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Café con rosca: Guarda cuando la suerte se acaba

Todo se sabe en la mesa de un café, desde el más mínimo rumor hasta aquellos que pueden cambiar la realidad de las cosas.

Domingo, 29 de Junio de 2025

Como un reloj que se niega a modernizarse, cuatro tipos se sientan en la misma mesa del fondo del Café de Aldo, un bar de los de antes, con mármol gastado, mozos de moño y estufas grandes, encendidas al mínimo, aunque nadie sepa si de verdad calientan.

Afuera, la ciudad se agita. Adentro, ellos comentan cómo se agita.

La mesa del fondo ya estaba reservada, aunque nadie la pidiera: era de ellos. Y Hernán, el mozo, sabio en cosas de política y de café, ya había ordenado la comanda antes de que llegaran.

Gastón, el Magistrado, llegó puntual. Solo es secretario en un juzgado, pero su juez, que aparece solo en las fotos institucionales, no trabaja desde el caso del "robo de la corona vendimia". Así que Gastón es, de hecho, la Justicia en persona, sin acuerdo del Senado.

-El gobierno provincial se está quedando sin nafta -dijo, metiendo un sobrecito de azúcar en su café.

-Sin nafta y sin mapa -agregó el Grandote, que había llegado justo después que él.

El Grandote dice que es asesor legislativo, pero todos saben que lo suyo es el lobby fino. Tiene una carpeta para cada tema y una tarjeta para cada ministro. Si alguien quiere vender luminarias LED, él conoce al tipo que las compra. Si otro busca una habilitación medioambiental en tiempo récord, él sabe por qué camino doblar. Su número lo tienen desde empresarios hasta intendentes que no saben pronunciar "licitación".

-Sin nafta, sin mapa y sin freno de mano -remató el Flaco-. Pero igual todos quieren subirse al auto.

Como buen político de raza, el Flaco siempre está en campaña, aunque no haya elecciones, y cambie de partido como de camisa, pero sin perder el estilo: los genes con los dedos en V. Su coherencia está en su inercia: siempre dice que la verdadera lealtad es al pueblo, aunque aún no se sepa con precisión a qué pueblo se refiere.

El Innombrable sonrió. Solo dijo una frase, corta, apenas un murmullo:

-El problema no es el auto. El problema es quién maneja de día.

Todos lo conocen, pero nadie dice su nombre. Prefieren no hacerlo y llamarlo así: el Innombrable. No por miedo, sino por superstición. Está en la rosca fuerte, entra y sale del círculo rojo como si tuviera carnet. Sabe quién va a caer, quién se va a alinear y quién se va a inmolar en la próxima jugada. Cuando habla, todos callan. Cuando calla, todos interpretan.

"Si lo nombrás, aparece", suele decir el mozo, que les sirve el mismo pedido de siempre: cortado en jarrito para Gastón y el Innombrable, café chico bien cargado para el Flaco y un café con leche con una medialuna para el Grandote. 

Se había hecho un silencio raro, denso, en el que todos miran a la taza o a la ventana. Nadie discute al Innombrable, porque lo suyo es casi una sentencia.

-Mientras no maneje el salado -lanzó Gastón, por lo bajo.

Los otros tres lo miraron. Era una palabra que no se decía livianamente.

-¿Te referís a él? -preguntó el Grandote, mientras sacaba el teléfono para mostrar una foto del susodicho inaugurando una obra que se había desmoronado a las 48 horas.

El Flaco sonrió con malicia.

-No digan su nombre. Ya saben la razón.

Todos se persignaron, pero sin cruz.

-El problema es que está en un área muy sensible -dijo el Grandote, masticando cada palabra como si estuviera recitando una maldición.

-Puede costarle muy caro al mandamás sostenerlo ahí -afirmó el Magistrado.

-No se sabe. Pero desde que está ahí, hubo de todo. Filtraciones, roturas, colapsos, contaminación, renuncias, escándalos y hasta una pelea interna que terminó con un celular en una pileta. Explota todo y todos los días-dijo el Flaco, disfrutando la anécdota.

-Mientras no vuelva a donde estaba antes -se esperanzó el Grandote.

