Sociedad Luchadora

"Lea Zajac: la sobreviviente de Auschwitz que convierte el dolor en esperanza"

El horror llegó a su puerta en 1941, cuando los nazis ocuparon su ciudad. Con solo 15 minutos para vestirse, su familia fue arrancada de su hogar y llevada al gueto de Pruzhany, a 60 kilómetros de distancia

Martes, 8 de Abril de 2025

A sus 98 años, Lea Zajac, sobreviviente del campo de exterminio de Auschwitz, compartió su estremecedora historia. Desde su hogar en Argentina, donde se radicó tras escapar del horror nazi, esta mujer de voz firme y mirada serena relató una vida marcada por la pérdida, la resistencia y un compromiso inquebrantable con la memoria. "Yo me prometí que iba a transmitir todo lo que pueda. Mis muertos no volverán, pero ustedes son el futuro", afirmó, subrayando el propósito que la guía desde hace décadas.

Nacida el 31 de diciembre de 1926 en una pequeña ciudad polaca, Lea creció en una familia humilde pero unida, donde el amor y la cultura paliaban la miseria. "No había mucho materialmente, pero sí mucha riqueza en valores", recuerda. Su madre, una mujer analfabeta pero sabia, le inculcó que el estudio era un tesoro eterno, una lección que la llevó a devorar libros incluso en los peores momentos. Sin embargo, el 1 de septiembre de 1939, cuando la Segunda Guerra Mundial irrumpió con la invasión nazi a Polonia, sus sueños de secundaria se desvanecieron entre gritos de "¡la guerra!" por las calles.

El horror llegó a su puerta en 1941, cuando los nazis ocuparon su ciudad. Con solo 15 minutos para vestirse, su familia fue arrancada de su hogar y llevada al gueto de Pruzhany, a 60 kilómetros de distancia. "Nos subieron a camiones con un paquetito: un suéter, medias, guantes. lo justo para el frío que te rompía las orejas", narra. Allí, hacinados en casas rodeadas de alambres de púa, sobrevivieron cuatro años y medio de hambre y miedo. Vio cómo mataban a los notables de su comunidad en la plaza y cómo su padre y tíos regresaban torturados tras marchas forzadas.

El traslado a Auschwitz en 1943 fue aún más brutal. En vagones de ganado, apiñados "como animales al matadero", viajaron dos días y tres noches sin comida ni agua. "Una tía se desmayó; su esposo pidió agua y un soldado le disparó. Aún oigo la taza cayendo", dice Lea. Al llegar, el cartel "Arbeit macht frei" (el trabajo libera) prometía una mentira. Separada de su madre, hermanos y tíos -enviados a la cámara de gas-, ella se salvó corriendo hacia un grupo de mujeres jóvenes. "Mi mamá me gritó '¡corré!' desde el camión. Fue su última mirada", recuerda con una culpa que aún la persigue. En el campo, le tatuaron el número 33502, borrando su nombre. "Dejé de ser humana. Era funcional", sentencia.



En Auschwitz, la muerte era una amenaza diaria. "Cada semana nos desnudaban para inspeccionarnos. Si tenías un forúnculo, a la izquierda: la cámara de gas", explica. Una vez, con la rodilla hinchada por tuberculosis ósea, fue seleccionada para morir por el infame Josef Mengele. Pero una presa austriaca manipuló la lista, sustituyendo su número por el de una fallecida. "Esa noche se llevaron a 97 mujeres. Yo quedé viva, sola", relata. La esperanza, dice, la sostuvo: "Por más enterrada que esté, siempre queda".

Liberada en 1945, regresó a Polonia, pero el antisemitismo persistente la empujó a emigrar a Argentina. Aquí rehízo su vida, encontró amor -"mi marido me quiso con mi pierna rígida"- y formó una familia. Hoy, su voz resuena en un dispositivo interactivo del Museo del Holocausto de Buenos Aires, asegurando que su testimonio perdure. "No borro mi tatuaje. Es mi historia", afirma. Citando a Jean-Claude Boussac, añade: "Dios murió en los hornos de Auschwitz en 1944. Yo doy fe". Para Lea, su legado es claro: "Ser digna de ser. Dar la mano. Eso es lo más humano".