Analistas Se supo

Café con rosca: la olla sin tapa, los que se pintan de verde y el tren del que se quieren colgar todos

Todo se sabe en la mesa de un café, desde el más mínimo rumor hasta  aquellos que pueden cambiar la realidad de las cosas.

Domingo, 22 de Junio de 2025

Esa semana, el ambiente en lo de Aldo estaba distinto. Más cargado, como si el mozo hubiera barrido el piso con diarios del lunes y las paredes guardaran ecos de gritos contenidos. Llegaron los cuatro puntuales, pero sin apuro. Como si el país ya se hubiera acostumbrado a vivir con fiebre y lo urgente hubiera dejado de ser alarmante.


El Flaco, con una vieja campera de cuero y sus dedos amarillos de tabaco y peronismo, se sentó, como siempre, frente al Magistrado y a la derecha del grandote. Cada tanto, cuando hablaba de su pasado -o de su futuro, según la oportunidad-, levantaba la mano con esos dedos que hacían, casi sin darse cuenta, la V. Era un caso aparte. Había pasado por más partidos que camisas y, sin embargo, nunca parecía desentonar. Era peronista, pero también había sido progresista, liberal y hasta desarrollista según el viento. Pero su lealtad no era ideológica: era estratégica.


-Yo soy leal a mi agenda -decía, sacando una libreta vieja donde anotaba con letra chiquita nombres, fechas, cargos y promesas. Como un monje del archivo oral.


 A su lado, completando el cuadrado, se sentaba el más escurridizo de todos: el Innombrable.


-Hola muchachos -dijo apenas se sentó, mientras dejaba el celular boca abajo sobre la mesa-. Nunca se sabe quién escucha.


Todos fingían reírse, pero nadie se atrevía a nombrarlo en voz alta. A veces alguno amagaba con decirlo, como parte de un chiste o en una anécdota vieja, y otro lo interrumpía con un carraspeo o un golpe al pocillo. Era una superstición nacida del respeto y del miedo: el Innombrable estaba demasiado cerca del fuego. No hablaba mucho. Pero cuando lo hacía, todos bajaban la cabeza. Tenía el tono de quien ya sabe cómo termina todo antes de que empiece. Era un operador. Uno de los de verdad. El que conocía a los jueces antes de ser jueces, el que entraba al Círculo Rojo sin mostrar credencial. 


-La semana que viene hay cambio en Seguridad -dijo una vez, como al pasar, mientras el mozo dejaba la cuenta. Nadie le preguntó más. Al lunes siguiente, el ministro renunció.


El Magistrado, así le dicen sus amigos a Gastón, empezaba cada reunión con un resumen jurídico de la semana. Siempre traía alguna causa judicial que, aunque menor en apariencia, escondía conexiones impensadas. Le dicen Magistrado porque, si bien solo es secretario de un juzgado su juez no va nunca y él hace todo el trabajo.


El Grandote, por su parte, llegó con su clásica carpeta. Decía ser asesor legislativo, pero todos sabían que se pasaba la semana haciendo de puente entre empresas, funcionarios y algún que otro sindicato que quería negociar sin mancharse.


-Hoy estuve con los de la cooperativa esa de fibra óptica. Quieren entrar al pliego del anillo digital. Me preguntaron quién maneja la letra chica del acuerdo.


Los jueves por la tarde, en la cafetería de Aldo, eran jueves de humo de cigarrillo en la vereda, de pocillos vacíos y conspiraciones servidas con medialunas. Hablaban de política como quien habla de una familia disfuncional pero inevitable. Se peleaban por internas partidarias como si fueran cuestiones de Estado, aunque sabían que sus voces pesaban más de lo que cualquiera admitiría. No hacían política. La hacían hacer.


Nadie sabía cuánto durarían esos jueves. Pero todos sabían que, mientras siguieran viéndose ahí, algo del poder seguiría pasando por esa mesa. Aunque el país se cayera a pedazos. Aunque ya no quedara nada por gobernar. Porque en esa mesa, como en las mejores novelas políticas, lo que importaba no era el cargo, sino el dato. Y ahí, siempre, el Innombrable tenía el último.


- Hay semanas que no son semanas. Son cicatrices -dijo el flaco, apenas se sentó 


A pesar de los dos feriados, o quizás por ellos, la semana había sido un vendaval. El país parecía estar hecho de papel arrugado: crujía, se rasgaba, y ardía con cualquier chispa. Y esa tarde, los cuatro llegaron con una urgencia que ni disimulaban.


-Está presa -dijo Gastón-. Ya no es expectativa, posibilidad o amenaza. Tampoco es preventiva. Presa.


Hernán, el mozo, dejó la comanda sin decir palabra. Dos cortados en jarrito para Gastón y el innombrable, un café chico bien cargado para el flaco y una café con leche con una medialuna para el grandote.


