Domingo Faustino Sarmiento quedó fascinado por el modelo educativo de Boston y procuró abrir las escuelas para todos. Las "maestras de Sarmiento" llegaron en barco y vivieron verdaderas historias de amor. Quiénes fueron Marie Morse y “la señorita” Margareth Collord, dos de esas mujeres apasionadas.
Marie Olive Morse y Margaret Louis Collord compondrán una verdadera historia de amor. Amor por la educación y por Mendoza. Apasionadas. Fueron maestras y vitivinicultoras. Hasta fervientes admiradoras de la gesta sanmartiniana. Llegaron a Mendoza después de recorrer un largo camino desde sus estados natales estadounidenses. En la tierra cuyana se conocieron profundamente y vivirán por más de cincuenta años juntas.
Se subieron a un mismo barco sin saber a dónde llegarían. Partieron ambas del puerto de Nueva York, en esos buques de transporte que zarpaban del histórico Liverpool (Inglaterra) y que iban haciendo escala en todas las grandes ciudades portuarias que se encuentran sobre la costa atlántica. El estado nacional se hizo cargo del pasaje y las esperaba con un albergue hasta que encontrarán su destino definitivo.
“Miss Marie” era oriunda de Maine (precisamente de Waldoboro), extremo noreste de Estados Unidos, y “Miss Margareth” provenía de Cincinnati (Ohio) cuando ese estado ya era uno de los principales centros industriales del país del norte. Casi 4.320 millas náuticas (8.000 kilómetros), navegando juntas 45 días por el Atlántico, les permitirá empezar a encontrar coincidencias que las unirá para siempre.
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“Con la luz de tu ingenio iluminaste”
“El loco” le decían. Ese era Domingo Faustino Sarmiento. El mismo que estaba desencantado con el modelo educativo europeo, no por considerarlo malo, sino porque solo alcanzaba a unos pocos. Los hechos dirán que en su tránsito cosmopolita llegará a Boston (Capital de Massachusetts). Quedó fascinado. Cientos de escuelas estaban abiertas para casi todos sus ciudadanos. “¿Para casi todos?; ¿por qué no para ‘los negros’?”, preguntó Sarmiento. “Nos parece injusto a nosotros también. Es un tema político. Tú podrías abrirles las puertas a todos, aún hasta antes que en nuestro país si llegarás a presidente del tuyo”; fue la respuesta recibida cuando siendo ministro plenipotenciario de Mitre realizaba su segunda visita a EE.UU.
“Tú podrías abrirles la puerta a todos”. Tamaña contestación retumbó como una provocación. Ese será el desafío que lo acompañará de ahí en más, y para siempre.
Había recibido una especie de mandato encontrándose, nada más y nada menos, que en la ciudad que contaba con el sistema más antiguo de escuelas públicas de Estados Unidos, entre ellas la histórica Escuela Latina de Boston como su primer hito de enseñanza estatal desde 1635.
“Pero lo que más llamó la atención al viajero (Sarmiento) son las independientes ‘girls’ que estudian magisterio con el gran pedagogo del Norte, Horace Mann”. (Julio Crespo: “Las maestras de Sarmiento”. Buenos Aires. Grupo Abierto. 2007).
La admiración de Sarmiento por el sistema de Boston y por su mentor Mann fue evidente y explícito. De los escritos de Sarmiento extraemos: “Mann creaba allí, a su lado, un plantel de maestras que visité con su señora, y donde no sin asombro vi mujeres que pagaban una pensión para estudiar matemáticas, química, botánica y anatomía, como ramos complementarios de su educación, debiendo pagarlo y devolverlo recién cuando se colocasen en las escuelas como maestras”. Tal impacto produjo ese hecho en Sarmiento, que él que había creado el primer colegio normal de todo Sudamérica en Chile (1842), en su afiebrada mente empezó a soñar una nueva locura: llevar cientos de estas maestras a las pampas argentinas.
“Este proyecto me reveló que Sarmiento era en más de un sentido federal, el proyecto era federal en su fuero íntimo: él tenía ataques de rabia cada vez que una de las maestras norteamericanas se negaba a ir al interior y descargaba su ira diciéndoles cosas que un hombre jamás debe decir a una mujer. No le interesaba plasmar el proyecto en Buenos Aires. Su proyecto era nacional” (Laura Ramos, autora de “Las Señoritas”. Lumen. 2021).
Pero reafirmamos que entre las cosas que seguramente más cautivó a Sarmiento, como buen hijo adelantado de su época, fue ese perfil “protofeminista” (diríamos hoy) que asomaba por ese tiempo en las mujeres de la liberal y antiesclavista Massachusetts, con un impulso idiosincrático más independiente y atrevido que al de la típica dama formada bajo los parámetros de la conservadora tradición hispánica.
