Mundo Historia de vida

La historia de la niña que se enfrentó al terror con un lápiz

Malala Yousafzai a los 17 años y ya era un símbolo global.

Jueves, 11 de Diciembre de 2025

"Un niño, un maestro, un libro y un lápiz pueden cambiar el mundo. La educación es la única solución. ¡La única esperanza!". Con esas palabras, pronunciadas en Oslo al recibir el Premio Nobel de la Paz, Malala Yousafzai resumió todo aquello que había marcado su existencia. Tenía apenas 17 años y ya era un símbolo global, pero su historia había comenzado mucho antes, entre montañas verdes y ríos helados del valle de Swat, en Pakistán.

Antes de las cámaras, antes del reconocimiento internacional, Malala era solo una niña que amaba ir a la escuela. En su tierra, sin embargo, ese acto simple se había convertido en un desafío. Cuando el extremismo talibán avanzó sobre la región, la educación femenina pasó a ser un blanco directo. Las escuelas cerraban, el miedo ocupaba los pasillos y la vida cotidiana se tensaba al ritmo de las amenazas. En ese clima, Malala -con apenas 11 años- decidió escribir de forma anónima para la BBC. Relató noches de bombardeos, aulas vacías y el silencio impuesto a las niñas que querían aprender. Su voz, escondida tras el seudónimo "Gul Makai", empezó a resonar mucho más lejos de lo que imaginaba.

Su familia siempre había creído en el poder del conocimiento. Ziauddin, su padre, maestro y poeta, fue quien despertó en ella esa mirada inquieta y desafiante. Cada conversación en su casa era una invitación a pensar, a cuestionar, a no aceptar la injusticia como destino. Él mismo la impulsó a alzar la voz cuando, en 2008, Malala pronunció su primera denuncia pública: "¿Cómo se atreven los talibanes a quitar mi derecho básico a la educación?". Tenía once años. Tenía un fuego adentro que ya no se apagaría.

Ese fuego fue también lo que la puso en la mira. El 9 de octubre de 2012, un miembro del Movimiento de los Talibanes Pakistaníes subió al micro escolar donde viajaba y le disparó a quemarropa. El ataque conmocionó al mundo. Contra todo pronóstico, Malala sobrevivió. Fue trasladada a Reino Unido, atravesó cirugías, rehabilitación, dolor, miedo. y aun así, cuando volvió a caminar y a hablar, lo primero que quiso recuperar fue la escuela. "Mi sueño es que todos los niños del mundo puedan ir a la escuela", dijo al regresar a clases. Había sufrido un atentado, pero no se había quebrado: se había fortalecido.

A partir de entonces, su voz se convirtió en un puente entre millones de niñas invisibilizadas y los líderes más poderosos del planeta. En julio de 2013 habló ante la Asamblea de la Juventud de la ONU en su "discurso de cumpleaños", y volvió a repetir aquella frase que ya era su bandera: "Un niño, un maestro, un libro y un lápiz pueden cambiar el mundo". Las ovaciones no eran para una sobreviviente: eran para una líder.

Desde ese momento, Malala viajó por campos de refugiados, conversó con niñas desplazadas, presionó a gobiernos, denunció secuestros como el de las estudiantes de Nigeria bajo el lema #BringBackOurGirls y, además, contó su historia en bestsellers que recorrieron el mundo. Yo soy Malala y Malala. Mi historia acercaron a millones de lectores la experiencia de una adolescente que se negó a aceptar que estudiar era un privilegio.

El Nobel de la Paz que recibió en 2014 -junto al activista indio Kailash Satyarthi- no fue para ella un destino, sino un punto de partida. A menudo repetía que no hablaba por lo que le había pasado, sino por quienes aún vivían bajo amenazas, por las niñas que seguían caminando kilómetros para llegar a una escuela en ruinas, por las que tenían miedo pero aun así querían aprender.

La historia de Malala es la historia de una niña que enfrentó la violencia con palabras, y de una joven que transformó el terror en un movimiento global. Es, en definitiva, un recordatorio poderoso: aun en los lugares donde reina la oscuridad, basta una voz valiente -una sola- para empezar a cambiar el mundo.