Miren, muchachos, lo que yo veo es que ahora todos se la pasan contando interacciones, menciones y "me gusta". Los candidatos se obsesionaron con los numeritos de las redes, como si eso fuera la boleta del escrutinio.
Los jueves por la tarde la cafetería de Aldo se convertía en un pequeño recinto parlamentario paralelo. No era un lugar lujoso, más bien sencillo, con olor a café recién molido y las sillas de madera algo flojas, pero tenía lo esencial: discreción y buen servicio. Hernán, el mozo de confianza, ya sabía que a eso de las siete caían "los cuatro" y les guardaba siempre la mesa del rincón, como si fuera un palco reservado.
Aldo, desde la barra, se hacía el distraído lustrando vasos, pero estaba atento. Sabía que en esa mesa se decían cosas que no llegaban a los diarios hasta semanas después. Y más de una vez había escuchado predicciones que, para su sorpresa, terminaban cumpliéndose al pie de la letra.
Gastón, "el magistrado", llegó serio, con el portafolios gastado bajo el brazo, como si trajera expedientes, aunque en realidad adentro había solo papeles sueltos y algún diario viejo. Se sentó erguido, acomodándose los lentes, y con ese aire de suficiencia que le da hacer en el juzgado lo que su juez jamás se digna a hacer: trabajar.
-Miren, muchachos, lo que yo veo es que ahora todos se la pasan contando interacciones, menciones y "me gusta". Los candidatos se obsesionaron con los numeritos de las redes, como si eso fuera la boleta del escrutinio.
El grandote, al que nadie le discutía el apodo, porque llenaba el marco de la puerta con solo entrar, soltó una risa grave que hizo vibrar la mesa:
-Claro, Gastón, porque se creen Milei. Y Milei fue un accidente histórico, un fenómeno raro, un tipo que nació de las redes y creció ahí. Estos otros son bichos de comité, de rosca vieja, de apretar manos en las plazas y besar chicos con mocos en los actos. No tienen nada que ver.
El grandote decía, con esa misma voz grave y de autoridad, que era asesor legislativo. Pero todos saben que lo suyo no son los dictámenes, sino las reuniones privadas en despachos oscuros y los almuerzos interminables donde se negocian cosas que nunca salen en el Boletín Oficial. Es lobista, aunque él prefiera la palabra "gestor".
El flaco, que se acomodaba la corbata mientras hablaba, se metió como quien reparte naipes.
-Pará, pará. No subestimen. El juego cambió. Hoy, si no estás en lo digital, estás frito. Sí, es cierto, lo de Milei es inimitable, pero tampoco podemos quedarnos en la militancia de la olla popular y la caminata por el barrio. Eso murió. Lo que pasa es que los candidatos ahora quieren disfrazarse de tiktokers cuando apenas saben prender la cámara del celular.
Traje arrugado, corbata floja y sonrisa ensayada. El flaco tiene ese talento innato de cambiar de camiseta política sin despeinarse y, aun así, conservar siempre un lugar en la mesa grande. Había pasado de la izquierda testimonial a un partido provincial, y de ahí a un armado nacional; lo único constante era la V corta de los dedos que desplegaba al saludar, como si fuera su marca registrada.
-Milei no usó las redes: las encarnó. -dijo, como coronando, el Innombrable- Era su hábitat natural, un nativo digital. Lo demás vino por añadidura. Estos tipos que ustedes nombran. creen que con contratar un par de community managers y comprar menciones pueden copiar la fórmula. Pero se olvidan de algo: la gente huele lo falso a kilómetros. Si no sos genuino en el lenguaje de las redes, no existís.
Al Innombrable le dicen así sus amigos, no por miedo sino por una especie de código tácito de no decir su nombre en voz alta. El respeto pesa más que cualquier título. Siempre tranquilo, sin prisa, con la mirada calculadora de quien sabe cosas antes de que pasen. Tiene contactos, e información de primera mano. Está en la rosca fuerte y nadie le pide pruebas, porque rara vez se equivoca.
Hernán, sin que nadie le pidiera nada, acomodó el pedido como si fueran piezas de un ritual. Dos cortados en jarrito, un café chico bien cargado y un café con leche con una medialuna.
El magistrado levantó la mano como si estuviera en una audiencia y pidiera la palabra.
-¿Ven lo que les digo? -dijo, marcando cada sílaba-. Mírenlo con el ejemplo de los audios de Spagnuolo. Fue un escándalo de una semana. Un incendio que parecía que iba a arrasar todo. y a la siguiente ya nadie lo comenta.
El grandote asintió, hundiendo la medialuna en el café con leche.
-Eso es lo que la vieja política no entiende. Ellos creen que las polémicas duran como en los noventa, semanas de tapa de diario, comunicados, conferencias, repudios. Ahora es distinto: subís el audio, explota Twitter, se multiplican los memes, todos se indignan. y al otro día ya hay otro tema. El fuego digital se apaga con la misma velocidad con que prende.
El flaco, que no perdía oportunidad para meter la cuña, se inclinó hacia adelante.