Será en ese contexto y bajo esa planificación que llegarán a Argentina más de 60 maestras norteamericanas y algunos maestros. Entre otras arribarán al país quienes serán pilares del “normalismo” educativo mendocino, las ya nombradas, ahora “en criollo”: “la señorita” Marie Morse y “la señorita” Margareth Collord.
“Adelante maestras, que la lucha nos llama”
Al arribar al puerto de Buenos Aires, Marie y Margareth debieron separarse a destinos diferentes, aunque con la firme promesa que pronto se reencontrarían.
Morse y Collord llegaron a un país, aquel de 1890, que estaba atravesando la caída de Juárez Celman cuando “la revolución del parque” empezaba a alumbrar el surgimiento de un nuevo partido político (el radicalismo) y el arribo de otro presidente (Carlos Pellegrini).
En paralelo, durante ese tiempo de los ’90, momento de la llegada de las señoritas Marie y Margareth a Mendoza, el mentor de ese plan educativo hacía dos años (11 de setiembre de 1888) había muerto en Paraguay. Afortunadamente la educación como política de estado de aquellos tiempos no se truncó, continuando “a raja tabla” con los objetivos originales. Proyecto educativo y político que llevaba por ese entonces más de 20 años, si consideramos que la primera maestra de EE. UU. que llegó (a San Juan) fue Mary Gorman en 1869. O el caso del matrimonio de George Stearns y Adelaide Hoppe quienes fueron fundadores de la Escuela Normal de Paraná en 1870. Al margen, y aunque resulte increíble, el sueldo como director de George Stearns era de 2.400 dólares.
Marie viajó directamente a Mendoza por aquel tren que hacía unos años (desde 1885) cruzaba la Argentina desde el puerto rioplatense hasta la falda de la precordillera andina. “La señorita Marie”, egresada del prestigioso Wellesley College, provenía de una familia de docentes y con parientes reconocidos internacionalmente. Era sobrina de Sarah Boyd, una de las primeras maestras que había llegado a Mendoza tiempo atrás (1878) y descendiente del Samuel Morse, el inventor del telégrafo y del inmortal “código” que llevará su apellido.
El Colegio Normal de Señoritas de Mendoza, la vieja “Avellaneda” (hoy Escuela Tomás Godoy Cruz, fundada en 1878, ubicada por entonces en donde actualmente está Galería Piazza) la tendrá como directora desde los albores del ’90 hasta su jubilación. Esa escuela ya conocía la experiencia de tener maestras extranjeras (la nombrada Sarah Boyd, pero además Frances Nyman, Sarah Cook, Sarah Lobb, Arvilla Cross, Katherine Grant, Ruth Wales, Louise Daniels y Rose Dark).
En tanto Margareth Collord tuvo su primer destino sudamericano en el Colegio San José de Montevideo y recién cuando se produjo una vacante en la escuela mendocina (allá por 1892) será convocada por Marie para desempeñarse como docente y vicedirectora.
Aquella promesa de volverse a reencontrar se había cumplido.
“Cuando lo cotidiano se vuelve mágico”
Siempre invoco esa estrofa: “lo cotidiano se vuelve mágico”, de una canción de Peteco Carabajal cuando me refiero a nuestras escuelas. “Como pájaros en el aire” se titula. Y seguramente ese fue el legado de las “señoritas” Marie y Margareth en Mendoza. Convertir lo cotidiano en revolucionariamente mágico y emancipador.
Ellas transformarán la educación mendocina. Dieron las pautas ineludibles para la formación sistemática del docente, estableciendo modelos para preparar la organización escolar y se convertirán en “las formadoras” de futuras maestras (“sus hijas del espíritu”, como ellas les llamaban) que llenarán las aulas provinciales. Redactarán un instructivo para estimular el compromiso, la responsabilidad e incentivar “el trato gentil hacia los jóvenes” y “tratar a las alumnas como amigas; llevar a la clase buen humor y no los disgustos de afuera; cuidar de usar voz dulce, pero denotar autoridad”.
Para ellas, las artes, la educación física, el cuidado del medio ambiente, la solidaridad como elemento empático, pero también el orden y las evaluaciones, serán el complemento imprescindible para una formación integral. Tal vigencia y actualidad, solo se explicará de una sola manera. Ayer, hoy y siempre: estamos ante “maestros de alma”.
