Todos los años lo mismo. ¿Cuántos gobiernos han pasado ya prometiendo que la situación en el paso Los Libertadores se va a solucionar? Reuniones, acuerdos, "intentamos agilizar", pero a la hora de la verdad, nada cambia. Y como si no fuera suficiente, cada temporada parece peor que la anterior. Familias, trabajadores, transportistas, turistas. todos atrapados en un embudo infernal que puede durar 6, 9 o hasta más horas. ¿Es esto normal? Porque ya parece costumbre, pero de las malas.
El panorama es indignante. Kilómetros de vehículos, personas durmiendo en autos, soportando frío o calor, hambre y frustración. Y cuando parece que las cosas no pueden complicarse más, los funcionarios chilenos se animan a hacer medidas de fuerza en los momentos más críticos. Sí, los mismos que deberían garantizar que el sistema funcione mejor son los que deciden parar y empeorar el caos. Una falta de respeto absoluta para quienes solo quieren cruzar una frontera sin que sea un tormento.
¿No se cansan de las excusas? "Que el sistema informático falló", "que la aduana no tiene suficiente personal", "que es temporada alta". Si saben que esto pasa todos los años, ¿por qué no se anticipan? ¿Por qué no hay soluciones reales? Parece que les encanta improvisar o, peor aún, no les importa lo que pasa con la gente común.
El problema no es nuevo. Lleva décadas. Y aunque nos llenan de promesas y proyectos, en la práctica, seguimos igual o peor. ¿Qué pasó con las ideas de corredores más ágiles, mayor personal, modernización? Nada. Al final, los gobiernos argentinos y chilenos se pasan la pelota, mientras los ciudadanos seguimos en el medio, pagando el precio de su ineficiencia.
La pregunta es: ¿a quién le reclamamos? ¿A los funcionarios de acá, que deberían exigirles más compromiso a los trasandinos? ¿O directamente a los chilenos, que parecen no entender lo que significa respeto y empatía? Lo cierto es que esta situación es insostenible y ridícula para dos países que alardean de cooperación y hermandad.
Es hora de que alguien tome en serio este problema. Porque Los Libertadores, en vez de ser una puerta abierta al intercambio y el turismo, es un monumento a la desidia. Y ya estamos hartos de que nadie haga nada.