Argentina La voz de Pablo San Martín

El lado oscuro de la élite argentina: un especialista la describe como "profundamente depredadora"

Pablo San Martín dirige el capítulo argentino del Índice de Calidad de Élites, en el cual el país ocupa el último lugar de América Latina; en diálogo con LA NACION, conversó sobre cómo impacta el sistema impositivo regresivo y qué reformas estructurales aún están pendientes

Miercoles, 10 de Diciembre de 2025

A las élites se las describe como grupos reducidos y coordinados con modelos de negocio que acumulan riqueza con éxito. Pueden aportar valor a la sociedad o, como es el caso argentino, ser "depredadora" de ella. Para Pablo San Martín, presidente de SMS Latinoamérica y chair SMS North América, es la falta de reflexión de aquellos que influyen en la población, la disputa de poder que va de un modelo económico al otro y la nula previsión a largo plazo lo que explica por qué el país tiene la calidad de élites más baja de toda la región.

La Argentina cayó 16 lugares este año en la sexta edición del Índice de Calidad de Élites (EQx, por sus siglas en inglés) y se ubicó en el puesto 86°, en un estudio elaborado por investigadores de la Universidad de St. Gallen, a través de la recolección de diversos datos económicos. En comparación, Colombia está diez escalones más abajo (puesto 76°), seguida por Brasil (72°), Perú (67°), México (64°), Uruguay (47°) y Chile (32°). 

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A pesar de que la Argentina llegó a tener cinco premios Nobel (el último de ellos en 1984) y cuenta con recursos naturales como pocos países en el mundo, para San Martín uno de los problemas que hay a nivel local es que el sistema tributario es regresivo. Con una mirada crítica que trasciende la coyuntura política, el tributarista y encargado de estudiar las élites argentinas conversó con LA NACIÓN sobre los acuerdos básicos que quedan pendientes para dejar de destruir valor y, en cambio, construir "el país que soñamos".

-Al conocer este estudio a principios de 2023, me contacté con los investigadores y vieron que les escribía desde la Argentina. Eso les sorprendió y me preguntaron si les podía responder por qué fracasa la Argentina, que era un tema de debate en su mesa. Eso me hizo remontar a un sociólogo que leí a finales de los 80, Juan Carlos Portantiero, que estableció la teoría del "empate hegemónico". En sociología, una hegemonía es un grupo coordinado de personas que impone una visión de país de manera sostenida, pero en la Argentina tenemos dos grupos hegemónicos con visiones contrapuestas. Unos creen que el país se desarrolla dándole al mundo lo que el mundo necesita, lo que llamamos la economía agroexportadora; y otros creen que el desarrollo viene de tomar del mundo lo que Argentina necesita, el desarrollismo industrial. Estos dos grupos están tan convencidos de su verdad que terminan empatados, alternándose en el poder y deshaciendo lo que hizo el anterior. Yo le agrego algo más a esa teoría: el desempate se da, paradójicamente, en el sistema impositivo.

-¿En qué sentido?

-Ambas hegemonías, por una cuestión natural de preservar sus beneficios, están de acuerdo en que los sectores más pobres sean los que paguen los impuestos. Nuestro sistema tributario es claramente regresivo: la mayor parte de la población contribuye a los gastos generales a través del consumo. Esto genera que las políticas públicas, sin importar el signo político, terminen promoviendo el consumo, porque cuanto más consume la gente, más recaudan. Los países que se desarrollan tienen sistemas progresivos, donde paga más el que más gana. Acá, cuando le das una Asignación Universal por Hijo (AUH) a una persona sin recursos, automáticamente le sacás el 21% de IVA y el 5% de Ingresos Brutos. Planes como el Ahora 12 o el "plan platita" son hijos de esta lógica: promueven que la gente consuma; porque cuanto más consumen, más recauda.

-Entonces, ¿cómo definirías la élite argentina?

-Las élites son grupos coordinados de gente con algún grado de influencia en la sociedad: pueden ser periodistas profesionales, deportistas destacados, políticos, empresarios. Según el Elite Quality Index, que mide 149 indicadores en 151 países, las élites se dividen en creadoras de valor -las que aportan más de lo que retiran- y las depredadoras o destructoras de valor -que son las que retiran más de lo que generan-. La élite argentina es profundamente depredadora. Su principal característica es que pone el foco en el flujo de efectivo inmediato y no en el valor patrimonial de sus activos a largo plazo.

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-¿Por ejemplo?

-Mirá el campo. Una hectárea en la zona núcleo de Argentina, la mejor tierra del país, vale unos US$23.000. Esa misma hectárea en Estados Unidos arranca en US$35.000. ¿Cuál es la diferencia? La infraestructura. Es más difícil que te mates en la ruta, en Estados Unidos tenés caminos rurales por donde entra un semirremolque sin problemas para entrar y sacar la producción más fácil, probablemente tengas un vagón de tren cerca para transportarlo más barato. Todo eso tiene que ver con la infraestructura, lo que genera valor. La élite argentina se termina perjudicando, porque podés tener algo más de dinero en el banco, pero no podés salir de tu casa. Construiste un entorno que hace que tus activos valgan poco.

