Contra todo pronóstico, Jake Loosararian convirtió un proyecto universitario en una empresa multimillonaria. Con jornadas agotadoras y recursos limitados, fundó Gecko Robotics, una startup que hoy lidera la inspección de infraestructuras críticas a nivel global
En 2012, un grupo de estudiantes de ingeniería eléctrica de la Grove City College, en Pensilvania, recibió un desafío peculiar: construir un robot capaz de escalar las paredes de una planta de energía para identificar problemas como grietas o corrosión. Entre ellos estaba Jake Loosararian, quien junto a su equipo creó un robot de 18 kilogramos equipado con un escáner ultrasónico que podía operar en entornos peligrosos con mayor eficiencia que cualquier humano.
Este innovador dispositivo no solo evitaba riesgos para los trabajadores, sino que ahorraba a la planta decenas de millones de dólares en costos de productividad, según el propio Loosararian.
El potencial de la creación era evidente para Jake, quien decidió explorar la idea de convertir este proyecto estudiantil en una empresa. Sin embargo, su entorno inmediato no compartía su entusiasmo. Familiares, amigos e incluso profesores descartaron la viabilidad de su visión, calificándola de "mala idea". A pesar de las críticas, Loosararian detectó lo que él llamó "un secreto a plena vista": un nicho casi inexplorado en la industria tecnológica que consistía en usar robots para inspeccionar infraestructuras críticas, un problema que ninguna empresa estaba abordando de manera efectiva.
Para convertir su idea en realidad, Jake Loosararian enfrentó un camino lleno de obstáculos financieros y personales. Sin experiencia laboral relevante, sin capital significativo y sin conexiones en la industria tecnológica, necesitaba reunir recursos para echar a andar su empresa. Con apenas 15.000 dólares en ahorros personales, sabía que esta suma no sería suficiente para sostener el proyecto. Así, combinó un empleo de tiempo completo en automatización de sistemas con largas jornadas de trabajo en su incipiente empresa. Pasaba sus días laborales frente a un escritorio y los fines de semana en plantas de energía, perfeccionando el robot que él mismo había diseñado.
Según contó a CNBC, a lo largo de un año, trabajó 100 horas semanales para ahorrar entre 30.000 y 40.000 dólares. Durante ese tiempo, Loosararian atravesó momentos difíciles: se quedó sin dinero, durmió en pisos de amigos y pasó interminables horas en calderas de plantas eléctricas, un entorno que describió como "horrible, polvoriento y sofocante". Incluso soldaba circuitos y programaba código en estas condiciones.
El compromiso con su visión lo llevó a tomar decisiones difíciles, como comprar por 2.500 dólares la participación de su cofundador, quien decidió abandonar el proyecto debido al agotamiento mental y las dudas sobre su viabilidad. Estos años de sacrificios extremos y carencias económicas sentaron las bases para lo que luego se convertiría en una startup multimillonaria.
Desde el inicio, Jake tuvo que lidiar con una abrumadora falta de apoyo. Los consejos de familiares, profesores y personas con experiencia empresarial eran claros: no emprender. La industria de hardware es conocida por su alto índice de fracasos, con casi el 70 % de las startups incapaces de alcanzar el mercado o consolidar una base de clientes, según datos de CB Insights. Además, la falta de conexiones en el sector tecnológico y la ausencia de capital inicial dificultaban aún más la situación.
A pesar de estos desafíos, Loosararian estaba decidido. Su enfoque no solo radicaba en la construcción de robots avanzados, sino en resolver problemas críticos para los clientes. Identificó una necesidad desatendida en la inspección de infraestructuras, un mercado considerado por muchos como demasiado especializado para ser rentable. Creyó que ofrecer tecnología que recopilara datos de forma eficiente y segura, en entornos peligrosos como calderas o tuberías de plantas industriales, sería suficiente para atraer a clientes importantes.
Sin embargo, convencer a estos clientes no fue sencillo. En los primeros años, el emprendedor y su equipo tuvieron que demostrar incansablemente el valor de sus robots en términos de ahorro de costos, seguridad y mejora de la productividad. Sin una base sólida de inversión inicial ni un equipo consolidado, dependía de la confianza en su visión y en la utilidad de su tecnología para superar las barreras.
A pesar de sus humildes comienzos, Gecko Robotics experimentó un ascenso meteórico desde su fundación en 2013. Loosararian logró captar la atención de inversores clave, ingresando en 2016 al programa de aceleración Y Combinator, un paso crucial que permitió a la empresa obtener los recursos necesarios para escalar.
Desde entonces, la empresa recaudó 220 millones de dólares en varias rondas de financiamiento, incluyendo una significativa inversión de 100 millones de dólares en 2023, que elevó su valoración a 633 millones de dólares.
La empresa, con sede en Pittsburgh, se ha posicionado como líder en el nicho de inspección de infraestructuras críticas. Sus robots, diseñados para operar en condiciones extremas y recopilar datos con alta precisión, han demostrado ser herramientas valiosas para industrias como la energética y la manufacturera, ahorrando millones de dólares en costos operativos y de mantenimiento. En reconocimiento a su impacto en el sector, Gecko Robotics fue incluida en el CNBC Disruptor 50 List de 2024, ocupando el puesto 42.
El éxito financiero ha permitido a la compañía expandirse significativamente, tanto en términos de tecnología como de mercado. A medida que crece, Loosararian sigue enfocado en resolver problemas críticos relacionados con la seguridad humana y la longevidad de infraestructuras vitales.