-Se veía venir. Lo sabíamos todos. Algunos lo negaban, otros lo negociaban. Pero no hay estrategia que sobreviva a una celda. Aunque la celda sea tu propia casa.


-Ni liderazgo -dijo el Grandote, dejándose caer en la silla con un suspiro-. Esta semana vi cómo se pateaba un hormiguero: los intendentes, los militantes, los referentes, todos saliendo a los gritos, sin saber para dónde correr.


-Y todos buscando sombra -agregó el Innombrable-. Algunos ya están pidiendo pista en espacios donde hace dos semanas los escupían.


-¿Ya están tocando timbres? -ironizó el Magistrado.


-En la UCR, en los libertarios más tranquilos, hasta en el socialismo de living -dijo el Innombrable, removiendo su café-. El peronismo es una olla sin tapa. Pero ahora, sin Cristina, nadie está a la altura para agarrar el cucharón.


El Flaco asintió, con una tristeza apenas contenida. Él, que había sido leal por estrategia, sentía ahora una orfandad que ni su cinismo podía negar.


-Los sindicalistas están mirando de costado -dijo-. No quieren hacer mucho ruido. Salen a la calle, sí, pero sin convicción. Como si supieran que ya es otro el que manda.


-No quieren quedar pegados -agregó el Grandote-. Ayer estuve con un gordo importante. Me dijo: "Apoyamos, pero con distancia. No es Evita, es otra película".


Silencio. El Magistrado hojeó un expediente como si necesitara tocar algo concreto para no perderse en el caos.


-La pregunta es quién ordena ahora -dijo el Flaco, como quien lanza una botella al mar-. Si Cristina está presa, si la CGT está muda, si los intendentes corren como hormigas, ¿Quién dice para dónde es el norte?


El Innombrable lo miró con esa expresión que no decía nada y lo decía todo.


-El que llegue primero con un discurso que no suene a lo de siempre -dijo-. La gente está harta. La política está rota. Pero el peronismo... el peronismo sabemos que no muere, se reacomoda. Es una bacteria: muta para sobrevivir.


-¿Y nosotros? -preguntó el Magistrado-. ¿Nosotros qué somos?


-Nosotros somos testigos -dijo el Innombrable-. Y a veces, lamentablemente, hasta cómplices.


-Libres -dijo el Grandote, con la medialuna en la mano y media sonrisa torcida-. Los Libres del Sur, digo. Están negociando sumarse al Partido Verde. Literalmente, pintarse de otro color.


-¿Y les darán lugar? -preguntó el Flaco, acomodando su bufanda como si fuera un diputado en comisión.


-Atrás. Muy atrás. -respondió el Grandote-. Los Verdes ya tienen armadas las listas, los nombres, las candidaturas y banderas. Los otros apenas si llevan la brocha para pintarse encima.


-Quieren refugio -dijo el Magistrado, sin ironía-. Después de que se refugiaron años en el Gobierno local, no quieren acompañar la alianza con los libertarios y andan buscando abrigo. Como cuando empieza a llover y no sabés si te metés en un zaguán o en la cochera de un desconocido.


-¿Y vos decís que se van a dejar llamar así? -interrumpió el Flaco, con sorna-. ¿"Los Verdes del Sur"? Parece nombre de comparsa o de selección de fútbol alternativo.


-Así les van a decir -agregó el Innombrable- No lo van a elegir, pero se va a instalar. Porque en política, cuando te mudás a la casa de otro, te cambian hasta el apellido.


-Y lo triste es que eso es lo más racional que se supo esta semana -remató el Magistrado-. Una posible alianza verde-pálida, forzada, que al menos no niega el desbande. Mientras otros siguen hablando de unidad, y ni ellos se creen el cuento.


El Flaco tamborileó la mesa con los dedos. La v corta aparecía como un tic nervioso, cada vez menos victoriosa.


-Es la diáspora, muchachos. Se pateó el hormiguero y todos corren. Algunos a la izquierda testimonial, otros al centro que no existe. Y algunos, bueno... a lo que haya.


-Hay un fenómeno interesante -dijo el Innombrable, con su tono de entomólogo político-. Los partidos chicos se están volviendo al mismo tiempo más visibles y más prescindibles. Como esos jugadores que entran a los 87 minutos: están, pero no definen nada.


-Pero suman aire -apuntó el Grandote-. En tiempos de crisis, hasta una bocanada de oxígeno ajeno vale, por muy chiquita que sea. Y eso ofrecen los Verdes: aire, aunque sea de compost.


-¿Sabés qué es lo peor? -dijo el Flaco-. Que toda esta fragmentación es apenas la primera capa. Falta un tiempo para las elecciones. Todavía falta la pelea por la herencia simbólica. Todos quieren ser "los que resisten", "los que quedan", "los que no traicionaron". Y no hay suficiente bronce para tantas estatuas.


