Un dólar en baja es un arma de doble filo porque, así como permite mejorar expectativas, también puede crear problemas a mediano plazo
Javier Milei sorprendió al mercado, al adoptar una de las estrategias más arriesgadas para estabilizar la economía. Así como luego de asumir decidió bajar las tasas de interés, contradiciendo a la ortodoxia -y le salió bien-, ahora está favoreciendo la baja del dólar cuando todos esperaban un salto devaluatorio.
Pero esta vez se trata de un arma de doble filo, porque así como le permitirá corregir problemas y mejorar expectativas, también le crearán problemas potenciales en el mediano plazo.
Lo cierto es que, por más que el presidente y el equipo económico defiendan el argumento de que no son ellos los que bajan el tipo de cambio sino que son las fuerzas del mercado en el libre juego de oferta y demanda, el dólar no bajaría si no fuera por una política deliberadamente diseñada al respecto.
El propio Toto Caputo y sus funcionarios lo han explicado: al tiempo que se liberó el cepo, se propenderá a una fuerte restricción monetaria. Es decir, se buscará cumplir con el pronóstico que había hecho el ministro, en el sentido de que iba a llegar el momento en el que el dólar iba a ser la moneda abundante y el peso la moneda escasa.
La forma de lograr esto es mediante el manejo de las tasas de interés, y no resulta inocua para la economía. Ya en los primeros días se vio ese efecto: al subir el premio por quedarse en títulos en pesos y al desplomarse la curva del dólar futuro, se generan otra vez las condiciones para un "carry trade". Y, para el segmento de los pequeños ahorristas de plazo fijo, hubo una drástica suba de tasas de interés, liderada por el Banco Nación.
El hecho de que el dólar baje hasta el nivel previo al levantamiento del cepo ha generado sorpresa, pero mucho más sorprendente es la decisión de que el Banco Central no intervenga dentro de la banda de flotación, y que recién se compren divisas cuando el tipo de cambio caiga al piso de $1.000.
No es algo que haga por obligación, dado que el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional prevé expresamente que se compren dólares dentro de la banda para acumular reservas -en definitiva, el objetivo que más le importa al organismo, porque asegura el repago de las deudas-.
¿Por qué Milei se niega a comprar dólares, arriesgando incluso que el tipo de cambio no llegue al piso de la banda y se quede sin comprar reservas? La respuesta es clara: quiere influir sobre las expectativas del mercado para que los inversores se convenzan de que el dólar no será negocio, al menos en el corto plazo.
La primera razón es obvia, y de peso: el gobierno se puso el objetivo de retomar el sendero desinflacionario. El inesperado 3,7% que dejó el IPC de marzo cayó como un manto de desconfianza sobre el plan económico. De hecho, las principales consultoras económicas corrigieron al alza sus proyecciones, y previeron que también en abril, mayo y junio se registrarán inflaciones por encima de 3%.
El temido fantasma del "pass through" se estaba manifestando en toda su crudeza -por más que Milei niegue su misma existencia-. Pero lo cierto es que ya el mismo viernes en el que se anunció el levantamiento del cepo hubo comerciantes que suspendieron las ventas -a la espera de saber cuál sería su costo de reposición-.
Y luego vino la saga de remarcaciones de precios y su posterior marcha atrás, en la pulseada pública que jugaron las grandes firmas alimenticias con los supermercados, y el mismísimo Toto Caputo haciendo de árbitro contra los aumentos.
Como suele repetir Milei, su "job description" marca, como tarea primordial, la baja de la inflación. Y desde ese punto de vista, -más aun considerando que este es un año electoral- fomentar una revaluación del peso es una medida que tiene sentido.
Pero la inflación no es el único problema de Milei. Además, necesita imperiosamente que los productores agrícolas cambien su actitud y empiecen a liquidar sus tenencias.
El gobierno ya había hecho un mal cálculo cuando en enero pasado anunció una baja temporaria de las retenciones -en el caso de la soja, de 33% a 26%- y esperaba que eso impulsara liquidaciones por más de u$s5.000 millones.
Eso nunca ocurrió, y las primeras reacciones de los productores tras el levantamiento del cepo estuvieron lejos del entusiasmo. Sigue habiendo quejas por un precio interno que no llega a cubrir los costos. E incluso para algunos la situación empeoró con el nuevo esquema cambiario, dado que, al desaparecer el "dólar blend", se encarecieron los insumos respecto del producto.
Según un cálculo de Marianela de Emilio, técnica del Inta y docente de Agroeducación, hay un potencial de ingreso de u$s8.964 millones desde ahora hasta el final de junio, cuando vuelven a subir las retenciones. Esa es la cifra a la que se llegaría si se produjera una liquidación en la misma proporción que la verificada a esta altura del año pasado.
Implicaría la venta de 14 millones de toneladas de soja -3 de la campaña del año pasado y 11 de la nueva-; más 10,6 millones de toneladas de maíz y 3 millones de toneladas de trigo.
Pero en las primeras jornadas post cepo se embarcaron un promedio diario de apenas 43.000 toneladas de soja, mientras que el promedio de la semana anterior había sido de 61.000 toneladas.
Con esos datos sobre la mesa, una política de caída del dólar podría incentivar a los productores a apurar las ventas, dado que la perspectiva es un precio peor a futuro para quienes guarden su stock en silobolsas. Ese es, al menos, el razonamiento que se hace en el gobierno.
El éxito no está asegurado, desde ya, porque puede haber productores que vean este tipo de cambio como un fenómeno apenas pasajero y esperen hasta ver una suba del dólar. No sería la primera vez, por cierto: ha sido la estrategia comercial -y política- del campo de los últimos 20 años.