor de un viejo Chevy Chevelle azul, en cuyo caño de escape hay incrustada una manguera que, por su otro extremo, ingresa a través de una endija de la ventanilla trasera del auto. Tiene 31 años, y los gases tóxicos terminan con su vida. En el cajón de una mesa de luz de la casa paterna en Nueva Orleans está guardado el manuscrito de una novela inédita y genial: La conjura de los necios.
“Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él”. La lacerante frase del escritor Jonathan Swift (Los viajes de Gulliver) con la que Toole da comienzo (y título) a "La conjura de los necios" (A confederacy of dunces, en inglés).
Y, ahí está la cuestión, quiénes son los necios en esta escala de valores que protagonizan los dirigentes argentinos y quienes son los que se siente que conjuran contra ellos. Porque hasta lo que acá hemos visto, parece un juego de niños o, lo que es peor, la graciosa y triste chiquillada de sacarse el chupetín los unos a los otros, siempre envueltos en sus propios egos e intereses sin importarles "un comino" los demás. Situación que no tendría la mayor importancia para terceros, si estos terceros no fueran aquellos que les depositaron su confianza, el pueblo.
No vamos a dar nombres propios, muy lejos estamos de ello, porque seguramente el lector está harto de escuchar siempre la misma cantinela, siempre los mismos protagonistas, los mismos astutos, ventajero, en fin...los que se quedan con la de uno. Porque acá no se salva nadie, ni estos, ni los que fueron, ni los otros. O acaso, ante la ineptitud de los de ahora, le puedo asegurar que más de uno de aquellos está destapando una botella para celebrar las hondas metidas de pata de estos.
Porque así somos, nos regodeamos con el fracaso del otro y no nos podemos poner de acuerdo. Porque estamos más cómodos en el caos que en el equilibrio, nos cuesta buscar el consenso, aunque esto va mucho más allá del solo congeniar, acá se ponen en juego temas muchos más oscuros, como por ejemplo zafar de ir un par de años a la sombra como dice el dicho o quedarse con los miles de pesos que significan algunas cajas, y con estos dominar la voluntad popular.
Volviendo a "La Conjura", es un revelador libro, aclamado por muchos, relata la vida de Ignatius Reilly, un ególatra obeso que detesta a Mark Twain, y va para todos lados con su característica gorra verde de caza y un bigote extravagante. Este personaje irreverente, pero al mismo tiempo exasperante, está ante la necesidad de conseguir trabajo y mediante esa empresa se dedica a explicarnos el mundo a través de varios cuadernos. Por sus páginas se cuelan personajes entrañables o detestables, miserables y resignados, tristes u osados, hábiles y talentosos, torpes o engreídos, que se van encadenando irónicamente hasta formar un mosaico magistral. Un reflejo cruel del género humano que combina la tragedia y la risa casi a partes iguales. Cualquier parecido a la realidad argentina, es pura coincidencia.
Y así, mientras la novela transcurre, este protagonista de vida azarosa y divertida se convierte en la crítica a una sociedad que, a menudo, castiga a quienes no siguen unos cánones determinados, a esos individuos cuya inteligencia queda solapada por un aspecto repulsivo y unas costumbres que sobrepasan lo excéntrico.
Entonces, es como Ignatius, mediante la diosa Fortuna y en contra de su voluntad, sale en busca del mundo acusando de sus males a los demás personajes. Es así como nuestros propios dirigentes lo argumentan. Se echan la culpa unos a otros, se rasgan las vestiduras y muchos de ellos no soportan un archivo de Twitter. Impresentables.
Este muchacho se sume en ese mundo capitalista que él mismo tanto odia y se ve obligado a someterse a lo que él considera una forma de esclavitud: el trabajo. Resignado, se compara a sí mismo con Boecio (el cual aceptó sin queja su propia ejecución) y sale a buscar un empleo. Su actividad laboral y vital es el hilo que une y da sentido a toda la obra y lo que permite conocer a otros personajes, igual de estrambóticos y entrañables que Ignatius.
La crítica dijo de "La Conjura": Más allá de las meras e hilarantes anécdotas que el protagonista va generando, la novela trasciende hasta convertirse, en su trasfondo, en un despiadado retrato del género humano y sus miserias, dotado de un realismo extremo. Plagada de piedad y comprensión, a la vez que de amargura y resignación, la obra esconde una dura crítica a la sociedad en la que vivimos: egoísta y, en tantísimas ocasiones, cruel. Tal y como dice Percy en el prólogo, a pesar de las carcajadas que le proporcionó la novela, no pudo dejar de sentir, al mismo tiempo, una cierta tristeza. Por un lado, debido al trasfondo dramático de la novela y, por el otro, por la tragedia del propio autor, que se suicidó con poco más de treinta años sin llegar a ver publicada su novela, su obra maestra, y que con su muerte le negó al mundo la posibilidad de seguir disfrutando de su pluma.
La tragicómica historia moderna de nuestro país no parece muy lejos, usted lo puede comprobar. Amargura y resignación, tristeza y desencuentro. Pero por sobre todo el egoísmo de sentirse más que el otro. Mire, no se altere, que me refiero a los políticos, aunque la verdad es que ellos son simplemente un reflejo de nosotros.
Y así como La Conjura también nos saca alguna que otras carcajadas, es posible que veamos un atisbo de esperanza, eso es lo último que se pierde ¿no? Anímese, puede ser que todavía el Ignatuis que hay en cada uno de nosotros no le haya ganado al optimismo.