Analistas Por Nicolás Bottini

El Presupuesto se juega sin público y la AFA legisla sin reglas

Mientras el Congreso vota el Presupuesto y el fútbol vuelve a estallar en escándalos, dos mundos que parecen separados revelan la misma escena: reglas frágiles, autoridad discutida y rituales que sostienen un orden que nadie termina de creer.

Jueves, 18 de Diciembre de 2025

Hay semanas en las que la realidad parece escrita por un guionista con poca sutileza. Presupuesto por un lado. AFA por el otro. Diputados votando la "ley de leyes" mientras los barras vuelven a escena, las denuncias se cruzan como centros al área y la política aparece, otra vez, en las tribunas argentinas.

La tentación es leerlos como dos temas distintos. Economía acá, fútbol allá. Pero quizá el truco esté en lo contrario y comenzar a leerlos como si fueran el mismo fenómeno visto desde dos canchas distintas. Pensar el Presupuesto como un partido de fútbol sin público. Y a la AFA como un Congreso sin reglamento.

Empecemos por el Presupuesto

Cada año se lo presenta como el gran partido institucional: noventa minutos, dos tiempos (uno por cada Cámara) donde se define cómo va a jugar el país. Ingresos, gastos, prioridades. La "ley de leyes", le dicen, con una solemnidad que suele ser señal de alerta. Porque todos sabemos que ese partido se juega sin público. No porque las tribunas estén vacías, sino porque nadie cree del todo en el resultado.

El Presupuesto argentino es un fixture imaginario. Un "así deberían darse las cosas" en un país donde las cosas casi nunca se dan como deberían. Se han votado presupuestos aun sabiendo que la inflación lo va a desmentir, que el dólar lo va a correr por atrás o que la política lo va a reinterpretar. Y aun así se han votado presupuestos. Como si el acto mismo de levantar la mano y aprobar los números fuera más importante que el cumplimiento de los pactado.

Acá, en este punto, aparece lo interesante. El Presupuesto no organiza la realidad, organiza la expectativa de orden. Es una ficción compartida. Un relato mínimo de previsibilidad. No importa tanto si se cumple, importa que exista. Como esos partidos a puertas cerradas durante la pandemia. El fútbol necesitaba seguir siendo fútbol. El Estado necesita seguir siendo Estado.

Ahora miremos la AFA, pero con lentes legislativos

La Asociación del Fútbol Argentino funciona, desde hace tiempo, como un Congreso sin reglamento claro. Hay asambleas, hay votaciones, hay mayorías circunstanciales, hay denuncias cruzadas. Pero falta lo básico. Cada sector interpreta las reglas según convenga. Cada fallo se discute. Cada sanción es sospechada.

El conflicto actual, con abundantes cruces públicos, acusaciones, barras que reaparecen como actores políticos, no es un desvío del sistema, es el sistema funcionando. Funcionando como puede. La AFA no es el problema del fútbol, es el espejo de un país donde las instituciones existen, pero su legitimidad siempre está en revisión.

Acá es donde se produce el cruce más incómodo.

Mientras el Presupuesto se vota como un partido ordenado que nadie siente propio, el fútbol se vive como una asamblea permanente donde todos gritan, nadie escucha y alguno siempre termina expulsado.

Durante años, cuando el fútbol se desbordaba, Argentina encontraba una salida elegante: mandar el problema afuera. El ejemplo máximo fue aquella final eterna de Libertadores que terminó jugándose en Madrid. Un gesto casi psicoanalítico: "esto acá no lo podemos resolver. Exportemos el conflicto. Que salga pato o gallareta, pero lejos de Viamonte".

Hoy esa opción parece clausurada. No hay Madrid posible. No es Miami, ni es Mar-a-lago, no es Suiza con la FIFA, ni Asunción con la Conmebol. El conflicto se queda acá, en las mismas canchas, en los mismos pasillos, con los mismos nombres propios. Y eso es lo verdaderamente nuevo. Porque cuando no hay afuera, la política deja de ser relato y se vuelve convivencia forzada. Lo mismo pasa con el Presupuesto.

Tal vez por eso el cruce entre fútbol y política resulta tan natural. Ambos operan sobre la misma materia prima: la pasión, la desconfianza, la necesidad de reglas y la sospecha permanente de que alguien hace trampa. Ambos prometen orden y entregan conflicto. Ambos funcionan mejor como ritual que como solución.

El Presupuesto, como partido sin público, garantiza que el calendario institucional no se rompa. La AFA, como Congreso sin reglamento, muestra qué pasa cuando las reglas existen, pero nadie las siente propias. En uno sobra formalidad y en el otro falta legitimidad. Y en el medio estamos los espectadores cansados pero atentos, sabiendo que igual vamos a mirar el próximo partido y la próxima votación.

Mientras sigamos jugando partidos que nadie cree y discutiendo reglas que nadie respeta, el resultado será siempre el mismo: 38 a 38, empate con sabor a derrota, y la sensación de que el próximo fin de semana o la próxima sesión puede ser peor.

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