El agustino es un hombre de "mangas remangadas", un religiosos cercano al pueblo al mejor estilo Jorge Bergoglio. Consiguió el apoyo hasta de los detractores de Francisco.
La elección de Robert Francis Prevost, ahora León XIV, como 267° Papa de la Iglesia Católica, no es una sorpresa, pero sí una declaración. Con 69 años, este hombre menudo, discreto y de sonrisa fácil, nacido en Chicago pero con un corazón profundamente arraigado en Perú, representa la continuidad de la visión reformista que Francisco ha impulsado durante su pontificado.
La elección de Prevost, un "bergogliano a ultranza", no es casualidad. Su ascenso meteórico, desde su nombramiento sorpresivo como jefe del poderoso Dicasterio para los Obispos hasta su elección como Papa, sugiere una fuerte corriente de apoyo dentro del Colegio Cardenalicio hacia la agenda de Francisco. Los 132 cardenales electores, tras conocerlo en las congregaciones previas al Cónclave, lo aceptaron con entusiasmo, lo que sugiere una convergencia de ideas y una voluntad de seguir el camino marcado por el Papa argentino.
Prevost encarna la figura del pastor cercano al pueblo, una característica distintiva del papado de Francisco. Su estilo de vida austero, reflejado en su modesto automóvil y su residencia en la Curia de la Orden de San Agustín, contrastan con la pompa y el boato que a menudo se asocian con el Vaticano. Esta sencillez no es solo una pose, sino una manifestación de su compromiso con la iglesia de los pobres, una iglesia que escucha, acompaña y sirve a los marginados.
Su pertenencia a la Orden de San Agustín, con su reputación de progresista, también es significativa. La ordenación sacerdotal de Prevost por Monseñor Jean Jador, exponente progresista de la Curia Romana, y su buena relación con el Arzobispo Blaise Cupich, líder del ala progresista de la Iglesia en Estados Unidos, delinean su perfil como un hombre comprometido con la justicia social y los derechos humanos.
Su larga trayectoria en América Latina, particularmente en Perú, donde vivió más de dos décadas, lo convierte en un conocedor profundo de las realidades y desafíos del continente. Su aprecio por Gustavo Gutiérrez, fundador de la teología de la liberación, indica una sensibilidad hacia las luchas de los pueblos oprimidos y una voluntad de promover una iglesia comprometida con la transformación social.
El nombramiento de Prevost por Francisco para cargos clave en la diócesis de Chiclayo y en la Conferencia Episcopal de Perú, seguido de su designación como prefecto del Dicasterio para los Obispos, evidencian la confianza que el Papa argentino depositaba en él. Desde esta última posición, Prevost fue testigo de las tensiones entre Francisco y los conservadores católicos, consolidando su rol como defensor de la agenda reformista del pontífice.
Ahora, como León XIV, Prevost tiene la oportunidad de consolidar el legado de Francisco y profundizar las reformas necesarias para una iglesia más inclusiva, compasiva y comprometida con el mundo. Su conocimiento de la jerarquía eclesiástica a nivel mundial, su experiencia en América Latina y su compromiso con un clero "cercano al pueblo" lo convierten en un líder capaz de navegar los desafíos del siglo XXI y guiar a la Iglesia hacia un futuro más justo y esperanzador. La elección de León XIV es un mensaje claro: la Iglesia de Francisco continúa su marcha.