Cónclave, dirigida por el alemán Edward Berger, fue una de las diez nominadas a Mejor película en los Oscar 2025 y está disponible en streaming
Por momentos parece un capítulo extraviado de House of Cards. En otros, un capítulo especialmente barroco de Gran Hermano. Pero en realidad, Cónclave es una película que, con vestiduras cardenalicias y crucifijos relucientes, se anima a meter el dedo en la llaga de una de las instituciones más herméticas del mundo: la Iglesia Católica. Dirigida por Edward Berger -el mismo de la cruda Sin novedad en el frente-, esta producción nominada a múltiples premios Oscar se revela como un ejercicio cinematográfico ambicioso, que oscila entre la crítica soterrada, la intriga palaciega y un guion con ritmo de best seller de aeropuerto.
Disponible en Amazon Prime Video, Cónclave llega en un momento que bordea lo profético: la ficción imagina lo que podría suceder tras la muerte de un Papa... justo cuando el mundo asiste, incrédulo, al fallecimiento del verdadero. En su primera escena, el Pontífice muere, y los cardenales se encierran para elegir a su sucesor. Hasta ahí, todo parece proceder con liturgia y solemnidad. Pero pronto el guion da paso a un drama político donde los rosarios se convierten en dagas simbólicas.
El encargado de conducir esta guerra no tan santa es el cardenal Lawrence, interpretado con contención y cansancio existencial por Ralph Fiennes. Su personaje carga la pesada cruz de la responsabilidad y la duda, entre la promesa de una vida de retiro y los secretos que le dejó el difunto Papa. Su mirada será el lente a través del cual el espectador recorrerá el laberinto vaticano, en un relato que expone rivalidades, alianzas, filtraciones externas y juegos de poder que no tienen nada que envidiarle a una interna política de alto voltaje.
Los contendientes por el trono de Pedro representan estereotipos ideológicos claramente delineados: desde el ultraconservador italiano que quiere devolver el latín y las cruzadas, hasta el estadounidense progresista que intenta empujar a la Iglesia al siglo XXI. Entre ellos, se cuela una batalla que habla menos de espiritualidad que de estrategia, menos de fe que de ambición. Y la película lo sabe. Por eso, cada escena tiene algo de coreografía ritual y algo de jugada de ajedrez.
Cónclave está basada en una novela que podríamos llamar "sagrada" para los devoradores de thrillers eclesiásticos. Y su adaptación cinematográfica no escatima en giros narrativos ni en misterios a punto de estallar. Con un tono de investigación que coquetea con Dan Brown, pero con una dirección mucho más refinada, Berger logra lo que parecía imposible: convertir una elección papal en un espectáculo de suspenso coral y visualmente fastuoso.
El elenco está a la altura del desafío. Además de Fiennes, brillan Isabella Rossellini y Sergio Castellitto, actores capaces de darle humanidad a personajes que podrían haber sido caricaturas. A su alrededor, la puesta en escena es impecable: desde los vitrales hasta los cantos gregorianos, todo en Cónclave luce como una superproducción que, sin embargo, nunca pierde de vista el conflicto íntimo.
Eso sí, la película no logra resolver del todo su doble identidad. Por un lado, se viste de thriller con ropaje de Oscar, preocupado por capturar la atención del espectador con sorpresas y tensión constante. Por el otro, intenta reflexionar sobre los dilemas de la fe, la política religiosa y los peligros del dogmatismo. Entre la intriga y la profundidad, Cónclave parece debatirse entre dos almas. Y aunque ninguna termina de imponerse, el resultado sigue siendo digno de atención.
En tiempos donde las películas candidatas a los Oscar parecen competir tanto por sus méritos artísticos como por las controversias que las rodean -desde el uso de inteligencia artificial hasta escándalos en redes sociales-, Cónclave podría emerger como ese candidato silencioso que, sin hacer mucho ruido, logra captar el consenso. Como si en vez de una estatuilla dorada, también ella aspirara a una fumata blanca.
Bergoglio se mostró agradecido por poder darse su último baño de masas el domingo de Pascua; "No sufrió, todo sucedió rápido", señalaron las personas que estuvieron a su lado.