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Hiroshima y Nagasaki: Cómo la bomba atómica marcó a madres y generaciones enteras

Kikuyo Nakamura y Yoshimura, ambas sobrevivientes de la bomba atómica, relataron a CNN cómo el estigma, la culpa y las pérdidas marcaron su maternidad y su vida.

Sabado, 9 de Agosto de 2025
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Kikuyo Nakamura y Yoshimura, ambas sobrevivientes de la bomba atómica, relataron a CNN cómo el estigma, la culpa y las pérdidas marcaron su maternidad y su vida.

En 2003, a los 55 años, Hiroshi fue al hospital. Pasaron dos dí­as sin noticias. Luego tres. Después, una semana entera. Finalmente, Nakamura decidió ir ella misma.

Allí­, su hijo le dijo: ?Van a hacer más exámenes", recuerda en conversación con CNN.

Los resultados revelaron un diagnóstico devastador: leucemia en etapa 4, un cáncer de la sangre avanzado que ya se habí­a extendido a otras partes del cuerpo.

Según Nakamura, el médico le dijo que ella le habí­a transmitido la enfermedad a través de la lactancia cuando era un bebé, sugiriendo que la radiación habí­a sido la causa.

Hiroshi murió seis meses después. Desde entonces, su madre ha vivido con la idea de que, de alguna manera, fue responsable de su muerte.

"Me sentí­ sobrepasada por la culpa y el sufrimiento" Incluso ahora sigo creyendo lo que dijo el médico: que yo lo causé. Esa culpa sigue viva en mí­", dice Nakamura, hoy con 101 años.

Quienes están expuestos a radiación nuclear suelen recibir la indicación de suspender la lactancia de inmediato tras una explosión atómica.

Sin embargo, expertos aseguran que no hay pruebas concluyentes de que la primera generación de hibakusha "sobrevivientes de los bombardeos atómicos en la Segunda Guerra Mundial" pueda transmitir material que cause cáncer a sus hijos décadas después de la exposición.

A medida que se acerca el 80° aniversario de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, los sobrevivientes "algunos, como Nakamura, con más de un siglo de vida" comparten sus relatos de sufrimiento y resiliencia mientras aún pueden.

Muchas de ellas eran mujeres jóvenes, embarazadas o en edad fértil cuando cayeron las bombas, y han pasado gran parte de su vida bajo la sombra del miedo y el estigma.

Médicos, vecinos e incluso familiares y amigos les advirtieron que su exposición a la radiación podrí­a provocar que tuvieran hijos con enfermedades o discapacidades"?¦ si es que podí­an concebir.

El estigma hacia las mujeres sobrevivientes

Incluso cuando la infertilidad o la discapacidad de un hijo no tení­an relación alguna con la exposición a la radiación, muchas mujeres hibakusha "sobrevivientes de los bombardeos atómicos" se sintieron culpadas y marginadas.

Aquellas con cicatrices visibles por las explosiones enfrentaban mayores barreras para casarse. Las heridas fí­sicas eran más difí­ciles de ocultar y se percibí­an como una prueba evidente de exposición.

En una época en que la sociedad vinculaba fuertemente el valor de una mujer con el matrimonio y la maternidad, este estigma resultó especialmente dañino.Según Masahiro Nakashima, profesor de estudios sobre radiación en la Universidad de Nagasaki, un gran número de sobrevivientes "muchas de ellas con trastorno de estrés postraumático (TEPT)" optaron por "ocultar que eran hibakusha".

"En una sociedad como la japonesa, donde la discriminación de género y el dominio masculino han estado profundamente arraigados, las mujeres fueron especialmente afectadas por la radiación", dijo Nakashima a CNN.

Cicatrices de por vida

La exposición a radiación sí­ afectó a algunos sobrevivientes de segunda generación, dependiendo del momento del embarazo.

El periodo embrionario "entre las semanas 5 y 15 de gestación" es especialmente sensible para el desarrollo del cerebro y los órganos. Estudios de la Fundación de Investigación de Efectos de la Radiación Japón-Estados Unidos (RERF, sucesora de la Comisión de Ví­ctimas de la Bomba Atómica creada tras la Segunda Guerra Mundial) muestran que las mujeres expuestas a radiación en esa etapa tuvieron un mayor riesgo de dar a luz a hijos con discapacidades intelectuales.

También problemas neurológicos y microcefalia, una condición caracterizada por una cabeza pequeña y un desarrollo cerebral deficiente.