“Fue la lucha, tu vida y elemento”
Mujeres. Foráneas y “protestantes”, con faldas que solo llegaban a los tobillos, que se subían a los techos, andaban a caballo, serruchaban como carpinteros, cargaban bolsas de cebollas en sus hombros, podaban árboles y parrales, discutían con los políticos de turno el precio de la uva, hacían gimnasia y vivían solas como pareja en una casa, y hasta se decía que se habían consagrado en un matrimonio no legitimado. Debió haber sido bravo. Demasiadas cosas como para no ser discutidas en esa época, mucho más en tiempos donde el laicismo había ganado una batalla con la ley 1420, pero donde todavía había familias que no querían que sus hijos católicos fueran educados por los de otro credo. Difícil de digerir para aquella sociedad mendocina. Sin embargo, se sobrepusieron y terminaron siendo arraigas y reconocidas como hijas “adoptivas” de Mendoza.
Ahora; el mayor desafío no fue ese. Para alguien como ellas, que estaban convencidas sobre lo que debían hacer en Mendoza, el desafío será otro. El índice de analfabetismo en el país según el censo nacional de 1869 era de 77%; Mendoza rondaba ese promedio.
¡Mira si “una maestra de alma” se detendrá en un prejuicio social habiendo tantos pibes que no sabían leer y escribir! Ellas vinieron a enseñar y a que los chicos aprendan. Y dieron un paso gigante. En 1947, el tercer censo nacional mostraba que el porcentaje de población mayor de 14 años que no sabía leer y escribir ya era de un 13.6%.
Se jubilaron en 1911. Tal vez pocos sepan que donaron sus haberes jubilatorios en favor de los estudiantes más necesitados del establecimiento que dirigían.
Cerca de las chacras de los Coria
A los años de llegar vivieron en una propiedad donada por el danés Hans Christian Guldberg, uno de los pioneros habitantes de Chacras de Coria (Luján de Cuyo). Será en esa propiedad que nacerá el amor por la otra pasión que encontraron en Mendoza: las uvas y el vino.
Laboriosas y dedicadas, “no le hicieron asco” tampoco al trabajo de la tierra. Al tiempo ya tenían finca, olivares, frutales, hortalizas, granja de animales y una pequeña bodega cuyo vino era comercializado por ellas mismas; y hasta con sus ahorros pudieron comprar otra finquita más grande y una nueva casa.
Su morada estará ubicada en la vigente calle Besares. Esa casa será el punto de partida todas las mañanas, en sulky y bien temprano, hasta la Escuela Normal. El rito se mantuvo intacto hasta el momento del retiro jubilatorio, para luego ocuparse todo el día de las labores propias de la vitivinicultura y del trabajo chacarero hasta que en 1927 decidieron volver a Estados Unidos.
Su regreso al país del norte, precisamente a Florida, fue un breve “hasta pronto” porque tres años después decidieron volver a Mendoza para radicarse definitivamente. Vaya paradoja, 40 años atrás Mendoza las recibía con dudas, “mirándolas de reojo” y cientos de preconceptos. Pero en esa actualidad de 1930 eran sus familias de Norteamérica las que no comprendieron, ni aceptaron la relación afectiva entre Marie y Margareth.
“Sanmartinianas” que eligieron Mendoza
Pidieron ser enterradas juntas. Murieron las dos en 1945. Dejaron pensiones vitalicias para ancianas, becas para estudiantes y una contribución para la iglesia metodista de Mendoza. Repartieron toda su herencia entre los sobrinos que prácticamente no conocieron.
Fueron la base fundamental donde se sostuvieron los pilares imprescindibles del plan de Sarmiento en Mendoza y transformaron para siempre la educación en la provincia, convirtiéndose en una bisagra cultural con relación a la interpretación que la sociedad mendocina comenzará a brindarle al rol independiente y protagónico de la mujer en su faceta personal y en el terreno profesional.
Y como reafirmando su adoptiva y arraigada “mendocinidad”, no solo constantemente predicaron sobre los valores formativos de la gesta sanmartiniana, también fueron en 1899 protagonistas activas junto a Julio Leónidas Aguirre (rector del Colegio Nacional Agustín Álvarez) de una colecta entre familiares y estudiantes de las dos grandes escuelas mendocinas (“el normal” y “el nacional”) que recaudó fondos para colocar la piedra fundamental de lo que luego sería el Campo Histórico El Plumerillo.
Pero además de sostener el ideal sanmartiniano de que “no existía un ejército más poderoso que la educación”, también compartieron un anhelo con El Libertador: tanto Marie y Margareth al igual que San Martín eligieron en sus sueños a Mendoza para vivir y morir. Ellas pudieron; San Martín por los conocidos avatares políticos no lo consiguió.
Están enterradas en el cementerio de la Ciudad de Mendoza. En el apartado dispuesto para las familias británicas. Una lápida de mármol presenta una referencial inscripción: "And in their death they were not divided" (en su descanso eterno no fueron separadas).
“Fue la lucha, tu vida y tu elemento. La fatiga, tu descanso y calma. Honor y Gratitud”.