Programas como Good Morning America y Today lo invitaron a contar su historia, y revistas como People y Life lo llevaron a sus portadas.
En diciembre de 1984, Ryan White, un niño de 13 años de Kokomo, Indiana, recibió un diagnóstico que cambiaría su vida y, con el tiempo, la percepción mundial sobre el Sida. Nacido el 6 de diciembre de 1971 con hemofilia, una enfermedad que impide la coagulación normal de la sangre, Ryan dependía de transfusiones regulares de Factor VIII para sobrevivir. Pero una de esas transfusiones, contaminada con el virus del VIH -recién identificado un año antes-, lo convirtió en una de las primeras víctimas visibles de una pandemia que entonces aterrorizaba al mundo. Su historia, marcada por el rechazo, la lucha y un legado imborrable, comenzó en un hospital y terminó inspirando leyes y conciencias.
A principios de los 80, el Sida era un espectro temido, envuelto en mitos y estigmas. Se asociaba con homosexualidad, drogadicción y muerte segura, y los prejuicios superaban cualquier intento de las autoridades sanitarias por aclarar que el contagio ocurría solo por sangre, relaciones sexuales o de madre a hijo. La desinformación alimentaba el pánico: se creía que un estornudo, un abrazo o un vaso compartido podían propagar el virus. En este clima de paranoia, los infectados eran tratados como parias, despedidos de sus trabajos, expulsados de escuelas y, en muchos casos, abandonados por sus familias. Algunos médicos incluso se negaban a atenderlos, y las fake news corrían más rápido que la verdad.
Ryan, un chico de sonrisa tímida y carácter reservado, no encajaba en el estereotipo del "enfermo de Sida". Su infección no vino de una vida marginal, sino de un tratamiento médico que debía salvarlo. Tras semanas de fatiga y problemas respiratorios, los médicos del hospital infantil James Whitcomb Riley, en Indianápolis, le diagnosticaron una neumonía rara, típica en pacientes con Sida. Estuvo internado casi dos meses, pero sobrevivió. Sin embargo, al intentar retomar su vida, se topó con un enemigo más duro que la enfermedad: el rechazo social.
En 1985, cuando intentó regresar al Colegio Western de Kokomo, las autoridades escolares le prohibieron la entrada. A pesar de las evidencias científicas que descartaban el contagio casual, 117 padres y 50 profesores firmaron una petición para mantenerlo fuera, temiendo que pusiera en riesgo a los demás estudiantes. El director, James O. Smith, justificó la decisión: "Tenemos que proteger a los otros niños". La familia White demandó al colegio, pero el tribunal local se negó a intervenir. Mientras tanto, la comunidad de Kokomo se volvió hostil: pintadas ofensivas aparecieron en su casa, les arrojaron huevos y circularon rumores absurdos, como que Ryan escupía en supermercados para infectar a otros.
El acoso escaló hasta lo insostenible. Una noche, una bala atravesó una ventana de su hogar y se incrustó en la pared del comedor. Sin más opción, la familia -Ryan, su madre Hale y su hermana- se mudó a Cicero, un pueblo más pequeño donde la secundaria Hamilton Heights lo recibió sin objeciones. Allí, Ryan pudo terminar sus estudios, pero su lucha ya había trascendido su vida personal.
Ryan White junto a Elton John, una de las estrellas que se acercó al niño y le dio apoyo por el modo en que había encarado la lucha contra el Sida
A medida que su caso ganaba atención mediática, Ryan se convirtió en un símbolo involuntario. Programas como Good Morning America y Today lo invitaron a contar su historia, y revistas como People y Life lo llevaron a sus portadas. Con su madre a su lado, aprovechó cada oportunidad para desmentir mitos y educar sobre el Sida. Su mensaje era claro: no era la persona, sino la enfermedad, lo que debía temerse. Su valentía atrajo a figuras como Elton John, quien ayudó a la familia a comprar una casa en Cicero, y Michael Jackson, que le regaló un Mustang rojo. Aunque aceptaba estos gestos, Ryan insistía en ser "normal": trabajó en una tienda por 3 dólares la hora, orgulloso de ganar su propio dinero.
El 29 de marzo de 1990, meses antes de graduarse, una infección respiratoria lo llevó de nuevo al hospital Riley. Sedado y con respiración asistida, murió el 8 de abril, a los 18 años. Su funeral en Indianápolis reunió a 1.500 personas, incluyendo a Elton John, y fue transmitido en vivo por televisión nacional. Ronald Reagan, entonces ex presidente, lo despidió con palabras que reflejaban su impacto: "Ryan nos enseñó a ser compasivos y tolerantes. Es la enfermedad lo que da miedo, no las personas que la tienen".
El legado de Ryan White perdura. En 1991, el Congreso de EE.UU. aprobó el acta Ryan White CARE, destinando fondos para asistir a comunidades afectadas por el Sida, especialmente a quienes carecen de recursos médicos. Elton John fundó una organización en su honor, y su madre, Hale, sigue abogando por una visión humana de la enfermedad: "Ryan decía que el miedo viene de la ignorancia. Hay que educar desde la experiencia, no desde estadísticas". Desde su muerte en 1990 hasta hoy, Ryan sigue siendo un faro de empatía en una pandemia que, gracias a él, empezó a verse con otros ojos.