-Claro, pero ojo, que también es un problema para el Gobierno. Porque vos podés salir con un discurso fuerte y, si impactás, cambiás la agenda. pero solo por un rato. Así pasó con el discurso oficial después del lío Libra. Desvió la atención, la red se llenó de hashtags nuevos, y la polémica quedó sepultada. ¿Qué quedó ahora? Nada, salvo algún comentario suelto.
El innombrable, con la calma de siempre, dio el veredicto final.
-Ese es el signo de la época: la inmediatez. Todo es vertiginoso. Aparecen los temas como relámpagos y se esfuman igual de rápido. Hoy las redes son un río crecido, imposible de contener. El que piensa que puede montar ahí una estrategia política larga, sostenida, es un ingenuo. Lo digital no es un archivo: es espuma. Sirve para visibilidad, para instalar algo al instante. pero al otro día ya estás obligado a poner otra cosa en la agenda. Si no, desaparecés.
-Y ojo con otro detalle del caso Spagnuolo y los audios de Karina. - dijo el grandote, como quien baja un martillo sobre la mesa- Después del mamarracho judicial, todos salieron con el grito de la "censura previa" y la mordaza. "Libertad de expresión", decían, casi como un rezo. Pero fijate bien quiénes eran los primeros que agitaban.
-Los viejos canallas de siempre, -lo interrumpió con ironía el magistrado- los mismos que manejaron los micrófonos durante años como si fueran propiedad privada. Cuando alguien les dice basta, corren a envolverse en la bandera de la república.
El flaco levantó el dedo, en pose de diputado, y metió su punto.
-Lo interesante es que, a medida que se fueron conociendo los detalles, los comunicadores que todavía tienen un resto de decencia, los que no están en el sobre de la pauta ni en la canallada antiética, empezaron a correrse. Ya no bancan a esos personajes. Sí, todos se encolumnan con la libertad de expresión, porque es un principio básico, pero cuando se desnuda quiénes son los que hacen la movida. la cosa cambia.
El innombrable, se acomodó en la silla y habló con su tono bajo pero definitivo:
-Esa es la diferencia entre la espuma y la sustancia. La espuma de las redes dice "censura, mordaza, ataque a la prensa". La sustancia, en cambio, muestra la cara real de los que gritan. Y cuando los honestos ven quién está detrás, se corren solos. El problema es que la vieja política sigue creyendo que esos canallas son referentes, cuando en realidad son apenas ruido que se apaga en cuestión de días.
Los otros asintieron. Afuera, la tarde mendocina caía con la velocidad con que las polémicas desaparecen en las redes: de golpe, sin dejar rastros, salvo en la memoria de quienes saben leer lo que se esconde detrás del ruido.
El magistrado raspó con la cucharita la poca espuma que quedaba en el borde la taza y lanzó la pregunta al aire:
-Bueno, pero a todo esto, ¿cómo va a pegar la elección en la provincia de Buenos Aires aquí en Mendoza?
El flaco volvió a acomodarse la corbata y tomó aire, como si diera cátedra.
-Mirá, para nosotros, los peronistas, es cuestión de supervivencia. Si el oficialismo bonaerense saca un buen resultado, vamos a salir a festejar como si nada pasara. Es la fachada: mostrar que seguimos siendo competitivos y unidos. Pero todos sabemos que hacia adentro es un campo minado, estamos cruzados por internas, desconfianzas y cuchilladas.
-En cambio, los radicales y los libertarios en la provincia no tienen ni cómo disimular. -disparó el grandote - Allá van separados, totalmente. No existe chance de festejo conjunto, ni siquiera de foto compartida. Son como esos matrimonios rotos que ni se saludan en el pasillo.
El innombrable, que había seguido el intercambio con una leve sonrisa, soltó su reflexión final:
-Y ojo con los amarillos del PRO. Porque esos, en Buenos Aires, se abrazan a las piernas de los libertarios, mientras dicen ser socios de coyuntura. Pero acá, en Mendoza, no se pueden ni ver. Miran con lupa qué pasa allá para ver si pueden colgarse de una buena performance de Milei o alguno de los suyos. Si les va bien, van a decir "somos parte de ese impulso". Si les va mal, van a silbar bajito como si nunca hubieran sido amigos.
El flaco levantó los dedos en V, gesto automático, y remató con sorna:
-La verdad es que todos dependemos de Buenos Aires. Acá hacemos rosca, pero el pulso lo marcan allá.
Los cuatro se quedaron en silencio un instante, como si el eco de lo dicho pesara más que el murmullo del local. Hernán seguía atento la charla desde un rincón y Aldo, desde la barra, pensó que esa mesa siempre cerraba igual: con la política grande que baja desde Buenos Aires y se mezcla con la rosca local, antes de diluirse en conversaciones más pequeñas: quién cae, quién asciende, qué negociado está por cerrarse o temas intrascendentes sobre amigos, excompañeros y viejas lealtades que no vale la pena contar en este relato. Disecciones quirúrgicas del poder.
Los jueves por la tarde son así: cuatro tipos distintos, cuatro amigos, cada uno con su rol en la trama política, encontrando en esa cafetería un refugio donde hablar sin micrófonos ocultos. Un pequeño parlamento informal, con aroma a café, donde lo que se cocina son las certezas de mañana.