En 1966, el remoto pueblo español de Palomares descubrió que la era nuclear les había caído encima desde un cielo despejado.
En enero de 1966, un bombardero B-52 estadounidense colisionó en pleno vuelo con un avión cisterna mientras realizaban una maniobra de reabastecimiento sobre Palomares, un pequeño pueblo del sur de España. El accidente provocó la caída de cuatro bombas de hidrógeno, una de ellas desaparecida durante 80 días.
El incidente, parte de la operación "Chrome Dome" en plena Guerra Fría, desató el pánico: aunque no se produjo una explosión nuclear, dos de las ojivas se rompieron al impactar, liberando polvo radiactivo sobre la zona. La tercera fue recuperada intacta, y la cuarta, tras una intensa búsqueda submarina, fue hallada a casi 900 metros de profundidad en el Mediterráneo.
El reportero de la BBC Chris Brasher viajó en 1968 al lugar y describió el caos: casas destruidas, civiles aterrorizados y un pueblo cubierto de restos del avión. Militares estadounidenses tomaron el control del área, sellaron la tierra contaminada y la enviaron a EE.UU. para su tratamiento.
Para mitigar el escándalo internacional, el régimen franquista y el gobierno estadounidense minimizaron el riesgo. El ministro Manuel Fraga y el embajador Angier Biddle Duke incluso se bañaron en el mar para demostrar que no había peligro.
Fue la primera vez que EE.UU. perdió armas nucleares en suelo extranjero, y el suceso marcó un antes y un después en la percepción pública del riesgo nuclear.