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El chimpancé que orbitó en plena Guerra Fría y cambió la historia espacial

Su nombre, que significa "hombre" en hebreo, parecía casi un presagio. Seleccionado de un grupo de animales entrenados en Nuevo México.

Viernes, 5 de Diciembre de 2025

En plena Guerra Fría, cuando la carrera espacial era mucho más que ciencia y se había convertido en un ring ideológico entre Estados Unidos y la Unión Soviética, nació una historia inesperada: la de un chimpancé llamado Enos. Su vida se entrelazó con la tensión política del momento, cuando cada logro más allá de la atmósfera funcionaba como un triunfo simbólico de un sistema político sobre el otro.

En 1957, la URSS sacudió al mundo con el lanzamiento del Sputnik I y luego con el vuelo de la perra Laika, el primer ser vivo en alcanzar la órbita terrestre. Fue un golpe duro para Estados Unidos, que respondió acelerando su propio programa espacial. En ese clima vertiginoso, la NASA tomó una decisión que buscaba ciencia, pero también reputación: enviar un chimpancé al espacio para demostrar que el país podía ponerse nuevamente a la altura de su rival. Ese chimpancé sería Enos.

Su nombre, que significa "hombre" en hebreo, parecía casi un presagio. Seleccionado de un grupo de animales entrenados en Nuevo México, Enos pasó un año y medio preparándose para una misión que, sin saberlo, marcaría su lugar en la historia. Acumuló 1.250 horas de entrenamiento: resolución de tareas cognitivas, respuesta a estímulos, adaptación a condiciones extremas. La NASA necesitaba comprobar si un organismo complejo podía sobrevivir y mantener sus capacidades en un entorno hostil, sin gravedad y completamente aislado.

El 29 de noviembre de 1961, Enos despegó desde Cabo Cañaveral a bordo del Mercury-Atlas 5. Y se convirtió en el primer animal en completar una órbita para Estados Unidos, apenas meses después de que la URSS pusiera en órbita al cosmonauta Yuri Gagarin. El vuelo no fue sencillo: los sistemas de recompensa y castigo fallaron y el chimpancé recibió 76 descargas eléctricas por una tarea que, debido a un error técnico, no podía resolver. Aun así, completó dos vueltas alrededor de la Tierra y aterrizó con vida cerca de las Bermudas.

Su hazaña tuvo impacto mundial, aunque su figura quedó opacada por la fama de Ham, otro chimpancé que había realizado un vuelo suborbital meses antes. Sin embargo, la contribución de Enos resultó crucial: gracias a él, la NASA validó la seguridad de su cápsula y despejó dudas clave antes de enviar humanos. Tres meses más tarde, John Glenn realizaría el primer vuelo orbital tripulado de Estados Unidos, apoyado en la experiencia que aquel pequeño astronauta había dejado.

Enos murió en 1962 por una rara forma de disentería, sin relación con su misión. Su vida breve, marcada por entrenamientos intensivos y una aventura espacial sin precedentes, quedó como un recordatorio del costo -y la valentía involuntaria- que acompañaron los primeros pasos de la humanidad hacia el cosmos.

La historia de Enos también se inscribe dentro de un capítulo más amplio, el de los animales que viajaron al espacio durante aquellos años. Desde 1948, cuando los monos Albert I y Albert II fueron lanzados sin sobrevivir, pasando por ratones, roedores y perros soviéticos -incluida la emblemática Laika, que murió pocas horas después de su despegue-, estos experimentos sentaron las bases para los vuelos tripulados. Algunos regresaron con vida, otros no. Todos formaron parte de una etapa en la que la ciencia avanzaba al mismo ritmo que la urgencia política.

Enos no entendió de superpotencias ni de rivalidades ideológicas. Pero su historia, atravesada por la tensión de la Guerra Fría, se convirtió en uno de los capítulos más singulares de aquella carrera espacial que cambió para siempre la relación de la humanidad con el universo