Los que soñamos con un país distinto tenemos que empezar a construirlo con dirigentes distintos.
¿De qué hablamos cuando hablamos de "representantes del pueblo"? Parece una burla, un mal chiste, cuando vemos que los senadores de la Nación están por pasar a cobrar casi 10 millones de pesos mensuales. ¿Qué representa eso? ¿La falta de empatía? ¿El descaro absoluto? Porque mientras ellos ajustan sus cinturones de oro, el gobierno anuncia con bombos y platillos que el salario mínimo, vital y móvil subirá. ¡apenas 8.000 pesos! Pasará de $271.572 a $279.718.
Hablemos en serio: ¿qué trabajador o trabajadora puede llegar a fin de mes con esa cifra? Esa es la pregunta que la casta política se niega a responder porque, claro, no viven con el mínimo. Y ahí radica el problema. Viven alejados de la realidad, en una burbuja de privilegios que ellos mismos construyeron. Mientras tanto, las familias hacen malabares para pagar alquileres, servicios, comida. Es como si el pueblo viviera en una película de terror, y ellos, en una comedia de lujo.
Y esto no es nuevo, pero no deja de indignar. Es un reflejo claro de lo que somos como sociedad y, sobre todo, de lo que permitimos. Porque, ojo, estos privilegios no los inventaron ayer: se vienen consolidando desde hace décadas con la complicidad de todos los sectores políticos. ¿Por qué nadie les pone un freno? ¿Por qué seguimos soportando esta inequidad mientras el país se desangra?
Los que soñamos con un país distinto tenemos que empezar a construirlo con dirigentes distintos. Con gente que no piense en llenarse los bolsillos a costa del resto, sino en la prosperidad colectiva. Dirigentes que vean en el pueblo algo más que una fuente de votos cada dos años. Necesitamos liderazgos que prioricen el bien común, no sus cuentas bancarias.
Es hora de dar vuelta la página. De poner sobre la mesa un modelo político que deje atrás la cultura de la avaricia. Si seguimos permitiendo que el poder político sea un club exclusivo para unos pocos, este país no tiene futuro. Cambiarlo depende de nosotros, de cada ciudadano que decida no mirar para otro lado.
Porque, al final, la pregunta no es solo qué país queremos, sino qué estamos dispuestos a hacer para conseguirlo.