Una iniciativa similar tuvo lugar en España hace un mes, cuando el músico Xavibo se encerró durante 13 días en un escaparate aislado ("aprendiendo a estar solo", según sus palabras) y transmitió su experiencia en directo por YouTube las 24 horas. Sin embargo, la *performance* de Carpenter y Massillon presenta una crudeza mayor: una celda vacía con un colchón sucio, una mesa metálica y un teléfono. Carpenter, vestido con un uniforme de preso, ingresó el 6 de junio y pasó 72 horas dentro. No hay dramatización ni espectáculo, solo la crudeza del encierro. El público pudo observarlo desde una sala contigua, a través de un cristal unidireccional, sin posibilidad de interacción.
Ni Massillon ni Carpenter han estado en prisión, pero ambos crecieron en Washington D.C., una ciudad con una de las tasas de encarcelamiento más altas del país, especialmente entre la población negra, según *The Guardian*. La obra no surge de la experiencia directa, sino de la observación constante del daño estructural que el sistema penal provoca en comunidades enteras. Su objetivo es convertir esa violencia invisible en una experiencia tangible, una interpelación directa al espectador.
Durante su confinamiento de tres días, Carpenter realizó obras con materiales rudimentarios, transformando cepillos de dientes desechables (como los que se convierten en armas improvisadas en las cárceles) en esculturas simbólicas, como relojes de arena construidos con virutas. Al terminar, el uniforme que vistió se incorporará a la exposición como testimonio de lo vivido. La instalación, abierta hasta el 8 de junio en la Harlesden High Street Gallery, destina el 15% de sus ingresos a organizaciones dedicadas a la justicia social y la educación para personas presas, como la DC Access to Justice Foundation. Esta dimensión activista refuerza la vocación política del proyecto, que pretende ir más allá de la reflexión estética.
"Cell 72" también busca desmontar la romantización de la cárcel presente en ciertas narrativas culturales, desde el cine hasta la música urbana. "La prisión se ha convertido en un símbolo de estatus en algunas culturas musicales", advierte Carpenter. "Pero para quienes la han vivido -o la temen, como nosotros- es una experiencia devastadora". En ese sentido, la obra no solo denuncia, sino que confronta clichés populares profundamente arraigados. Massillon cita como referente directo al artista alemán Joseph Beuys y su acción "I Like America and America Likes Me", en la que convivió tres días con un coyote. "Mi coyote es la prisión", asegura. "Enfrentarlo así, desde el arte, es una forma de mirar al abismo sin que te trague". Carpenter comparte esa idea: el encierro simulado no busca espectáculo, sino impacto emocional y conciencia política.
La pregunta que flota tras los cristales de la galería es incómoda pero eficaz: ¿por qué nos perturba tanto ver a alguien encerrado durante tres días, cuando miles de personas cumplen años (incluso décadas) en condiciones mucho peores, lejos de cualquier mirada pública? "Cell 72" no da respuestas, pero obliga a hacerse las preguntas adecuadas.adas.