Analistas Se supo

Café con rosca: Milei hace su negocio. Ojo el resto.

Decía que no le gustaba la política, pero conocía mejor que nadie el pulso del poder chico, ese que se cocina entre tazas y servilletas manchadas de tinta.

Sabado, 20 de Diciembre de 2025

Aldo, el dueño, no necesitaba mirar quién entraba. Apenas escuchaba el chirrido de la puerta sabía si era jueves o no. Esos días, antes incluso de que se sentaran, ya tenía la mesa limpia, las sillas acomodadas y los pocillos dispuestos. Decía que no le gustaba la política, pero conocía mejor que nadie el pulso del poder chico, ese que se cocina entre tazas y servilletas manchadas de tinta.

Todos los jueves, sin excepción, a las siete de la tarde, la vieja cafetería parecía ajustar su reloj interno. No importaba nada, si había paro, si cambiaba el humor del país o el precio del café: a esa hora, la mesa del fondo volvía a ocuparse como un ritual.

Hernán, el mozo, era parte del mobiliario emocional del lugar. Sabía quién tomaba cortado, quién café solo, quién estiraba el pocillo toda la noche para justificar la charla eterna. Nunca opinaba directamente, pero levantaba una ceja en el momento justo, como si también votara sin decirlo.

El primero en llegar, como casi siempre, fue Gastón. Traje oscuro y gesto serio. Le dicen el magistrado, aunque en rigor es secretario de un juzgado donde el juez aparece más en fotos protocolares que en el despacho. Gastón habla como si dictara sentencias: pausado, solemne. Sus amigos no le discuten los tecnicismos, pero todos saben que su autoridad es más narrativa que real.

Después entró el grandote. Dice ser asesor legislativo, aunque nadie recuerda haberlo visto redactar un proyecto. Lo suyo es otra cosa: cafés estratégicos, llamadas breves, sonrisas calculadas. Un lobista de manual, con la panza como carta de presentación. 

-Última función del año -dijo al sentarse-. Después, feria judicial, aunque acá la feria dura todo el año.
Hernán sonrió apenas. El magistrado lo miró como tomando declaración.

-No se mueve nada -agregó el grandote-. Mucha gente mirando vidrieras, pocas bolsas. Todos preguntan, nadie compra.

El flaco, siempre apurado, llegó como si viniera de cambiarse la camiseta en el vestuario. Político profesional, mutante serial. Ha pasado por tantos partidos que ya no los nombra: los cuenta con los dedos, haciendo siempre la V, como si eso resumiera toda una ideología. Jura que nunca traiciona, que solo "lee mejor el clima". 

-Yo digo que esto arranca la semana que viene. o la otra -dijo el flaco, marcando con los dedos-. Parece que nadie quiere gastar antes de saber qué va a pasar después del brindis.

Por último, como de costumbre, apareció el innombrable. Nadie dice su nombre, nadie lo necesita. Basta con mirarlo. Se sienta, escucha y, cuando habla, baja el volumen. Es el que sabe, el que estuvo, el que seguro estará. Tanta rosca le ha dejado un tono calmo, peligrosamente calmo.

-No se siente el clima navideño -tiró-. En Mendoza, digo. Luces hay, ofertas hay. pero espíritu, poco, es cierto.

-Hay consumo sin alegría -corrigió Gastón-. Eso nunca termina bien.

-Ni empieza -agregó el flaco, marcando otra vez con los dedos.

Hernán interrumpió para dejar la comanda: dos cortados en jarrito para Gastón y el innombrable, un café chico bien cargado para el flaco y un café con leche con una medialuna para el grandote.  Afuera, la calle estaba llena de gente, pero sin ese desorden feliz que suelen anunciar las fiestas.

-Antes, a esta altura, ya estaba todo desbordado -dijo Aldo desde la barra, sin acercarse-. Ahora es como una previa eterna.

El innombrable levantó la vista.

-Es que este año nadie sabe por qué brindar -dijo, finalmente-. Y cuando no sabés qué festejar, no hay Navidad que arranque.

Hubo un silencio corto, respetuoso. No incómodo, pero sí cargado. Gastón miró el reloj.

-Bueno, señores, cerramos año -anunció-. El último jueves hábil. Después, cada uno a su trinchera familiar.

-Y a ver qué queda en pie en enero -sumó el grandote.

-Eso depende de quién esté contando con los dedos -bromeó el flaco.

