El nombre de Ada Blackjack quedó marcado en la historia.
En un mundo donde el frío podía congelar hasta los sueños más firmes, una mujer llamada Ada Blackjack. Era septiembre de 1921 y, mientras muchos se habrían rendido ante la adversidad, Ada tenía un objetivo claro: conseguir la financiación necesaria para tratar a su hijo, enfermo de tuberculosis.
Cuando se embarcó en una expedición hacia las heladas aguas del Ártico, pocos podían imaginar lo que la esperaba. Tormentas implacables, hielo traicionero, noches interminables bajo temperaturas que calaban hasta los huesos: cada día era un desafío que hubiera hecho desistir a cualquier viajero común. Pero Ada no era común. Cada paso sobre la nieve era un paso más cerca de la esperanza, de salvar a su hijo y de cumplir un propósito que iba más allá de ella misma.
El Ártico no ofrecía compasión, solo pruebas. Sin embargo, Ada enfrentó soledad, miedo y condiciones extremas con una determinación que parecía imposible. Su historia no era solo de supervivencia, sino de amor y coraje, un recordatorio de que incluso en los lugares más inhóspitos, un corazón decidido puede abrir caminos donde otros solo ven hielo.
Hoy, más de un siglo después, la vida de Ada Blackjack sigue siendo un canto a la valentía y a la resiliencia, una lección de cómo la fuerza de una madre puede desafiar cualquier frontera, incluso las más gélidas del planeta.

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