Esto no es algo menor, sobre todo en un contexto donde la costumbre en la política argentina ha sido sostener a personas en sus cargos más por conveniencia que por su eficiencia o resultados.
La salida de funcionarios en el gobierno de Javier Milei ha sido observada con lupa y, como era de esperarse, con mucha crítica de por medio. Sin embargo, hay otro ángulo en este fenómeno que vale la pena explorar, sobre todo cuando el presidente ha demostrado que quien no rinde, se va. Esto no es algo menor, sobre todo en un contexto donde la costumbre en la política argentina ha sido sostener a personas en sus cargos más por conveniencia que por su eficiencia o resultados.
Javier Milei llegó al gobierno prácticamente en soledad, sin un aparato político que lo respaldara en cada rincón del Estado, y con pocos colaboradores de confianza en las primeras líneas. Pero pese a esas limitaciones, tomó las riendas con firmeza en medio de una crisis profunda, y hoy se puede ver cómo decidir, sin titubeos, reestructurar cuando lo considere necesario. Desde la salida de la canciller Diana Mondino, quien fue reemplazada por Gerardo Werthein, hasta una lista de más de 30 funcionarios que dejaron sus cargos, el mensaje es claro: en este gobierno no hay espacio para la ineficacia o la falta de compromiso.
Para algunos, este movimiento en los ministerios puede parecer caótico. Pero, si miramos bien, la mayoría de las salidas responden a una lógica de transparencia y rendición de cuentas. Ejemplos sobran: el exsecretario de Niñez y Familia, Pablo de la Torre, dejó su puesto tras la polémica de toneladas de alimentos no entregadas a comedores populares. También hubo varios cambios en el Ministerio de Economía y en áreas clave como Energía, Ciencia y Tecnología, donde nombres de peso fueron rotados por gente que, se espera cumpla, mejores los objetivos de una gestión que enfrenta enormes desafíos.
Lo que parece estar pasando aquí es un ajuste de piezas y, en definitiva, de valores. Milei no parece dispuesto a sostener a nadie que no aporte lo que su equipo necesita. Y mientras unos ven problemas, quizás estemos ante un proceso de selección que otros gobiernos dejaron de lado: que los cargos públicos deben responder a la capacidad de gestión, no al peso político oa los compromisos previos.
No se trata de renuncias sin sentido o de una mera purga. Al final, la visión de un gobierno más técnico y menos dependiente de los intereses internos del Estado podría ser el enfoque de renovación que necesita Argentina.