Una mesa, sillas, unos pocillos cargados con café y buena data. Todo lo necesario para desarrollar temas que mueven la aguja cotidiana y que pocos saben.
Como todos los jueves, sin excepción, a las 19:00 en punto, los cuatro amigos se reunieron en la misma mesa del fondo de la cafetería. Es un lugar discreto, donde el aroma a café recién molido y madera vieja, hace que el tiempo fluya más lento. Allí, como cada semana, se repetía el ritual que para ellos es casi sagrado.
Gastón llegó primero. Eligió la misma silla, la que da a la ventana, y pidió su café cortado antes de que Hernán, el mozo, ni siquiera lo mirara. Minutos después apareció el innombrable, el hombre de pocas y precisas palabras, cuyo nombre no se dice en voz alta porque anda en la rosca fuerte. (NdR: A decir verdad, parece que nadie sabe realmente su nombre, o quizás todos lo saben, pero preferían no decirlo). Él también pidió su café cortado, como siempre, idéntico al de Gastón. Compartían el gusto por el café justo en su medida: ni demasiado fuerte ni demasiado suave, apenas cortado por unas gotas de leche.
El flaco entró con su habitual paso rápido, como si siempre llegara tarde, aunque fuera puntual. Se sentó con un suspiro frente a su café chico bien cargado. Dice que lo necesita para mantenerse despierto, es el político profesional del grupo y todos saben que, aunque ha cambiado varias veces de partido, sus genes llevan los dedos en 'v'.
El último en llegar fue el grandote. Con su voz grave, su risa contagiosa, tampoco cambió su pedido: café con leche y una medialuna. Siempre le sacaba un poco del borde con los dedos antes de darle el primer mordisco. "Costumbre de chico", alega en su defensa.
El flaco apenas llegó, dijo estar satisfecho de estar de este lado del muro y de no ser uno de los que empujaría a Jorge al agua. Con su café chico bien cargado entre las manos y soltó, casi sin que nadie le preguntara: "Menos mal que no fuimos nosotros".
Gastón levantó la vista de su cortado, con una ceja arqueada. El innombrable, sin decir palabra, solo giró lentamente su taza como si le diera cuerda a un viejo reloj. El grandote, que acababa de darle el primer mordisco a su medialuna, se quedó masticando en silencio, atento.
"¿De qué hablás, flaco?", preguntó Gastón, sabiendo que la respuesta podía ir para cualquier lado.
"De lo del tortugo", dijo, bajando un poco la voz, como si hablar de eso en voz alta pudiera atraer una desgracia. "Lo van a empujar al agua como si fuera nada. Sí, ellos, los que se creen los buenos. Si hubiéramos sido nosotros, olvidate, ya estaríamos ardiendo. Nos estarían prendiendo fuego con diarios viejos y tuits de hace diez años", remarcó.
El innombrable sonrió apenas, como si algo de eso ya lo hubiera soñado o vivido. Gastón bebió un sorbo, dejó la taza en el plato con un sonido suave y se rieron los cuatro, sin alegría, pero con alivio. Porque sabían que, en estos tiempos raros, bastaba con estar de este lado del muro.
"Lo cierto es que, a pesar de que no hay fecha de elecciones en la provincia -cambió de tema Gastón- están todos preocupados, están todos agitados. Esas cosas se sienten en el aire, como el cambio de presión antes de una tormenta".
"Se huele -dijo el innombrable- No hay fecha, pero ya están todos con el traje de campaña puesto". "Los amigos del Violeta Palacio, por ejemplo, no perdieron el tiempo. Inauguraron su sede en la esquina del Colón y 9 de Julio, con bombos, banderas, vino y sanguchitos", contó Gastón, entre divertido y resignado ya que lo había visto todo desde el colectivo. "Había más gente afuera que adentro -dijo- Pero para la foto, alcanza".
"Los amarillos tampoco se quedaron atrás -sumó el flaco- Mandaron al presidente de bancada de la Cámara Alta a tener 'reuniones' con algunos referentes locales. No muchos, es cierto, pero referentes". "Y locales -sumó el grandote- pero son los que manejan el picaporte".
"También se están los de la juventud boina, que lanzaron su colectivo inclusivo el mes pasado, aunque siempre parecen ir corriendo atrás del tren. Con sus banderitas, sus grupos de WhatsApp llenos de estrategias y su esfuerzo por movilizar una masa que cada vez tiene más forma de humo", sentenció el escuálido del grupo.
"Saben que viene complicado -comentó el grandote, mientras mojaba su medialuna en el café con leche- Por eso ahora quieren volver a los barrios. Ya es tarde, pero van igual". El flaco asintió, mirando por la ventana como si esperara ver pasar un cartel de campaña.
"Es como si todos supieran que algo se está por mover, pero nadie sabe cuándo ni cómo. Y entonces corren, gritan, se organizan... por las dudas. La política se parece mucho a este café -dijo Gastón, dejando la taza vacía en el plato- Siempre es el mismo lugar, pero los sabores cambian según el día".
Después de chuparse el último dedo tras engullirse la medialuna, el grandote se acomodó en la silla, carraspeó como quien prepara terreno, y advirtió a sus amigos: "Les voy a contar algo muy preocupante. No solo del mundo del deporte... esto también trasciende a la política".
Gastón y el Innombrable se miraron de reojo, mientras el flaco se inclinó un poco hacia adelante para prestar mayor atención al relato de su amigo, el lobista del grupo. Todos saben que, aunque dice ser asesor legislativo, en realidad hace lobby para quien guste mandar.
