Internos del módulo 5-A se rebelaron por el traslado de un referente, tomaron el pabellón y enfrentaron al Grupo Especial con barricadas y amenazas. El conflicto expuso las grietas del sistema penitenciario.
Mendoza vivió una jornada marcada por el caos. Mientras las alarmas sonaban en La Paz por una niña armada en una escuela, otro foco de tensión se encendía en el corazón del sistema carcelario provincial. En el Complejo Penitenciario N°2 San Felipe, un grupo de internos del módulo 5-A se amotinó con furia tras el traslado de Maximiliano Martínez Llaneza, referente del pabellón y condenado por el crimen del empresario Emilio Giménez.
La revuelta comenzó en la mañana del miércoles y escaló rápidamente. Los presos, organizados y decididos, levantaron barricadas improvisadas en la entrada del pabellón, impidiendo el ingreso de los guardiacárceles. En los videos que circularon, se escuchan arengas como "¡Vamos cumpa, que de acá no nos vamos nadie loco!", mientras los internos se preparaban para resistir.

Efectuó varios disparos, ante la presencia de los uniformados.
La situación obligó a la intervención del Grupo Especial de Operaciones Penitenciarias (GEOP), que utilizó armamento reglamentario para disuadir a los amotinados. Las detonaciones se mezclaban con los gritos y el caos, mientras los presos buscaban cobertura detrás de sus propias defensas.
El motín duró más de cinco horas. Aunque no se reportaron heridos graves, el episodio dejó al descubierto las tensiones internas del penal y la fragilidad del sistema frente a liderazgos informales que aún operan desde las celdas. Las autoridades penitenciarias evalúan medidas para evitar nuevos brotes de violencia, pero el mensaje de los internos fue claro: no están dispuestos a ceder sin pelea.
San Felipe, una vez más, se convierte en espejo de una realidad que se agita entre rejas: la disputa por el control, el poder simbólico de los referentes, y la urgencia de una reforma que no llega.