Durante los últimos 20 años el destino de la Argentina se viene debatiendo entre dos modelos: kirchnerismo o libertad. En este 2025 el Partido del Estado siente que puede recibir un golpe de nocaut y por eso es más peligroso que nunca
El presidente Milei fue muy preciso al describir, en sus reiteradas apariciones públicas, las dos fuerzas en pugna por la conducción del país. Por un lado, está la fuerza de la vieja política, la del Partido del Estado, cuya expresión final y más perfecta es el kirchnerismo. Saquearon las arcas públicas para financiar sus proyectos políticos y devoraron los stocks para solventar sus políticas populistas. Tanto así que, en 2023, el entonces ministro de Economía y candidato presidencial, Sergio Massa, emitió 13 puntos del PBI para ganar una elección. Y fracasó. Porque, aunque dejaron tierra arrasada en el Banco Central y en el Tesoro, con una economía en ebullición por el 1.020% de inflación acumulada en cuatro años y con un sector productivo ahogado por el yugo opresor de un Estado orwelliano, no pudieron vencer la esperanza de una sociedad que todavía sueña con vivir en un país normal.
En estas dos décadas hubo distintos atisbos de oposición que intentaron representar, con luces y sombras, el concepto de libertad. Pero ninguna lo hizo con más fuerza que La Libertad Avanza. El diagnóstico de partida es muy claro y es su diferencial frente a cualquier otro intento de oposición: para cambiar hay que ir a fondo. Si el cambio es gradual, se queda a mitad de camino. Y si queda a mitad de camino, no es cambio, es continuidad.
La prueba está en los hechos. Asumimos el gobierno con la peor herencia jamás recibida. 211% de inflación anual y 60% de los chicos en la pobreza. Más de 42.000 millones de dólares de deuda con importadores. 15 puntos del PBI de déficit (5 del Tesoro y 10 del BCRA). 8.000 piquetes por año. Sindicatos sedientos de conflicto y promesas de helicóptero a pocas semanas de haber tomado posesión del poder. Hoy, 15 meses después, la inflación se desplomó y tiene su certificado de defunción firmado. La planta de empleados públicos se redujo en más de 40.000 puestos. Se eliminaron 200 áreas de la estructura estatal. Se desregularon o eliminaron más de 480 normativas y hay 30 mercados que hoy son más libres que antes. También se alcanzó el equilibrio fiscal y la historia de los piquetes es cosa del pasado.
¿Qué quiero decir con esto? Milei es el único presidente que cumplió. La diferencia respecto a todos los anteriores es que la confianza en su palabra no radica en sus promesas, sino en sus objetivos cumplidos. Que la palabra de un presidente vuelva a tener valor es una rareza absoluta. Uno se pregunta por qué pasó esto. Cuál es el error en la matrix. Y quizás sea porque es un presidente que no viene de la política. Quizás hacía falta que viniera alguien de afuera para romper el statu quo y cumplir, de una vez por todas, con lo prometido a los argentinos.
Aunque esto parezca evidente a la vista del ciudadano de a pie, no parece serlo a la vista de los políticos. Incluso a la vista de aquellos que alguna vez se presentaron como una alternativa al kirchnerismo. Es el caso, particularmente, de la Ciudad de Buenos Aires. Nadie razonable niega que la Ciudad está mejor que antes de que gobernara el Pro. Pero a lo largo de 17 años de gestión del mismo signo político, el progreso se estancó y se perdió el impulso de cambio.
El gran peligro acá es que si el gobierno porteño pierde de vista que hay que ser riguroso con el rol y el tamaño del Estado, y que el dinero de los contribuyentes es sagrado y debe cuidarse, las cosas empiezan a ir para atrás. Ya aprendimos del pasado que si nos relajamos, el kirchnerismo se impone.
Hoy el Pro en la Ciudad tiene 2.609 funcionarios (un 374% más que cuando asumió la gestión). Cuenta con 298 direcciones generales, entre ellas algunas con funciones duplicadas o nombres muy pintorescos como la "Dirección General de Economía Plateada". Junto con esta expansión del gasto público, la presión impositiva se duplicó y pasó del 4,5% al 8% del Producto Bruto Geográfico en la Ciudad. En los últimos tiempos subieron el ABL, las patentes, la VTV y los peajes.
Hoy el oficialismo de la Ciudad de Buenos Aires no es un modelo lo suficientemente fuerte para replicar la voluntad de cambio que vemos en el país. Algunos se preguntarán por qué La Libertad Avanza y el Pro pueden trabajar juntos en el Congreso Nacional y no en la Ciudad. La respuesta es muy simple: la agenda a nivel nacional la compartimos. En la Ciudad, muchas veces no.
La propuesta de La Libertad Avanza para la Ciudad de Buenos Aires es muy concreta: hay que aplicar el modelo de Milei también en el Estado porteño. Nosotros no votamos subas de impuestos, no votamos expansión del Estado, ni votamos declarar el Día de la Marmota. Muy por el contrario, vamos a enviar un proyecto de ley para bajar a la mitad el ABL y el impuesto a los ingresos brutos, que hoy es incluso más alto que en la Provincia de Buenos Aires. Vamos a terminar con el desorden en las calles y para eso proponemos tipificar como delito penal la extorsión de los trapitos. Vamos a reducir el salario del Jefe de Gobierno y los principales funcionarios, como lo hicimos en el Gobierno nacional, y eliminar la pauta oficial, a la que hoy se destinan 100.000 millones de pesos por año. También vamos a aprobar la Ley Bases y el RIGI para eliminar áreas superfluas, y por ende gastos superfluos, del Estado porteño y atraer inversiones de capital privado.
Si queremos enderezar definitivamente el rumbo de este país, el cambio tiene que ser a fondo. No hay lugar para la parafernalia política. No hay medias tintas en este camino. Los argentinos ya aprendimos de las malas experiencias pasadas, donde por no ir a fondo, el cambio quedó trunco y nos hundimos en la decadencia. Hoy, después de mucho tiempo, los argentinos tienen la esperanza de un país estable y previsible, de un país libre, donde hayamos dejado atrás de una vez, y para siempre, al tren fantasma de la política que tanto daño nos causó.