En Argentina el presupuesto por alumno es de un millón y medio de pesos, y por cada egresado unos 34,7 millones. Sí, casi 35 millones nos cuesta formar un profesional.
¿Sabés cuánto gasta Argentina en universidades? El 1,04% del PBI. Casi lo mismo que los países más sobresalientes del G20. Más que Israel, que Japón, que Irlanda. Pero ¿qué obtenemos a cambio? Resultados de país subdesarrollado. Apenas el 19% de los jóvenes entre 25 y 34 años logra un título universitario, cuando el promedio de la OCDE ronda el 48% y en el G20 llega al 41%. En números más crudos: por cada 100 que entran a la universidad pública, sólo 20 se gradúan. En Brasil son 27. Y en Chile, ojo al dato, 82.
Ahora, hagamos la cuenta fina: en Argentina el presupuesto por alumno es de un millón y medio de pesos, y por cada egresado unos 34,7 millones. Sí, casi 35 millones nos cuesta formar un profesional. Y la tasa de graduación en las públicas ronda el 20%, mientras que en las privadas trepa al 41%. En la UBA, casi la joya de la corona, el 48% de los estudiantes aprueba como máximo una materia por año. Y apenas el 23% termina la carrera en el tiempo teórico previsto.
Entonces, la pregunta es: ¿tenemos un problema de plata o un problema de gestión? Porque recursos hay. Lo que sobra son denuncias de que muchas universidades se convirtieron en "cajas políticas". En los últimos años se multiplicaron instituciones, sobre todo en el conurbano bonaerense y en el interior, con el argumento de acercar la educación a quienes tenían menos acceso. Bien en el discurso, sí. Pero en la práctica, varias de esas universidades están cuestionadas por su baja calidad académica, y sobre todo porque se transformaron en trampolines políticos.
Nombramientos a dedo de rectores y decanos ligados al oficialismo, contrataciones sin concurso, convenios de obras públicas que esquivan licitaciones, y hasta actividades partidarias en los pasillos. No es casual que muchos dirigentes kirchneristas, de izquierda e incluso radicales, defiendan con uñas y dientes estas estructuras: son cajas de poder, de militancia y de recursos. Y ojo, no sólo en las nuevas: algunas de las más tradicionales también han funcionado como feudos.
Claro que del otro lado está el argumento de la inclusión, de que la universidad debe llegar a todos los rincones. Nadie discute eso. El problema es que el acceso sin calidad ni resultados termina siendo un espejismo. Si el Estado invierte como potencia del G20 pero rinde como país rezagado, algo está muy mal.
La autonomía universitaria es un valor enorme y hay que defenderlo, pero autonomía no puede ser sinónimo de impunidad ni de privilegio. Si la universidad se convierte en refugio de militantes y caja de política, pierde su razón de ser: formar profesionales competentes que aporten al desarrollo del país. Y ahí está la raíz de nuestra decadencia: gastar como ricos para recibir resultados pobres.

Seminaristas del Instituto del Verbo Encarnado se presentaron en Guardaparques para confesar la autoría del hecho. El hecho ocurrió el pasado lunes.