La esposa de Pedro Sánchez es investigada por corrupción. Y la ex consorte de Alberto Fernández denunció al ex presidente de Argentina por violencia de género. El deterioro de dos modelos políticos.
El ex presidente argentino, el peronista Alberto Fernández, fue acusado por Fabiola Yáñez, su ex pareja y madre de su hijo Francisco, de violencia de género y amenazas.
La mujer describió a su ex marido como "terrorista psicológico" en una denuncia presentada ante un juez federal en la Argentina.
Pero, comencemos por el principio. Toda la cuestión surgió en el marco de otra causa judicial que investiga un caso de corrupción en el que Fernández estaría seriamente comprometido.
Entre las acciones relativas a esa causa, se le secuestró el teléfono móvil a quien fuera durante años la secretaria personal del ex mandatario.
Una vez inspeccionado el teléfono, y además de chats muy comprometedores ligados al cobro de pingües comisiones, el juez de la causa se encontró con un impactante contenido.
Para empezar, chats de la secretaria de Fernández con Fabiola, en los cuales esta última relataba los maltratos de los que habría sido objeto y le pedía ayuda para que se detuvieran.
Pero, además, adjuntaba fotos y vídeos que la mostraban en muy mala condición física por los golpes que le habría propinado el ex presidente argentino. Según los testimonios de los periodistas que tuvieron acceso a los documentos, las imágenes serían impactantes.
Todo indica que esto recién empieza y que la situación del dirigente peronista, tanto en la causa de violencia de género y amenazas como en la causa por corrupción, es sumamente comprometida.
Además, su soledad política es absoluta y el repudio social hacia su figura es muy extenso.
Por eso, no sería raro que Fernández se convierta en el "pato de la boda", el que pague por todos los desastres ocurridos en Argentina en los últimos veinte años bajo el kirchnerismo.
La cárcel no es un fantasma lejano para Alberto Fernández.
Pero parte del drama también transcurre en España, donde reside Fabiola Yáñez y desde donde hizo la declaración judicial.
Cuando el juez le otorgó la orden de restricción y prohibió a Fernández salir del país, lo hizo para preservar la seguridad de su , que reside en Madrid y adonde Fernández solía ir para ver a su hijo.
Según los medios de prensa, la ex primera dama no quiere volver a su país, al igual que otra antecesora suya, Isabel, viuda de Perón, que aún sigue su vida en la ciudad de Madrid.
Pero no es solo una cuestión de jurisdicciones. El escándalo de las esposas parece unir Argentina y España desde un lugar poco habitual.
Meses atrás, cuando el presidente argentino Javier Milei visitó la capital española, se produjo un gran enfrentamiento con Pedro Sánchez por la situación de Begoña Gómez, la esposa del jefe de gobierno español, que también está acusada de corrupción y tráfico de influencias.
Además, Begoña estaría complicada por la obtención de una cátedra extraordinaria en la Universidad Complutense de Madrid, que habría servido para los fines por los cuales fue denunciada.
Curiosamente, periodistas argentinos afirmaron que la manutención que Alberto Fernández realizaba a su ex pareja se cobraba a través de una universidad española, en la cual el mismo ex presidente manifestó tener un contrato de trabajo. Seguramente este será un tema que tomará mayor importancia en los próximos días.
Hace tiempo que la alianza de la política de la izquierda, los intelectuales y las universidades ha dejado de ser una relación meramente académica.
En Argentina y en España, el edificio del relato dominante no solo lo construyeron los políticos. Y sus arquitectos han sido muy bien pagos.
Más allá de las idas y vueltas judiciales y del camino que tomen las causas de Begoña y Fabiola, Sánchez y Fernández se encuentran en trances similares, aunque no simultáneos.
Fernández ya fue expulsado del paraíso. Sánchez, como el dinosaurio de Augusto Monterroso, todavía está allí.
Ambos fueron y son parte de la construcción de un proyecto de izquierda sostenido en discursos valóricos y en la utilización de esos relatos como armas arrojadizas.
Esto servía no solo para redefinir la propia identidad partidaria del PSOE y del peronismo, sino también para excluir del consenso democrático a aquellas personas que la corrección política eligiera como blanco (y que intentaran disputar partes del poder a los príncipes y sus organizaciones).
El peronismo fue el adalid de la cuestión de género y los derechos humanos contra la dictadura.
Por eso, en 15 días, el apoyo a Maduro y la denuncia por violencia contra Fernández son un golpe directo al corazón.
Mientras Fernández se mostraba a sí mismo como el primer feminista y hasta anunció que había puesto fin al patriarcado en Argentina, cuando su ex pareja fue a pedir ayuda al Ministerio de la Mujer, no fue atendida por la ministra del área.
Ahora que el kirchnerismo ha caído en desgracia, las cosas de las que se vanagloriaba comienzan a ser desmentidas por la realidad. Una a una están siendo derruidas por lo que realmente construyeron.
En pocos meses, no solo Alberto Fernández fue acusado; también el periodista e ícono mediático del kirchnerismo Pedro Brieger, el todopoderoso gobernador de Tucumán José Alperovich, y el igualmente poderoso intendente de La Matanza Fernando Espinoza.
Todos ellos por distintos tipos de violencia y abusos que eran conocidos en los entornos del partido, incluidas las voceras del feminismo peronista.
A la lista se pueden agregar otros dirigentes y femicidios que fueron invisibilizados por las huestes de Cristina Kirchner, solo por cuestiones de afinidad política.
Pedro Sánchez está unos pasos atrás, como un Frank Underwood que aún se sostiene con intrigas y sin triunfos electorales.
Sobre todo sin lealtades y con un solo mantra: permanecer en el poder.
Todos sus discursos de valores también se desmoronaron con la amnistía, el desprecio por las formas institucionales, la corrupción, los ataques a la justicia, el intento de controlar la prensa, el antisemitismo y el apoyo al régimen de Maduro.
La política no es fácil; muchos dicen que es cruel, sobre todo cuando las cosas empiezan a salir mal. Cuando el favor popular, las sonrisas mediáticas y los aplausos nacionales e internacionales comienzan a agotarse, y solo quedan migajas del poder que antes se tuvo.
Hay una frase popular que dice: "El poder desgasta. sobre todo a los que no lo tienen", y se podría decir también que fulmina a aquellos que más lo tuvieron y abusaron de él.
Alberto ya está ahí. La historia está esperando a que llegue Pedro.
(*) Fernando Pedrosa es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Buenos Aires