Mundo Historia de vida

De empresaria a símbolo político: la trayectoria de la mujer que marcó a Venezuela

 La de María Corina Machado es una de ellas. Una historia que empieza en una casa luminosa de Caracas, mucho antes de que la política se convirtiera en un campo.

Miercoles, 10 de Diciembre de 2025

A veces las historias más intensas no nacen en la guerra, sino en el silencio de un país que ya no puede hablar. La de María Corina Machado es una de ellas. Una historia que empieza en una casa luminosa de Caracas, mucho antes de que la política se convirtiera en un campo minado. Allí creció una chica inquieta, de carácter firme, que prefería hacer preguntas incómodas antes que quedarse callada.

Dicen que desde joven tenía esa manera de mirar que no esquiva nada. Sin embargo, nadie imaginaba que la vida la llevaría a convertirse en una de las voces más fuertes contra un régimen dispuesto a apagar todas las demás.

De adulta, mientras muchas personas de su entorno elegían la comodidad o el exilio, ella eligió el camino más improbable: meterse en la política en el momento más oscuro de Venezuela. Podría haber seguido en empresas, en fundaciones, en una vida fácil. Pero decidió meterse donde dolía. Recorrió barrios, escuchó historias rotas, cargó bebés desnutridos, se abrazó a madres que habían perdido a sus hijos. Y cada lágrima ajena la empujaba un poco más.

Cuando llegó a la Asamblea Nacional, entró como quien entra en una tormenta sin paraguas. Su voz fuerte, directa, irritó al poder. No tardaron en perseguirla, insultarla, inhabilitarla, expulsarla. Pero algo en ella -quizás terquedad, quizás destino- la mantuvo de pie.

Mientras otros se rendían, ella seguía. Mientras el miedo hacía que muchos se escondieran, ella salía a la calle, a los pueblos, a los llanos, a donde fuera necesario. Había días en los que dormía apenas unas horas, viajando en moto, en camionetas destartaladas, cruzando caminos de tierra para llegar a lugares donde ya nadie creía en nada.

En 2023, cuando parecía que la oposición estaba derrotada, ocurrió lo impensado: la gente volvió a creer, y la eligió a ella. La eligió con una contundencia que ningún aparato pudo negar. Y fue entonces cuando el poder, sintiendo el temblor, decidió prohibirle competir. Era la señal de que su voz ya no era una molestia; era una amenaza.

Pero la historia siguió avanzando, con ella empujándola a puro pulmón.

En Venezuela comenzaron a surgir multitudes. Gente que se había quedado sin fuerzas volvió a salir a la calle. Jóvenes que nunca habían votado empezaron a hablar de futuro. Señoras mayores, que habían visto todo pasar y todo caer, volvían a emocionarse.

Y, mientras tanto, ella seguía ahí: perseguida, escondida, amenazada, pero firme. Con su mochila al hombro, su celular siempre listo para grabar abusos, su pelo despeinado por el viento de las marchas y esa convicción casi imprudente de que su país podía volver a levantarse.

Dicen que la noche en que se enteró de que había recibido el Premio Nobel de la Paz, no lloró. No por falta de emoción, sino porque -como suele repetir- el premio no es para mí, es para Venezuela. Para los que se fueron, para los que se quedaron, para los que murieron esperando un cambio que nunca llegó.

Hoy, su nombre provoca algo difícil de explicar. Para algunos, esperanza. Para otros, desafío. Para todos, una certeza: no se puede contar la historia de Venezuela sin contar la de ella. La mujer que decidió caminar derecho incluso cuando todo el camino estaba torcido.