Estas muestras podrán visitarse de martes a domingos de 9 a 20 en la sede del imponente museo de la calle Emilio Civit 348, Ciudad.
El viernes 13, a las 20, quedarán habilitadas las muestras “Hábitat”, de Carlos Escoriza y “El universo está al costado del sendero”, de Germán Álvarez en el Espacio B del Museo Carlos Alonso – Mansión Stoppel.
Además, presentarán “Carbonillas del tiempo”, dibujos que fueron realizados en vivo en el marco del cierre de la exposición “El viaje interior. Guanacache” de Fidel Roig Matóns, realizada en 2022 en el Carlos Alonso. Escoriza y Álvarez realizaron una fogata que les brindó las carbonillas con las que plasmaron estos paisajes que veremos sobre el papel que estará adosado al muro exterior del museo.
Son paisajes del secano lavallino que realizaron para esa ocasión, pero esta vez teniendo en mente mostrar la conclusión de esta acción, luego de dos años en los cuales ambos artistas hicieron sus propias exploraciones individuales.
Estas muestras podrán visitarse de martes a domingos de 9 a 20 en la sede del imponente museo de la calle Emilio Civit 348, Ciudad.
Carlos Escoriza nació en Mendoza, en 1976 e inició sus estudios en Artes muy temprano, a los 11 años en el Centro Polivalente de Arte de San Rafael. Luego, estudió arte dramático en la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Nacional de Cuyo y estudió danza contemporánea en el Estudio Fusari. En 2005, es invitado por la Opus Gallery para exhibir sus obras en Cleveland, Ohio, Estados Unidos. En 2008 viajó a Suiza para estudiar con la artista Sadhyo Niederberger. Luego, residió y trabajó dos meses en Barcelona donde expuso en la galería Original.
En 2010, 2011 y 2013 obtuvo la beca del Fondo Nacional de las Artes para estudiar con Roberto Echen, Esteban Álvarez y Rafael Cipollini. Creó el espacio de visualización y experimentación artística “Bitácora”. Integra el colectivo artístico Nicola Tourett junto a Sebastián Barrera con el cual ganaron el premio “Intervenciones Urbanas 2011”. Colaboró con la Galería de Sara García Uriburu. Fue seleccionado en el programa Plataforma Futuro 2017. Ha realizado exposiciones individuales en el Museo Municipal de Arte Moderno – MMAMM y en el Espacio Contemporáneo de Arte – ECA. También, obtuvo varios premios nacionales y provinciales.
Sus obras han sido adquiridas por coleccionistas de Estados Unidos y España. Desde el año 2019, ha participado realizando los guiones y dirección de la Fiesta de la Vendimia de Guaymallén y el Festival de la Luz. Actualmente, este artista multifacético que desarrolla su labor en las disciplinas del teatro, danza y gestión, vive y trabaja en su taller ubicado en El Bermejo, cuna de artistas y artesanos de Mendoza.
En esta serie, Carlos Escoriza nos invita a explorar paisajes, donde los límites entre la ?gura humana y el entorno natural, se disuelven. Sus lienzos monocromáticos parecen ser un recuerdo desdibujado, una reminiscencia, una evocación de las experiencias vividas en las expediciones realizadas por el propio artista en lo profundo de la naturaleza. Nos encontramos también frente a una invitación a regresar a estos paisajes naturales para verlos nuevamente con el esplendor de su propio color.
Los seres que habitan estos paisajes parecen estar en busca de algo más allá de lo ordinario, tal vez una forma de evasión o un anhelo de retornar a un paraíso perdido. En esta serie, la naturaleza es un espejismo distante, una escenografía, una simulación de la realidad. Estamos frente a una naturaleza en blanco y negro que aparenta ser un tapiz o un tejido con pequeñas “fracturas” o “imperfecciones” en su trama que nos habla de la factura artesanal de la obra. Vemos la mano de Escoriza, que fue llenando línea tras línea los registros. Al acercarnos notamos una textura que nos recuerda a los códigos de barras.
La elección del monocromatismo, tanto en la espesa vegetación como en la representación de estos peregrinos que están inmersos en ella, refuerza esta idea de permeabilidad y ambigüedad, creando un espacio visual que invita al espectador a acercarse y al mismo tiempo, tomar cierta distancia para entender las formas que se despliegan sobre los bastidores.
Germán Álvarez, nació en Mendoza, en 1968, comenzó con una enseñanza técnica y llego a estudiar Ingeniería, mientras tanto, asistía a Talleres de Arte.
A partir de 1990, empezó sus estudios en Artes Visuales en la Universidad Nacional de Cuyo, formado en Dibujo y Pintura. Desde el año 1992, comienza a exponer.
Quince distinciones y becas avalan su trayectoria, en 2004 obtiene el Primer Premio de Pintura Regional Oeste del Premio Rioplatense de Artes Visuales y en 2007, es finalista del Premio Argentino de Artes Visuales, entre otras. Fue becado por la Fundación Antorchas y por el Fondo Nacional de las Artes, en dos oportunidades.
Su trabajo ha sido adquirido por coleccionistas en Argentina, Chile, España y Estados Unidos, también se encuentra en colecciones públicas del Museo Municipal de Arte Moderno de Mendoza y del Museo Castagnino-Macro Rosario Santa Fe.
Paralelamente a su carrera artística, ha desarrollado una labor como ilustrador independiente, en diferentes medios.
En esta exposición, Germán Álvarez nos transporta a un mundo donde la naturaleza se manifiesta como un paisaje denso y lleno de misterio. Sus obras, realizadas sobre lonas publicitarias recuperadas, presentan a un ser solitario, un rabdomante, que explora un entorno donde lo ordinario se convierte en extraordinario. El rabdomante, un adivino capaz de descubrir la ubicación de aguas o bienes ocultos bajo tierra, se convierte aquí en un símbolo de una búsqueda más profunda y simbólica; la exploración de la libertad, el amor, la transformación.
El paisaje es espeso y vibrante, pero lejos de ser intimidante, emana una sensación de calma y profundidad al observarlo. Cada escena está imbuida de una serenidad que contrasta con la densidad visual del entorno. Vemos portales siameses que se esconden entre la vegetación, sugiriendo la existencia de dimensiones ocultas y realidades alternativas y complementarias. Los portales se abren a senderos que se bifurcan, a dos caminos posibles, convergentes o divergentes.
El espesor de la naturaleza no se siente impenetrable, como un obstáculo, sino como un mágico telón de fondo que enmarca el viaje de este explorador. Este ser, con su presencia solitaria, se convierte en símbolo de la curiosidad y el descubrimiento; una presencia con quien lo extraordinario puede estar al alcance de una mirada atenta, con quien los misterios finalmente se revelan. De esta manera, el paisaje actúa como un reflejo de la exploración interna y externa del ser. El paisaje se consolida como metáfora de este proceso.