"Hay un club muy conocido -empezó el grandote- Clásico rival de uno de los grandes, pero que en realidad es chico y comparte casi la mitad del municipio donde están asentados los dos, que ahora está metido en un escándalo bastante feo". Hizo una pausa larga, para que calara bien. "Lo cierto -siguió- es que a mediados del mes pasado echaron al presidente. En realidad, lo hicieron renunciar. Fue de forma elegante, pero todos saben que fueron los máximos dirigentes del club los que se reunieron con él y le pidieron que se apartara".
"¿Por qué?", preguntó el flaco, ya intrigado. "Faltante de dinero -dijo el grandote, bajando la voz como si los rodearan micrófonos invisibles- No solo este verano, también el año pasado. Y ya tienen pruebas suficientes como para inculparlo".
"No solo tienen las pruebas -agregó Gastón, firme-. Ya las mandaron a la Justicia. Hay una denuncia penal". Gastón maneja buena información del ámbito judicial, es secretario de un juzgado y sus amigos le dicen 'Magistrado' porque su juez no va nunca y él hace todo el trabajo.
"Esa parte no la sabía -admitió el grandote- Pero sí sé bien cómo fue todo. Escuchen: el año pasado, después de varios faltantes de la caja fuerte del club, en billetes verdes, el tesorero tomó una decisión en silencio. Cambió el lugar de la cámara de seguridad que tienen en la oficina donde se guarda la caja".
"¿Sin avisar?", preguntó el Innombrable, que hasta entonces solo había escuchado.
"Sin avisar -afirmó el grandote- La ubicó de manera que apuntara directo al lugar donde está la caja. En los videos se ve al inculpado abriendo la caja, contando dinero, y luego, justo después de esos momentos... aparecían los faltantes. Y no solo eso -continuó-. En dos ocasiones, cuando el tesorero lo encaró, devolvió parte del faltante. Pero después los montos fueron más grandes, ya no hubo devoluciones... y ya todo estaba grabado".
El flaco volvió a recostarse en la silla, silbando bajito, como si eso ayudara a digerir la información. "Es una bomba eso -dijo- ¿Y ahora qué?"
"Ahora -respondió Gastón-, está la denuncia, los medios se pueden enterar, y ya saben cómo es esto, pueden saltar conexiones. Y ahí... se pone más feo todavía". "A veces, el deporte es solo el escenario -reflexionó el Innombrable- El verdadero juego está atrás del telón".
"No entiendo qué tiene que ver esto con la política. Parece más una cuestión interna", dijo el flaco, frunciendo el ceño y cruzándose de brazos.
Gastón miró al innombrable, como pidiéndole una lectura silenciosa de la situación. El innombrable solo tomó su cortado y dio un sorbo largo, como si supiera mucho más de lo que decía.
"Desde la política están mirando esto con preocupación -reconoció el Innombrable, si sacarle la cola a la jeringa- Ya encendieron algunas luces de alerta. Porque, no sé si se acuerdan, hace un par de semanas charlamos acá mismo, en esta mesa, sobre ese otro club... muy populoso. El que de pronto tuvo mucho dinero para armar planteles en disciplinas que ni siquiera son populares".
"Exacto -dijo el grandote- Y en esas disciplinas, hay un tercero interviniente. Una persona que hasta hace muy poco ni figuraba, pero que ahora apareció con una fuerza inusual. De la nada".
"Eso sí suena a política", murmuró Gastón.
"Los clubes son territorio. Gente, votos, estructura, legitimidad. Y si encima podés hacer favores, mover becas, financiar camisetas... bueno, ahí tenés una caja de herramientas completita -dijo el Innombrable, mientras apoyaba su taza vacía- Lo deportivo es la fachada. Pero lo que se mueve atrás, es otra cosa".
Quedaron un rato en silencio. Afuera, la calle seguía viva, indiferente. Adentro, el jueves seguían siendo el momento en que la realidad, sin necesidad de titulares, se contaba sola.
"Tengo una bombita mediática", tiró Gastón, a sabiendas de que esa frase paraliza el mundo de sus amigos. Les encantan los chismes de la farándula local. Todos hicieron una pausa dramática, disfrutando del suspenso como si fueran parte de un elenco estable de un programa de chimentos.
"La movida tiene un tufillo a manotazo de ahogado - comenzó Gastón- Si bien el plan suena ambicioso, se nota que hay improvisación, como si estuvieran apurando una jugada sin tener del todo claro el tablero. Lo cierto es que la salida de varias figuras en los últimos cuatro años y la partida del único que salvaba la tarde este año, ha sido un golpe durísimo. Ahora están intentando tapar el agujero con algo que, por más esfuerzo que le pongan, parece un parche temporal. Porque gente de su propio equipo dijo en redes sociales que se trata de un festejo aniversario y por dos meses".
"También vi eso de los dos meses -admitió el grandote- y la verdad, suena a ensayo general".
"Como si estuvieran tanteando terreno para ver si pueden recuperar algo de lo perdido -subrayó Gastón- Pero claro, mientras tanto, los de enfrente se relamen, porque vienen con un tanque bajo el brazo, algo que promete romper todo. Entonces la tensión es máxima, porque si este intento de resurrección no funciona, puede ser el comienzo del final para los que alguna vez lideraron cómodos".
Ahí sí, todos se miraron. Nadie dijo nada más por unos segundos. El mozo pasó a recoger las tazas. Como corresponde en otoño, afuera ya era de noche. Y adentro, los cuatro sabían que ese tipo de historias -aunque a veces se disfrazaran de anécdotas- siempre dejan un sabor amargo, incluso después del último sorbo de café.