Porque acá no hablamos de un problema nuevo, ni de un par de bandas peleándose por la esquina de un barrio. Hablamos de un entramado que creció a la vista de todos, mientras la clase política miraba para otro lado.
¿Se acuerdan cuando Luis D'Elía, con esa verborragia tan suya, tiró en la tele aquella bomba: "¿Saben quién trajo la droga a la Argentina? El zabeca de Banfield"? Todos entendieron que hablaba de Eduardo Duhalde, pero nunca lo dijo de frente. Bueno. esa confesión quedó ahí, flotando, como tantas cosas que en política se dicen para el escándalo del día y después se archivan. Pasaron los años y hoy escuchamos a dirigentes de todo el arco político -Pichetto, Lilita Carrió, intendentes, gobernadores- dando cátedra sobre narcos: que las rutas, que los barrios donde operan, que las cárceles que manejan como si fueran oficinas, que los carteles extranjeros que se instalaron en nuestras villas. Y la pregunta es inevitable: si lo sabían. ¿qué hicieron?
Porque acá no hablamos de un problema nuevo, ni de un par de bandas peleándose por la esquina de un barrio. Hablamos de un entramado que creció a la vista de todos, mientras la clase política miraba para otro lado. O peor aún: fue cómplice. Se llenan la boca describiendo lo que pasa, pero cuando tuvieron la lapicera para cambiar las cosas, no la usaron. Ir a fondo contra el narcotráfico es una decisión política. No alcanza con discursos altisonantes, hace falta dotar al Poder Judicial y a las fuerzas de seguridad de herramientas reales, no tenerlos maniatados, cobrando sueldos miserables y con el kirchnerismo denigrando durante 16 años a cualquiera que llevara uniforme.
Ahí está el origen del problema: una política que dejó las fronteras abiertas, radares apagados o directamente inexistentes. Una política que nunca controló el ingreso de droga por el norte, ni el movimiento en los puertos, ni el lavado de guita en las financieras y en la obra pública. Mientras tanto, los decomisos de droga muestran la foto de lo que se animan a agarrar, pero la película completa es la impunidad con la que se mueve lo que no se intercepta.
Los narcos no llegaron solos. Se instalaron porque encontraron tierra fértil en un Estado débil y, en algunos casos, socio. La política argentina fue permisiva, y hoy lo estamos pagando con sangre, con barrios enteros tomados por el miedo y con jóvenes arruinados por la pasta base y el paco.
Ya no alcanza con declaraciones. Que Carrió diga que tal cartel opera en Rosario, o que Pichetto remarque la nacionalidad de tal grupo, no cambia nada si después el Congreso no aprueba leyes serias, si los gobiernos no invierten en radares, si la Justicia sigue atada de manos y si la corrupción política sigue lubricando el negocio.
Estamos donde estamos por culpa de una clase dirigente que se asoció, se benefició o al menos fue cómplice por omisión. Y la pregunta vuelve: si lo sabían, ¿por qué callaron? Porque al final del día, el silencio también es una forma de complicidad.