-Ahí está el tema -dijo Gastón-. Apostaron todo a eso como si fuera el único tren de salida. Pero ya pasaron más de diez años y ni una piedra sacaron. Entre el quilombo legal, los informes de impacto ambiental que se pisan entre sí y las comunidades que se organizan mejor que los partidos políticos. no hay forma.

-Lo mismo con el ícono mendocino que ahora no es ni chicha ni limonada.

- El Salado no es mufa. Es funcional-dijo el Innombrable.

Los otros lo miraron sin entender.

-El problema no es que las cosas salgan mal por dónde él pasa -explicó-. El problema es que hay gente que necesita que salgan mal para mover las piezas. Si todo está en orden, nadie cambia nada. Pero si todo se prende fuego, alguien tiene que venir a apagarlo. Y ahí aparecen los salvadores.

Silencio. Otra vez, ese que se instala cuando el Innombrable tira una verdad incómoda.

-Entonces lo tienen a él como chivo expiatorio. -dijo el Grandote.

-Como acelerador del caos -corrigió el Innombrable-. El caos es más rentable que la estabilidad. La política es como un expediente mal cosido. Todos saben que en algún momento se va a desarmar, pero nadie quiere ser el que lo arregle. El problema no es él.

- El problema es que lo siguen invitando a los brindis -selló el Flaco-Te saludó, te citó, te dio una palmada en la espalda, y en dos semanas estás firmando una renuncia que no escribiste vos.

En política es como ser piromaníaco en una casa de madera -dijo el Innombrable, con tono de proverbio. Todos lo miraron, esperando más.

-La desgracia política no siempre es consecuencia. A veces es aura. El no decide, no ejecuta. Es como un mensajero de los derrumbes -siguió, como si recitara un informe reservado.

-¿Y nadie lo para? -preguntó el Magistrado.

-Al contrario -respondió el Grandote-. Lo siguen reubicando. Es el único funcionario que sobrevive a todos los recambios.

El Flaco asintió, como quien lo ha sufrido.

-¿Y lo peor? -sumó el Grandote-. Nadie lo putea de frente. Todos lo rodean, le sonríen, lo esquivan, pero jamás lo enfrentan. Es como si todos creyeran que, si le decís algo de frente, se te pega doble.

-Hay temas que se evitan. Como los pasivos en dólares o los audios filtrados.

Hubo un silencio breve, ceremonial. Luego, el Flaco lo rompió. Miró al techo y murmuró: Ya está. La condena está firme y con eso se cerró una etapa. Lo que viene ahora no tiene nombre todavía.

El Magistrado, que sorbía el café, agregó: Lo que viene ahora es el silencio. ¿Viste que no habla nadie?

-Hablan tres -interrumpió el Grandote-. El senador, ese al que puteaba por WhatsApp, la intendenta del Conurbano que no representa ni a su Concejo Deliberante, y el hijo. El hijo no se puede correr.

-Lo de 'Cristina Libre' parece más una campaña testimonial que una estrategia real -dijo el Flaco-. Es como si hubieran pegado afiches en una casa que ya vendieron.

El Innombrable movía lentamente la cucharita en su taza y los observaba.

-La soledad de una líder es proporcional al poder que tuvo -dijo, como quien lee un epitafio.

-Y al miedo que generó -agregó el Grandote-. Todos los gobernadores peronistas ya mandaron su solidaridad, su declaración de principios y su tuit sentido. Pero ninguno se quedó. Ya están en otra.

-Es que ahora se está jugando la supervivencia, no la lealtad -opinó el Magistrado-. Y Cristina, sin poder ni lapicera, es solo una figura incómoda.

-El problema es que lo que antes era el peronismo, después fue kirchnerismo, y ahora es apenas cristinismo. Cada vez más chico, más cerrado, más devoto -dijo el Flaco, que hablaba como si él mismo hubiera sido parte de todas esas mutaciones. Porque lo fue.

-Y más ruidoso -dijo el Grandote-. Porque cuando el espacio se achica, la voz se agudiza.

El mozo miraba de reojo, apoyado en un extremo de la barra. Era un tema que lo excedía, pero igual se quedaba un segundo más, por si soltaban alguna primicia.

-¿Y ahora qué hacen? -preguntó el Magistrado-. ¿Arman algo nuevo? ¿Insisten con el operativo clamor? ¿Van a pedir amnistía?

