Columnista invitado (*) | Fallas estructurales y malos hábitos cotidianos pueden prevenirse con información.
En tiempos de inteligencia artificial, avances médicos sorprendentes y diagnósticos automatizados, resulta inquietante que infecciones como la fiebre tifoidea todavía representen una amenaza concreta en zonas urbanas. Sin embargo, ocurrió: un brote reciente en Ciudadela, en el conurbano bonaerense, encendió las alarmas sanitarias y reveló grietas preocupantes en materia de prevención.
La investigación apuntó a un sistema de agua de pozo contaminado que abastecía a dos edificios. Allí se confirmaron múltiples casos de fiebre tifoidea, una enfermedad causada por la bacteria Salmonella Typhi, que se transmite principalmente a través del consumo de agua o alimentos contaminados con materia fecal.
Los síntomas de esta enfermedad incluyen:
Puede ser grave y, en algunos casos, requiere antibióticos o internación. Pero no es la única cepa: existen otras variantes de Salmonella, más frecuentes y de origen animal, asociadas al consumo de productos mal cocidos o contaminados.
El problema no es solo biológico, es estructural, educativo y cultural. En edificios que dependen de pozos o cisternas, la falta de controles y mantenimiento puede convertir el agua en un riesgo invisible. A esto se suman errores comunes como la manipulación incorrecta de los alimentos, cocinas mal higienizadas o la falta del simple hábito de lavarse las manos.
Cuando no hay acceso a la red, es imprescindible hervir el agua al menos tres minutos o desinfectarla correctamente con lavandina, siguiendo las instrucciones del envase. Además, los tanques deben limpiarse con frecuencia y el agua almacenada debe cumplir con los parámetros del Código Alimentario Argentino. Puede parecer obvio hasta que deja de serlo.
La cocina es otro terreno fundamental para la prevención. Lavado de frutas y verduras con agua potable, cocción completa de carnes, pescados y huevos, refrigeración adecuada de alimentos y desinfección de utensilios y superficies son medidas esenciales. Incluso detalles como no romper un huevo con la cáscara sobre la sartén o lavarse las manos antes de cocinar pueden marcar la diferencia.
También es importante desechar los pañales de forma adecuada y evitar manipular alimentos sin una correcta higiene previa. Lo que pasó en Ciudadela no debe verse como una excepción, sino como una advertencia. La fiebre tifoidea sigue existiendo y las enfermedades transmitidas por agua o alimentos no distinguen entre el siglo XXI o XIX: aparecen donde hay descuido, precariedad o desinformación.
La medicina puede mucho, pero la prevención sigue siendo insustituible. Ante síntomas como fiebre prolongada, malestar gastrointestinal o diarrea persistente, la recomendación es clara: no automedicarse y consultar siempre a un profesional. A veces, la prevención empieza con algo tan simple como una fuente segura de agua, una cocina limpia y dos manos bien lavadas.