Ayer, Venezuela volvió a ser escenario de lo que tristemente se ha vuelto rutina: represión, abuso de poder y un despliegue militar digno de un dictador que no quiere soltar el trono. Las protestas pacíficas, organizadas por la oposición para reclamar justicia y democracia, fueron amedrentadas con drones, francotiradores y un ejército que, en lugar de proteger al pueblo, lo asfixia. ¿El resultado? Diecisiete detenidos, cientos de amenazados y una sensación de que la democracia sigue siendo un sueño lejano.
En medio de este caos, el régimen chavista no pierde oportunidad para mostrar su cinismo. La líder opositora María Corina Machado fue detenida, liberada y luego desmentida por Diosdado Cabello, quien tuvo el descaro de burlarse con su ya clásica arrogancia. "¿Dónde está la prueba?", dijo, como si el pueblo venezolano no hubiera sido testigo de los atropellos una y otra vez. ¿Y qué hay de las elecciones? Nicolás Maduro se prepara para asumir un nuevo mandato sin actas que respalden su supuesto triunfo, sin transparencia y, lo más importante, sin el apoyo de la mayoría de los venezolanos ni de buena parte de la comunidad internacional.
Por otro lado, Edmundo González Urrutia, reconocido como presidente legítimo por varios países, ha prometido llegar este viernes a Venezuela para asumir el cargo que le corresponde. Pero seamos realistas: su llegada no será fácil. Maduro sigue contando con el respaldo de la cúpula militar, que parece estar más interesada en conservar sus privilegios que en devolverle la libertad a su pueblo. ¿Qué hará González Urrutia frente a un régimen que controla las armas, los medios y hasta el miedo? Esa es la gran incógnita.
Mientras tanto, el mundo observa dividido. Algunos países, cómplices del autoritarismo, le dan la mano a Maduro, mientras otros reclaman con fuerza la legitimidad de González Urrutia. En este juego de poder, las grandes víctimas son los venezolanos, quienes ayer salieron a las calles para exigir un cambio y se encontraron con la brutalidad de un gobierno que no escucha, no cede y no perdona.
Y como si esta tragedia no fuera suficiente, un dato vergonzoso suma indignación: las Madres de Plaza de Mayo, una institución emblemática en la lucha por los derechos humanos y por los desaparecidos de la dictadura argentina, emitieron un comunicado apoyando a Nicolás Maduro y su gobierno. Es un acto incomprensible y doloroso que una organización nacida para exigir justicia ahora respalde a un régimen que secuestra, tortura y persigue a sus ciudadanos por el simple hecho de exigir una democracia verdadera.
La juramentación ilegítima de Maduro no es más que una muestra de su desesperación por aferrarse a un poder que cada vez se le escapa más entre los dedos. Pero no nos confundamos: aunque parezca que tiene el control, su apoyo internacional es ínfimo, y la presión interna sigue creciendo. Venezuela está en una encrucijada histórica, y la pregunta es: ¿cuánto más podrá sostenerse este régimen antes de que el clamor popular lo derrumbe?
Hoy, mientras Maduro recita su farsa de liderazgo, los venezolanos siguen luchando por una verdad que él nunca podrá silenciar: su tiempo se está agotando, y el pueblo siempre encuentra la manera de hacerse escuchar.