-Lo que viene no lo van a definir ellos -respondió el Innombrable-. Lo van a definir los que quedaron afuera de la foto. Los que miran para adelante y no quieren cargar con esa herencia simbólica.

-O sea, los gobernadores -dijo el Grandote-. Los intendentes grandes. El sindicalismo que ya no va a los actos ni a los velorios de su influencia.

-¿Y qué hacen con los cristinistas duros? -preguntó el Magistrado.

-Los dejan hablar -respondió el Flaco-. Que agiten, que se abracen entre ellos. Nadie los va a atacar, porque nadie quiere ser el que dispara el último tiro.

-Los van a preservar como reserva moral, por si algún día conviene volver a decir que eran de ese palo -aclaró el Innombrable-. Pero nadie va a ceder una boleta por esa causa. El poder simbólico tiene fecha de vencimiento. Y en política, el afecto sin estructura no arma listas. Se están reordenando. No alrededor de Cristina, sino alrededor de la idea de Poder. Lo único que nunca abandonan. Lo demás. es recuerdo.

-La que no se ordena sola es la microeconomía-dijo el Grandote, como con ganas de discutir-. No es un perro que vuelve a casa.

-La micro no existe -retrucó el Flaco-. Es una excusa. El Gobierno apostó todo a la macro, y ahora la gente quiere saber si eso se puede comer.

-Prometieron que iban a ordenar primero la macro, después matar la inflación, y recién ahí la micro iba a flotar como corcho en el mar -dijo el Magistrado-. Pero el mar está picado, y el corcho se está hundiendo.

-La paciencia se está acabando -agregó el Grandote-. El año pasado cerraron un montón de pymes. Las que sobrevivieron están pidiendo créditos para pagar aguinaldos. No para crecer. Para aguantar.

-Y muchas ya están debiendo el alquiler -dijo el Flaco-. No es que no quieren invertir. Es que no pueden ni respirar. La expectativa de "dos años difíciles" se banca si hay un horizonte. Pero ahora ni horizonte ni linterna.

El Innombrable sorbía su cortado como quien prueba el aire del ambiente. Apenas habló, lo hizo con calma quirúrgica.

-El Gobierno subestimó el factor humano. La economía puede tener etapas, pero la política necesita sensación de futuro. No real, sensación. Movimiento.

-Y encima tampoco hay relato -dijo el Magistrado- Solo esperar que el Excel se transforme en prosperidad espontánea.

-Es que, además -sumó el Grandote-, hay una impaciencia que también es histérica. Hay gente que vivió décadas sin cloacas, y ahora exige jacuzzi con hidromasaje y vista al cordón montañoso.

-Pero no podés hacer política culpando al deseo -dijo el Flaco-. La política no es una planilla contable. Es una administración de expectativas. Y si no das, aunque sea un triunfo simbólico, la gente empieza a patear el tablero.

-Y se puede romper -remató el Magistrado.

Silencio breve.

-Lo simbólico importa -dijo el Innombrable-. Un índice que mejora, un aumento que llega a tiempo, una obra que se inaugura. Algo que se vea, que se toque. No se puede gobernar solo con promesas técnicas.

-Además -dijo el Grandote-, el mercado no es un votante. Te puede dar dólares, pero no te llena una urna.

-Y la calle no se calma con PowerPoint -dijo el Magistrado-. Se calma con consumo. Con changuito lleno. O al menos, con la ilusión de que algún día va a estar lleno.

-¿Y ahora qué hacen? -dijo el Flaco-. Ya dijeron que iban a ser dos años. No pueden recalcular. Solo les queda rezar que alguna variable real acompañe. Que baje la inflación a cero. Que entre inversión. Que llueva.

-O que se incendie algo peor -dijo el Innombrable, con ese tono de quien sabe cosas que los demás prefieren no imaginar.

Afuera, la noche seguía fría. No helada, pero sí densa. Como la economía: ni colapsada ni viva. En suspenso.

Antes de irse, el Innombrable se detuvo en la puerta y dijo, casi sin mirar:

-En política, cuando la microeconomía no se ordena, se desordena otra cosa: la calle.

Y cruzó la vereda como quien conoce todos los atajos.