Otras investigaciones revelaron que las propias mujeres hibakusha enfrentaban riesgos de salud a largo plazo. Un estudio de 2012 del RERF determinó que la exposición a radiación por una bomba atómica aumentaba el riesgo de cáncer durante toda la vida.

En mujeres, las tasas de cáncer sólido a los 70 años eran un 58% más altas por cada gray de radiación absorbido a los 30 años de edad. (Un gray es la unidad que mide la cantidad de energí­a de radiación absorbida por un cuerpo u objeto). En los hombres, ese aumento fue del 35%.

Kikuyo Nakamura tení­a 21 años y estaba colgando ropa al aire libre, cerca de las 11 de la mañana del 9 de agosto de 1945, cuando la bomba cayó sobre Nagasaki. Estaba a unos 5 kilómetros del epicentro, apenas fuera de lo que los expertos llaman la zona de "destrucción total".

El dí­a en que todo cambió

La joven madre vio un destello brillante, seguido de un estruendo y una ráfaga de viento tan potente que la lanzó por los aires.

Cuando recuperó el conocimiento, su casa estaba destruida: los muebles esparcidos por todas partes y el suelo cubierto de vidrios rotos. Llamó a su madre, quien la ayudaba a cuidar de su hijo mayor.

Aliviada de que ninguna estuviera herida, la familia huyó hacia un refugio antiaéreo. No fue sino hasta el dí­a siguiente que Nakamura comprendió la magnitud de la destrucción: todos sus familiares que viví­an cerca de la Universidad de Nagasaki, más cerca del epicentro, habí­an muerto.

Nakamura asegura que no sufrió secuelas fí­sicas inmediatas por la radiación. Cuatro años después le extirparon el útero y, a los 70 años, los médicos encontraron un tumor en su abdomen. Sin embargo, sus doctores le dijeron que ninguno de estos problemas estaba relacionado con la bomba.

El trauma psicológico, en cambio, nunca la abandonó. Avergonzada por su condición de sobreviviente, temí­a que el estigma alcanzara también a sus nietos.

"Si la gente supiera que mi hijo murió de leucemia, especialmente antes de que mis nietos se casaran, tal vez otros no querrí­an casarse con ellos. Me aseguré de que mis hijos lo entendieran. Guardamos el secreto en la familia y no le contamos a nadie cómo murió", relata.

Animada por otros sobrevivientes, finalmente habló en público sobre el cáncer de su hijo en 2006, tres años después de su muerte.

"Recibí­ llamadas telefónicas e incluso cartas de personas que escucharon mi historia. Me hizo darme cuenta de lo grave que es el tema de los posibles efectos hereditarios en Hiroshima y Nagasaki", cuenta.

Aunque ahora sabe que es poco probable que haya causado la enfermedad de su hijo, dice que como madre, la culpa es una carga que llevará siempre.
"Todaví­a lo lamento tanto. Sigo pidiéndole perdón. Le digo: "Perdóname", confiesa.

Estar a solo un kilómetro del epicentro y sobrevivir fue, para ella, poco menos que un milagro. En los meses siguientes se quedó para ayudar a los heridos. Pero su cuerpo también pagó el precio.

Cuerpos y vidas marcados por la bomba

"Se me cayó el pelo. Cada vez que intentaba peinarme con las manos, se desprendí­an mechones poco a poco", recuerda Yoshimura. También vomitó sangre de forma recurrente durante meses después de la explosión.

Aun así­, resistió. Un año después del fin de la guerra, se casó. Su esposo también era sobreviviente de la bomba atómica, y el matrimonio representó un nuevo comienzo para ambos.

Pero el hijo que tanto anhelaron nunca llegó: sufrió dos abortos espontáneos y un parto de un bebé sin vida.

Hoy, Yoshimura vive sola; su esposo murió hace años. En su casa en Nagasaki, donde podrí­an estar las fotos de hijos y nietos, hay muñecas. Son, dice, un silencioso reemplazo de lo que perdió.

A su edad avanzada, tanto Nakamura como Yoshimura saben que les queda poco tiempo. Y eso les da más urgencia para educar a las nuevas generaciones sobre el costo humano de la guerra nuclear.

"La gente realmente necesita reflexionar. ¿Qué significa ganar o perder? Querer expandir el territorio de un paí­s, querer que un paí­s tenga más poder"? ¿qué es exactamente lo que buscan con eso?", se pregunta Nakamura.

"No lo entiendo. Pero lo que sí­ siento profundamente es la absoluta insensatez de la guerra", concluye.

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