Lo que se viene es grande: el Ejecutivo convocó a sesiones extraordinarias para aprobar un paquete pesado: presupuesto 2026, reforma laboral, penal, ley de "inocencia fiscal", modificación ambiental (sí: la ley de glaciares), entre otros.
El gobierno de Milei puso sobre la mesa un plan con varias reformas durísimas, de esas que cortan por lo sano. Pero también hay un hilo de esperanza: podría marcar un quiebre real en la estructura del país, si las piezas terminan encajando.
Lo que se viene es grande: el Ejecutivo convocó a sesiones extraordinarias para aprobar un paquete pesado: presupuesto 2026, reforma laboral, penal, ley de "inocencia fiscal", modificación ambiental (sí: la ley de glaciares), entre otros.
En materia laboral, el plan oficial apunta a "modernizar" el mercado de trabajo. Eso significa reducir rigideces, facilitar contrataciones y despidos, flexibilizar convenios colectivos, dar prioridad a acuerdos por empresa, y cambiar la forma en que se calculan indemnizaciones. Para quienes ven el trabajo informal como una rémora de la estructura sindical del pasado, es una apuesta a dinamizar el empleo.
La reforma penal propone endurecer penas, agilizar procesos, y dar más herramientas al sistema de justicia. Para muchos ciudadanos, representa la promesa de un Estado que responde, que actúa, que castiga cuando tiene que castigar.
También hay otros puntos de alto impacto: simplificar impuestos, atraer inversiones, relajar trabas regulatorias, permitir a las provincias decidir en temas de minería y medioambiente, y promover una apertura mayor al comercio internacional.
Claro: suena a plato fuerte, y hay quienes temen que todo esto termine siendo un desmantelamiento del Estado de bienestar, un golpe a derechos laborales y un riesgo para la protección del medio ambiente. Pero hay otro lado de la moneda: si funcionan -y eso es un "si", grande-, pueden dar aire a una economía estancada, generar empleo formal, atraer inversión, simplificar trámites, y devolver algo que pocos recuerdan: confianza.
Porque el problema de fondo en Argentina no es solo lo que sobra en leyes viejas o impuestos pesados, sino la inercia: un Estado enorme, rígido, lento; reglas que datan de décadas atrás, cuando la economía era otra; sindicatos y estructuras que muchas veces espantan inversión antes de que nazca. Este paquete intenta romper esa inercia.
Ahora bien: que se apruebe no significa que todo saldrá perfecto. El proceso va a estar lleno de negociaciones, resistencias -muchas-, reclamos sindicales, debates ambientales, críticas desde distintos sectores. Pero ahí está lo interesante: si logra consensos mínimos, puede encender un cambio real. Es un salto al vacío, sí -pero con paracaídas: un plan para reordenar el Estado, simplificar reglas, y volver a pensar el país desde otra lógica.
Para quienes hoy estamos cansados de la inflación, del desempleo, de los trámites imposibles, de la economía que no arranca -puede parecer utopía. Pero también puede ser la chance de empezar de nuevo. Un país más flexible, con oportunidad de trabajo, con reglas claras. Un lugar donde las generaciones que vienen no tengan que sortear cadenas de burocracia con cada decisión: laburo, proyecto, futuro.
Ojo: no es magia. Nadie promete milagros. Pero apostar por un Estado más liviano, por menor carga burocrática, por leyes modernas, por integrar a los jóvenes al mercado laboral -es algo que vale la pena discutir. En serio.
Y si todo sale medianamente bien -insisto: si- en unos años podemos mirar atrás y decir: "Acá fue cuando decidimos cortar con lo que ya no servía, y empezar de nuevo." No estaría mal, ¿no?