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Café con rosca: cambio de época, minería y muchos recalculando

Una mesa, sillas, unos pocillos cargados con café y buena data. Todo lo necesario para desarrollar temas que mueven la aguja cotidiana y que pocos saben.

Sabado, 3 de Mayo de 2025

A las siete en punto, como cada jueves desde hacía años, dos sombras se encontraron frente a la puerta de madera oscura de la cafetería. Pero esta vez, la puerta estaba cerrada. No había un cartel de "cerrado temporalmente" ni un papelito con cinta de "vuelvo en cinco", sino la persiana baja, los vidrios oscuros y una soledad que desentonaba con la costumbre. Era jueves primero de mayo, Día del Trabajador, y las calles olían a humo de chorizo, proclama vieja y cántico renovado. 

-¿Y esto? -dijo el Flaco, sacando el teléfono como si el dispositivo tuviera la respuesta.

-Feriado, flaco. Día del laburante -gruñó el Grandote mientras se metía las manos en los bolsillos del buzo, tipo canguro, ya le quedaba un poco chico cuando se lo compró en un outlet de Quilicura-. Hasta el café se toma un descanso de nosotros.

-No de nosotros. Del Magistrado, seguro. Cuando habla Gastón, se enfría el café -sonrió el Flaco, con la sonrisa torcida de quien se sabe a salvo.

-¿Y el Innombrable? -preguntó el Grandote mirando a su alrededor.

-Ni señales. Capaz que está en calle Peltier, o todavía en la Legislatura. O en algún quincho VIP. Ya sabés cómo es: aparece cuando quiere y cuando no, mejor no preguntar -dijo el Flaco con un tono que mezclaba respeto y resignación. Todos saben que, aquel cuyo nombre no se dice en voz alta, anda en la rosca fuerte y cuando habla deja caer frases como quien deja caer fósforos cerca de un charco de nafta.

Gastón llegó unos minutos después. Traía bajo el brazo una carpeta de expedientes como si no fuera feriado, como si siempre estuviera en funciones. Aunque anotaba todo en su cabeza de escribiente ascendido a juez de facto. Sus amigos le dicen Magistrado porque, si bien solo es secretario de un juzgado, su juez no va nunca y él hace todo el trabajo.

-Nos cerraron la sede -dijo apenas los vio-. Esto no puede ser legal.

-¿Vos querés presentar una cautelar para que nos sirvan café? -se burló el Grandote. Él, que oficialmente dice ser "asesor legislativo", aunque todos saben que es lobista, sabe de conectar hilos invisibles. 

-Podría -respondió Gastón serio-. Pero lo que no puedo creer es que no avisaron. A mí nadie me notificó.

-Porque vos pensás que el mundo gira con cédulas -saltó el flaco-. No todo pasa por Tribunales, Gastón.

Se quedaron un rato parados frente a la puerta. No era sólo un café. Era la mesa redonda donde se cruzaban rumores, se cocinaban teorías y, de vez en cuando, se tiraban anzuelos para ver quién mordía. 

-¿Vamos a otro lado? -preguntó el flaco, aunque en el fondo sabía que no era lo mismo. Pero estaba acostumbrado a cambiar de lugar 'según la ocasión'. Como todo político profesional, con apellido reciclado, se encargaba de exagerar o de minimizar lo que convenía y de saltar de boleta en boleta. Con sus genes llevando siempre los dedos en 'v', nunca aceptaba un no definitivo. Caminó unos pasos y se dio vuelta.

-Che, pasé por una estación de servicio abierta. Tiene cafetería y Wi-Fi.

El grandote arrugó la cara, como si le hubieran ofrecido un café instantáneo en vaso de telgopor.

-¿En una estación de servicio? ¿Después de veinte años acá?

-Hoy es un día excepcional -dijo Gastón con tono de dictamen-. La costumbre no puede estar por encima de la necesidad. Y yo necesito un café.

Caminaron unas cuadras entre comentarios sobre si les recibirían dólares en ese lugar, en un futuro próximo; ahora que Toto quiere fomentar el uso de los verdes en las transacciones cotidianas, y sobre cómo les darían el vuelto. Cuando llegaron a la estación, la cafetería estaba casi vacía, salvo por dos mochileros cargando sus celulares y un chofer de remis que miraba Crónica sin parpadear. Pidieron un cortado, un café chico y un café con leche y eligieron la mesa más alejada de la tele. 

