Todos quieren ser influencers. Todos dan consejos, recetas, soluciones mágicas. Son coach de todo: de vida, de finanzas, de felicidad. Y vos mirás y pensás: ¿y este quién es? ¿Qué experiencia tiene? Pero no importa. Si tiene seguidores, tiene razón.
¿En qué momento el mundo se dio vuelta y nadie se dio cuenta? ¿Cuándo fue que lo ilógico empezó a pasar por normal y lo sensato por ofensivo? Porque hoy, decir una verdad de frente parece una declaración de guerra. La gente se molesta por todo. Hasta por lo que no la afecta. Se ofenden hasta por lo que ni siquiera entienden. Si corregís a alguien, sos violento. Si das tu opinión, sos intolerante. Si no coincidís, sos enemigo.
Hoy tenemos personas que se autoperciben como gatos, como árboles, como objetos. Gente que se casa con sí misma o con un espíritu invisible. Otros hacen competencias de quién se comporta mejor como un perro. No es ficción. Pasó de lo bizarro a lo cotidiano. Está en televisión, en redes, en los portales de noticias. Y nadie lo cuestiona. Porque si lo hacés, sos "retrógrado" o "discriminador".
Estamos rodeados de gente que hace el ridículo en internet solo para sumar seguidores. Algunos pierden la dignidad, otros la vida, por un "like" más. Se cuelgan de edificios, se meten en casas ajenas, se lastiman o se exponen al límite, todo por ese minuto de fama que se evapora igual de rápido que llegó.
Descreemos de la ciencia, de la historia, de los hechos. Hay quienes aseguran que la Tierra es plana. Que las vacunas matan. Que el cambio climático es un invento. Cuestionamos todo, incluso cuando está más que probado. Y lo peor: descreemos de nosotros mismos. Dudamos si lo que vemos o escuchamos es real o lo creó una inteligencia artificial.
Mientras tanto, se hacen virales canciones que hacen apología a las drogas, a la pornografía, al narco. Letras sin alma, vacías, que idealizan la violencia y denigran al otro. ¿Y los chicos? Los chicos repiten, cantan, bailan. Porque no hay filtro. Porque todo vale.
Hoy un padre no puede ponerle límites a su hijo. Lo mirás mal y te denuncian por "violencia psicológica". La autoridad paterna fue puesta en duda. El maestro ya no educa, sobrevive. Y el alumno no aprende, exige.
Todos quieren ser influencers. Todos dan consejos, recetas, soluciones mágicas. Son coach de todo: de vida, de finanzas, de felicidad. Y vos mirás y pensás: ¿y este quién es? ¿Qué experiencia tiene? Pero no importa. Si tiene seguidores, tiene razón.
Mientras tanto, mucha gente evita el trabajo formal y prefiere vender contenido íntimo por internet. Es su cuerpo, su decisión, claro. Pero ¿eso es libertad? ¿O es desesperación disfrazada de empoderamiento?
Vivimos en una sociedad donde todos quieren tener derechos pero pocos quieren tener obligaciones. Todos quieren fama, pocos quieren esfuerzo. Todos buscan reconocimiento, pocos buscan sentido.
¿Fue la pandemia la que nos desordenó tanto? ¿Fueron las redes sociales que nos anestesiaron la empatía? ¿O fuimos nosotros, que en lugar de aprender a vivir mejor, nos dedicamos a encontrar excusas para no vivir en serio?
Porque en definitiva, el ser humano se convirtió en su propio enemigo. Ya no hace falta un sistema opresor o una guerra mundial. Nos bastamos solos para confundir libertad con capricho, progreso con decadencia, y normalidad con delirio.
Quizás no tengamos todas las respuestas, pero sí tenemos que volver a hacernos preguntas. ¿En qué momento se nos escapó la humanidad de las manos? ¿En qué instante perdimos el rumbo? Tal vez si dejamos de actuar, de aparentar y de imitar, podamos empezar a ser. A ser personas otra vez. Con sentido común, con valores, con ganas de construir algo que valga la pena o mejor, la alegría. Aunque sea para no seguir destruyendo lo poco que nos queda.