Una presión arterial elevada es un problema que no respeta sexo. Sin embargo, en ocasiones, puede confundirse con otras condiciones de salud femenina. Allí se pueden ver dos números: sistólico (cuando el corazón late) y diastólico (reposo entre latidos), los cuales deben ser menores de 120 y 80, respectivamente, para considerarse normales.
Se habla de hipertensión arterial cuando la presión está elevada y es lo suficientemente alta para causar problemas de salud. Se considera así a partir de una medición sistólica entre 130 y 139 mm Hg, y diastólica entre 80 y 89 mm Hg.
Puede afectar a hombres, mujeres, adultos e incluso niños. Pese a esto, suele pensarse que afecta en menor medida a las mujeres, algo falso, pues casi la mitad de los adultos con esta condición pertenecen a este grupo. Existen diferentes factores que pueden aumentar su riesgo de desarrollar hipertensión en las mujeres, por lo que es importante no ignorarlo.
No hacerlo puede dar lugar a cardiopatías, como infartos al miocardio, accidentes cerebrovasculares, entre otras complicaciones. Ha sido nombrada un “asesino silencioso”, ya que muchas veces no presenta síntomas, incluso con niveles muy elevados de presión arterial, por lo que la mejor forma de identificarla es a través de los chequeos regulares.
Cuando hay síntomas, en general se considera que son similares en cualquier paciente, sin importar el sexo. Sin embargo, algunos síntomas de presión arterial alta en mujeres, son: fatiga, dificultad para respirar y molestias en el pecho.
Es aquí donde nace el problema, pues suelen confundirse con estrés, ansiedad e incluso signos de menopausia. Por lo tanto, es mejor no esperar a que los síntomas aparezcan y realizar una medición de la presión cada dos años, a partir de los 18 años, y una vez al año, si tenés 40 años o más, o un riesgo elevado de presión arterial alta.
De igual modo, es importante tener en cuenta otros síntomas que podrían aparecer, sin importar el sexo, como dolor de cabeza, sangrado nasal, mareos, enrojecimiento en la piel y manchas rojas en los ojos.
Existen factores generales que pueden aumentar el riesgo de padecer hipertensión. Entre estos la edad, debido a que los vasos sanguíneos aumentan su grosor y rigidez de forma natural con el tiempo, por lo que es más frecuente en hombres de alrededor de 64 años y mujeres de 65 años.
Los antecedentes familiares y la genética, así como la alimentación poco saludable, beber demasiado alcohol o cafeína, no hacer suficiente actividad física, fumar, consumir drogas ilegales, no tener suficientes horas de sueño, algunos padecimientos y medicamentos, pueden influir.
Sin embargo, cuando hablamos específicamente de las mujeres, existen otros que intervienen, como el embarazo, el uso de anticonceptivos o los cambios en el cuerpo cercana la menopausia.
Se ha descubierto una relación entre píldoras anticonceptivas y el aumento de la presión arterial en algunas mujeres. La probabilidad aumenta si hay sobrepeso, enfermedades renales o antecedentes de hipertensión familiar.
Es por eso que ningún anticonceptivo debe usarse sin consultar a tu médico y revisar tu historia clínica, de esta forma podrás elegir la mejor opción. En cuanto al embarazo, algunas que nunca han tenido hipertensión arterial, la desarrollan durante esta etapa. Esto es lo que se conoce con preeclampsia, la cual solo algunas gestantes desarrollan.
El problema es que, no controlarla, puede dar pie a diferentes complicaciones. Afortunadamente, en la mayoría de los casos se logra el nacimiento de bebés sanos y la hipertensión desaparece después del parto.
Sea cual sea tu situación, no olvides tus chequeos regulares y, de ser diagnosticada con hipertensión arterial, llevar un control adecuado. De esta forma podés reducir el riesgo de complicaciones como un ataque cardíaco, accidente cerebrovascular, aneurisma, insuficiencia cardíaca, problemas en la función renal, pérdida de la vista, síndrome metabólico e incluso demencia u otros problemas neurológicos.
La mejor estrategia para “atacar” la hipertensión es prevenirla. Para ello, llevá un estilo de vida saludable, que incluya la alimentación, actividad física, limitar el consumo de alcohol y evitar el cigarro, mantener un peso saludable, controlar el estrés y dormir lo suficiente.