¿Qué es ser periodista hoy? ¿Tener un micrófono en la mano? ¿Estar en la tele? ¿Escribir tuits con opiniones? No. Ser periodista es otra cosa. Es un compromiso, es una responsabilidad. Es, sobre todo, una actitud frente al poder y un servicio a la ciudadanía. Porque en definitiva, un buen periodista no es el que busca likes, sino el que busca la verdad. Aunque moleste. Aunque incomode. Aunque le cierre puertas.
El periodismo no puede ser militante. No puede estar al servicio de un partido político, ni de un empresario, ni de un gobierno de turno. El periodista no es vocero de nadie, salvo del pueblo que necesita saber. Tiene que ser libre, incómodo, molesto incluso, pero nunca servil. Tiene que hacer preguntas cuando todos aplauden, y exigir explicaciones cuando todos callan.
Ahora, para poder hacer bien su trabajo, el periodista necesita algo fundamental: acceso a la información. No puede vivir de trascendidos, de off the record, de filtraciones manipuladas. Necesita datos oficiales, documentos públicos, informes abiertos. Por eso es tan grave cuando desde el Estado se limita el acceso a la información o se esconden papeles clave detrás del famoso "secretismo de Estado". Porque sin datos fidedignos, sin pruebas, sin fuentes claras, no hay periodismo serio. Hay chisme. Hay operación. Pero no hay verdad.
Y ojo, que la libertad de expresión no es sólo que un periodista pueda hablar. Es que pueda investigar sin miedo. Que no lo persigan por revelar algo incómodo. Que no le armen causas. Que no le tiren carpetazos o lo despidan por decir lo que otros no se animan.
Si no fuera por el periodismo, ¿cuántas cosas seguirían tapadas? Pensemos en los escándalos de corrupción en la obra pública, en los vacunatorios VIP, en las contrataciones truchas del Estado, en los sobreprecios, en los abusos de poder. Muchas veces la Justicia actuó porque antes un periodista lo contó. Porque lo puso en agenda. Porque alguien se animó a prender la luz en la oscuridad.
Y ahí está el verdadero valor de este oficio. En esos hombres y mujeres que, sin placas de oro ni sueldos millonarios, dedican su vida a contar lo que pasa. Que caminan la calle, revisan expedientes, hablan con las fuentes, se bancan las presiones. todo para que vos, del otro lado, puedas entender mejor el mundo en que vivís.
Porque al final del día, un buen periodista no busca protagonismo: busca justicia. No escribe para hacer historia: escribe para que no se repita. No habla por él: habla por todos los que no tienen voz.
Y eso, créanme, no es poca cosa. Es, quizás, uno de los últimos actos de amor que le quedan a la verdad.