-¿Qué le falta entonces a la élite argentina?

-Los ahorros argentinos se van a Estados Unidos o a países "confiables". Esos bancos usan ese dinero para financiar a empresas que después compiten contra las argentinas. Con tu propio dinero, un productor norteamericano compra mejor maquinaria y hace que su hectárea valga más y la tuya menos, con tu propio dinero. A la élite argentina le falta reflexión, abandonar la pereza intelectual. Creo que falta más pensamiento por parte de quienes pueden ser los sectores más amplios de la sociedad, que son aquellos que la dirigen. Hoy están como divididos; es una lógica del hincha de fútbol llevada a la dirigencia.

-En el ranking del Elite Quality Index, la Argentina bajó algunos casilleros este año. ¿En qué indicadores "reprobamos"?

-Nos da muy mal en "captura política", que mide cuánto poder tienen las empresas sobre el Estado. Estamos número dos en el mundo en facturación de las mayores empresas respecto al PBI, lo que deja inferir que si hay cinco empresas que facturan un montón, mandan un WhatsApp y los atiende el ministro de Economía. En capitalismo de amigos estamos séptimos en el mundo. Otro punto: la emigración argentina está muy alta; la fuga de cerebros nos da número 23. El desempleo joven también es altísimo y la libertad económica todavía está baja. La libertad de prensa cayó dramáticamente de 2024 a 2025, pero sí nos da muy bien en homicidios a periodistas. 

-¿Y frente a la región?

-La Argentina es el peor del barrio, mientras que Chile es el mejor alumno; ocupa el puesto 32°. Aun así, de 25° para abajo es cuando se destruye valor; arriba de 20° está el país que soñamos ser. Esto tampoco es caer en la simplificación de que tiene que ver con Javier Milei, porque volveríamos a caer en la lógica del hincha. Hay algunos indicadores que llegan con retraso, no es tan lineal de un año para otro, por eso hay que analizarlo a lo largo del tiempo. Acá no hablamos de la comisión directiva que ocasionalmente administra el club, sino que hablamos del club en sí mismo. Repito, somos el peor de América Latina, cuando de chico me tocó vivir la Argentina de los premios Nobel. Sería razonable pensar cómo se lograba eso y cómo volvemos a hacer de la Argentina un lugar transitable. Adherimos al sistema capitalista, pero erosionamos la formación de capital.

-¿Las reformas que busca tratar el Congreso son parte de ese debate?

-Las reformas son imprescindibles. La reforma laboral va a facilitar el acceso al trabajo y acá hay dos puntos: la forma de contratación y la segmentación, porque no es lo mismo una empresa grande que otra que está arrancando. Además, si la población crece al 1%, es necesario crecer un 1% para poder empatar. La Argentina hace 15 años que no crece, por lo que tendríamos que crecer mínimo un 20% para estar como la última vez que crecimos, y eso que tampoco veníamos de una época maravillosa. Con respecto al tema tributario, si querés que las empresas ganen dinero, que se cree valor, el sistema tributario tiene que imponerle más impuestos al que más gana. Si se logra eso, las políticas públicas se van a orientar a que las empresas ganen más dinero.

-¿Qué rol juega la educación en esa recuperación?

-Es clave, y el acceso a la educación tiene que ser fácil. Yo vengo de la educación pública y gratuita, y la defiendo; sin embargo, ahí tengo un sesgo. ¿Para qué se educa a la población? Mayoritariamente, a favor de los agentes económicos, pero esa lógica en la Argentina se rompió. Muchas empresas, como no tienen la respuesta en el sistema educativo, empiezan a armar sus propias unidades educativas. Crean valor, pero no es para el conjunto de la sociedad. El acceso a la educación claramente es uno de los temas de la lista que la Argentina tiene que repensar, al mismo nivel que la infraestructura, que la cuestión tributaria o la forma de contratación. Tengo la sensación de que no está ni en la agenda. Hoy todo está tomado por cuestiones macroeconómicas, pero nada en cuestiones de desarrollo. Mirar el largo plazo es la deuda que la élite tiene con la sociedad, paradójicamente, para su propio beneficio.

-¿Y salir de la lógica del péndulo, donde llega un nuevo poder y "rompe" todo lo que hizo el anterior?

-Por el empate hegemónico, la alternancia política entre las dos hegemonías es corta, entonces "hay que hacer todo rápido". Es esa sensación que tenemos de que siempre estamos empezando, que el que viene cambia todo, empezando desde cero. Por eso la Argentina toma siempre atajos, por esa falta de tiempo. Es decir, si no funciona el sistema educativo público, lo privatizamos o lo desfinanciamos. Lo mismo pasa con la salud. Si no funciona el sistema hospitalario, armamos prepagas. Si no funciona la seguridad pública, ponemos garitas o vamos a countries. Pero siempre abandonando una parte importante de la población que queda afuera, destruyendo valor en lugar de construirlo.

Fuente: La Nación