-No hay bronce, no hay votos y no hay caja -enumeró el Magistrado-. Solo hay micrófonos y ansiedad. Una combinación explosiva.


En ese instante, tres cuarentones desaliñados con pecheras pasaron por la vereda, con dos carteles que decían "Cristina Libre" y "La patria no se vende, ni se encarcela".


Los cuatro miraron hacia afuera. Nadie habló.


-Y mientras tanto, en Lavalle, el Gobierno se mete en un lío que no entiende -cambió de tema Gastón-. Las comunidades originarias están que arden. El 70% del departamento es tierra que, por ley, debe ser devuelta. Pero nadie quiere firmar la entrega y como siempre.


-¿Por miedo? -preguntó el Grandote.


-Por codicia -respondió el flaco-. Hay negocios. Siempre los hay. Nadie suelta la tierra gratis.


-Pero esa ley ya estaba -insistió Gastón-. Fue votada, incluso, con apoyo transversal.


-Sí, pero ahora se acordaron de que existe -dijo el Grandote-. Mientras no molestaba, nadie decía nada. Ahora que hay reclamos, todos se hacen los patriotas del catastro.


-Y ahora, también, todos arriba del tren -dijo el flaco-. Del tren electoral, claro. Que no es lo mismo que un tren real.


-¿El de cercanía? -preguntó el Magistrado, con el pocillo en la mano, como un juez que interroga sin levantar la voz-. El mismo que se anuncia desde hace tres gestiones. En épocas de tu amigo el impulsivo.


-Ese mismo -dijo el Flaco, estirándose el cuello de la camisa-. Ahora lo venden como si fuera el Roca. Pero no sabemos si llega a Palmira o apenas a la tapa del diario.


-Y, sin embargo, todos quieren subirse -agregó el Innombrable-. Es la nueva estrategia para sacarle brillo a una gestión que está tan deslucida como la cartelería del centro.

-Y ahora creen que con el tren la cosa se endereza -siguió el Flaco-. Dicen que va a unir la capital, mediante el metrotranvía desde Gutiérrez, con los departamentos del Este. Que va a ser urbano, moderno, sustentable. Pero no saben si lo van a tercerizar, privatizar o hacer algo público -privado. Ni siquiera tienen la locomotora.


-Ni proyecto aprobado -dijo el Innombrable-. Pero eso no importa. Lo que importa es que haya una maqueta, una promesa y una campaña. Y en tiempos como estos, eso alcanza.


Se hizo un silencio breve, como de aceptación. Como si ya no sorprendiera que una idea sin cimientos pueda mover voluntades.


-¿Y los intendentes del Este qué dicen? -preguntó el Magistrado.


-Dicen sí, obvio -respondió el Grandote-. ¿Qué van a decir? Aplauden con una mano y con la otra hacen cuentas: cuánto les va a costar no oponerse, cuánto pueden sacar si se acomodan.


-Y en la Legislatura ya hay borradores de pedidos de informes -agregó el Flaco-. Los de siempre, los que no llegan a comisión. Pero suman en redes.


-Al final, el tren no tiene andenes, pero sí tiene vagones simbólicos -ironizó el Innombrable-. Suben todos: los desesperados, los oportunistas, los reciclados. Hasta los que hace dos semanas decían que ya no creían en la política pública.


-Y lo más paradójico -dijo el Magistrado-, es que quizás funcione. Quizás logren instalar la idea de que algo se mueve. Aunque sea solo humo de la locomotora fantasma.


-Humo con bocina -dijo el Flaco, y por primera vez en la tarde, hizo su v corta con cierta energía-. Igual, les falta un detalle.


-¿Cuál? -preguntó el Grandote.


-Pasajeros. -respondió-. Porque pueden tener tren, pero si el pueblo no se sube, no hay viaje.


El Innombrable asintió en silencio. 


La charla prosiguió, abordando temas como el basural, el caño maestro roto de cada día, el despelote con el Canal Pescara, algunas obras menores, algunos sobres mayores y hasta la estupidez de andar colgándose de la tapa del motor de los micros.


Cuando se levantaron, afuera ya era de noche. El Flaco se subió la bufanda. El Grandote mandó un audio. El Magistrado encendió un cigarrillo sin mirar a quién molestaba. Y el Innombrable. simplemente desapareció entre la gente. Como si el viento lo conociera de antes.


Ese día, como tantos otros, volvieron a sus mundos después del café. Pero sabían que el jueves siguiente habría más. Porque mientras haya trenes de campaña, hormigueros pateados, alianzas nuevas y viejos silencios, ellos seguirán sentados ahí.


No para cambiar el mundo. Sino para entender por qué sigue girando así.