- El único lugar abierto y casi vacío - murmuró el Grandote- y mientras tanto, tus amigos del sindicato -dijo mirando al flaco- bajo el pretexto de velar por los derechos laborales, andan de cacería y amenazando con asfixiar a los mismos negocios que sostienen las fuentes de trabajo que ellos dicen defender. Un amigo gastronómico me contó que los tratan como si fueran delincuentes, cuando están haciendo malabares para pagar sueldos y mantener los locales abiertos. 

- Eso, sin contar con lo que hacen desde la Secretaría de Trabajo - agregó Gastón- parece que los inspectores no se enteraron de la Ley Bases y de los decretos del año pasado que crearon el PADIC, el nuevo programa de incorporación de `colaboradores independientes monotributistas'. No lo quieren entender. Exigen igual a los emprendedores que registren a sus colaboradores como personal de nómina. Esos sí que no la ven.

- Peor los de ATM -sumó el Flaco- un amigo comerciante se comió una multa de 135 lucas porque se le habían acabado las facturas del talonario `de resguardo'. En la época de la facturación electrónica y del envío de comprobantes por whatsapp, ellos siguen exigiendo un viejo talonario, con carbónico, duplicado y tapa amarilla. Viven en el siglo pasado. El mismo jefe de fiscalización, mi amigo fue a hablar con él, le dijo que la próxima vez 'saque cagando' a los inspectores y que lo llame a él por teléfono. 

Bueno, si no viene el Innombrable, por lo menos podemos hablar sin medir las palabras -dijo Gastón mientras revolvía su pocillo.

-Tampoco tanto -murmuró el grandote-. Siempre hay alguien escuchando. En las estaciones hay más micrófonos que nafta. Y hoy, con un cuatro por ciento menos.

-No seas paranoico -rió Gastón-. Igual, si estuviera el Innombrable, no estaríamos ni acá. Estaríamos en una oficina con sillones de cuero, buen café y whisky importado.

-O en el Cuarto Piso -agregó el flaco-. Hablando de café, dicen que movió un par de piezas y cerró algo grande. No por tanto por tamaño ni facturación directa, sino por la indirecta, los vínculos y la llegada.

-¿Otro negocio para la sobrina? -preguntó el grandote.

Gastón lo miró serio.

-¿Dijiste "sobrina"? ¿Vos sabés lo que significa eso, no?

El grandote se quedó en silencio. Esa palabra estaba prohibida en ese contexto. El innombrable tenía muchos parientes, pero una sola era "la sobrina". Y nadie, tampoco, la nombraba. 

Entonces, sin querer, todos se quedaron en silencio. Y en ese silencio, el flaco recibió un mensaje. Lo leyó, abrió demás los ojos, y lo apoyó boca abajo sobre la mesa.

-¿Qué pasó? -preguntó Gastón.

-Nada. Un mensaje del Innombrable. Dice: "No hablen más de mi sobrina".

El mensaje congeló el aire. Nadie hablaba, ni siquiera el televisor de Crónica, que parecía haberse quedado sin titulares urgentes. En la mesa de la estación de servicio, el café se volvía apenas un decorado de porcelana.

El grandote, que rara vez se inquietaba, revisaba el techo como si buscara cámaras ocultas. Gastón volvió a su carpeta de expedientes como si el trámite judicial más anodino pudiera devolverle el equilibrio. El flaco, con los ojos en el celular, soltó una carcajada que retumbó en todo el salón. 

-No, estoy hueveando-dijo el flaco-. El mensaje es aún peor, dice que llega en cinco minutos y pide que le guardemos un lugar en la mesa.

El grandote se enderezó como si le hubieran apretado una vértebra y luego se recostó en la silla, tras un largo suspiro de alivio.

Cinco minutos después, la puerta automática del lugar se abrió con un silbido breve. Y ahí estaba él. Traje oscuro y corbata delgada, se acercó a la mesa con una media sonrisa y preguntó: "¿Nos mudamos de sede?".

-Nos cerró Aldo. Día del Trabajador -explicó Gastón.

-Y vinimos a cumplir igual -añadió el flaco-. No somos de los que se borran en los feriados.

El innombrable tomó asiento, pidió un cortado con voz baja pero firme, y miró alrededor.

-Bien. Les agradezco-dijo-. Porque hay cosas que no pueden esperar.

Gastón asintió con gesto protocolar. El grandote fingió revisar algo en su celular. El flaco esperaba la bomba, porque cuando el Innombrable sonreía de esa manera, siempre traía algo de peso.

Y entonces, como si nada, sacó de su bolsillo una hoja doblada. La desplegó y la dejó sobre la mesa.

-Esto es el esquema completo -dijo-. Contratos, intermediarios y hasta las facturas.

Los tres lo miraron como si acabara de poner un arma sobre la mesa.

-Esto es dinamita -murmuró el flaco.

-Esto es motosierra y limpieza -corrigió el Innombrable.

La estación, de pronto, dejó de ser un lugar improvisado. Era, claramente, la nueva sala de guerra. Lo que vino después fue ese momento incómodo, cuando todos sienten que están parados al borde de algo, pero todavía no se tiran.

Fue Gastón quien rompió el clima: -¿Lo vieron al mandamás?

Los otros tres levantaron la vista, como si les hubieran recordado un mal sueño.

-Sí -dijo el flaco, sacudiendo la cabeza-. Discurso, cuatro cositas recicladas y ni una acción relevante.

-Se está quedando sin tiempo. Se le nota en la mirada -reflexionó el grandote- Ni siquiera sostiene la cámara como antes. No manda señales.

-Y en política, el que espera, pierde -cerró el flaco.

-¿Está en retirada? -preguntó Gastón, no con ingenuidad, sino con estrategia. Quería ver qué tan explícito se podía ser con ese tema en presencia del Innombrable.

Este no respondió enseguida. Apoyó la taza y se reclinó en la silla, observando a sus tres amigos como si los estuviera evaluando.

-No es para tanto -dijo al fin- Pero el sistema lo huele. Y ustedes lo saben: cuando el sistema huele debilidad, se acomoda con el que viene. Aunque el mayor problema es que nadie viene.

El Grandote asintió con la expresión resignada del que ha visto más de una transición por desgaste y señaló: "Parece como si estuviera tirando lo que le queda de nafta. Pero no alcanza. Y se le están vaciando los tanques de lealtades.

-¿Creés que hay que empujarlo? -preguntó el flaco.

-No, jamás -respondió el innombrable con voz firme-.Hay que estar listos para lo nuevo Y eso será antes de lo que todos creen.

Gastón cerró su carpeta como quien cierra una sesión. El grandote miró su celular: cinco llamadas perdidas de un senador. El flaco, en cambio, parecía entusiasmado, como si hubiera empezado a delinear un mapa mental con rutas alternativas.

-¿Quién llena el vacío? -preguntó Gastón, sabiendo que esa era la pregunta que todos evitaban.

El innombrable se levantó, se acomodó en la silla, y lanzó un lapidario "Depende de nosotros".

-Ahora... el acting sobre minería fue flojito, apuntó el flaco.

-No me lo recuerdes -dijo el grandote, con la cara de quien tuvo que ver el discurso completo por obligación profesional.

Gastón, que rara vez opinaba de lo simbólico, se animó.

-Y ni una línea sobre la licencia social. Ni sobre los informes ambientales. Nada. Fue un guiño para la Unión.

-Para la nueva presidencia de la Unión, querrás decir -corrigió el flaco- un mensaje para el consorcio. Para que sepan que tiene vía libre.

-O para que crean que la tienen -dijo el grandote con una ceja levantada-. A veces los guiños son para distraer.

El flaco se encendió.

-No, no. Eso fue un código directo. El tipo de mensaje que no se escribe en los decretos ni en los boletines oficiales. Fue un "hacelo, pero rápido", porque sabe que no tiene mucho tiempo.

Gastón asintió.

-El problema es que no es una minera cualquiera. Tiene socios fuertes afuera empresarios de acá y operadores en todos los bloques. Ese guiño no es solo económico. Es geopolítico.

El grandote se inclinó hacia ellos, y subrayó: "Ojo que el nuevo presidente... no es cualquiera tampoco. Tiene la agenda bastante nutrida".

-¿Vos decís que ese hombre ya está moviendo fichas? -preguntó Gastón.

-Yo digo que él ya asumió que el mandamás piensa en el retiro, respondió el grandote-. Y ya empezó a pensar en quién va a administrar la próxima etapa... la etapa minera.

El flaco miró hacia la puerta como si esperara ver regresar a alguien: "Entonces esto no es solo una transición política -dijo-. Es una licitación encubierta del Poder".

Todos se quedaron en silencio, con las tazas vacías delante. En el fondo, sabían que ese jueves ya no era como los otros. No porque estuvieran en una estación de servicio. No porque el café fuera malo. Sino porque el telón había empezado a correrse, y lo que se veía detrás era mucho más oscuro de lo que esperaban.

Tras continuar la charla, por temas tan superficiales que no vale la pena contarles, se despidieron sin mucha ceremonia, sabiendo que el próximo jueves volverían al café de siempre. Al de Aldo y con la atención de Hernán. A quién también nombraron en la conversación y le desearon un "Feliz Día del Trabajador".