-Como se puede contar a los que fueron a la marcha -dijo el grandote, acomodándose en la silla-. CGT, las dos CTA, ATE. combo completo.

-¿Contra qué exactamente? -preguntó Gastón, aunque ya sabía la respuesta.

-Contra todo -respondió el grandote, también marcando con los dedos-. Reforma laboral que nadie leyó y paritarias que nadie abrió.

El innombrable sonrió apenas. Esa sonrisa que nunca es gratis.

-Es una convocatoria curiosa -sentenció Gastón-. Jurídicamente curiosa. Protestan contra un proyecto, algo que no existe en términos legales formales.

-No importa -lo cortó el grandote-. Oponerse antes es parte de la identidad. Después, si hace falta, se corrige el discurso.

Hernán pasó cerca, fingiendo que no escuchaba, pero bajó la velocidad. En Mendoza, cuando se habla de marchas, todos escuchan.

-Lo interesante es lo local -siguió el flaco-. Acá le sumaron lo de los recursos naturales, el avance minero.

-Una bolsa enorme -agregó Aldo desde la barra-. Así va cualquiera.

-Exacto -dijo el grandote-. Vos vas por paritarias, el de al lado va contra la mina, el otro va porque el gremio puso el micro. Gente garantizada, mensaje difuso.

El innombrable apoyó el pocillo, con cuidado.

-En la calle se vio gente -dijo-. Eso es real. Ahora, preguntales a diez por qué estaban ahí y vas a tener quince respuestas.

-Los gremios dicen que fue multitudinaria -acotó Gastón.

-Los gremios siempre dicen eso -contestó el flaco-. Es parte del comunicado, va antes de los agradecimientos.

-En Mendoza es especial -reflexionó Aldo-. Acá la minería divide incluso a los que marchan juntos.

-Por eso la consigna amplia -cerró el grandote-. Nadie queda afuera y nadie queda del todo adentro.

Hubo un silencio breve. No incómodo. Analítico. El innombrable fue el único que rompió la pausa.

-Al final, no importa tanto a qué fue cada uno. Importa la foto. Y la foto ya la tienen.

Gastón asintió, como quien firma un acta invisible.

-Es como el reclamo de los bancos. Están preocupados -tiró el grandote, como quien deja caer una ficha menor.

-¿Por la reforma laboral? -preguntó el flaco.

-Por una partecita -aclaró-. Porque habilita que los sueldos se paguen por billeteras virtuales.
Gastón frunció el ceño.

-Como si eso no pasara ya.

-Exacto -dijo el innombrable-. Hace rato que pasa. Y no por imposición: por pedido de los propios trabajadores.

El flaco levantó un dedo.

-Yo conozco varios que todos los meses cambian de billetera. Hoy una, mañana otra. Persiguen promos, rendimientos, descuentos.

-Antes perseguían bancos -agregó Aldo desde la barra-. Ahora persiguen apps.

-Esto ya lo hicieron los bancos -siguió el grandote-. En la cuarentena, con el IFE y las jubilaciones. ¿Se acuerdan?

-Se opusieron e insistieron con que se pagara todo por banco -recordó Gastón-.

-A pesar de que por billeteras era más fácil -cerró el flaco-. La gente no tenía que salir de la casa.

El innombrable apoyó el pocillo.

-Ahí ganaron. Pero después, admitieron la derrota armando sus propias billeteras. Y hasta lanzaron una para todos los bancos juntos.

-Que, hay que decirlo, funciona -reconoció Aldo-. La gente la usa.

Hernán se metió por primera vez, con una sonrisa cansada:

-Las apps de los bancos siempre están en mantenimiento.

-O se traban -sumó el grandote-. Justo cuando más las necesitás.

- Como los aliados del Gobierno en el Congreso. -dijo Gastón-. Se acuerdan que lo hablamos la semana pasada

-Que se iban a ordenar con el correr del año -completó el flaco, levantando un dedo-. Teoría optimista.

-Duró una votación -remató el grandote-. La del presupuesto.

El innombrable no dijo nada. Esperó. Siempre esperaba.

-Ahí quedó claro quién es quién -siguió Gastón-. Supuestos aliados que negocian como opositores, opositores que votan como aliados circunstanciales. un zoológico político.

-El problema -intervino el flaco, contando nuevamente con dos dedos- es que algunos se sienten aliados solo cuando no hay costo. Cuando hay que poner la cara, desaparecen.

-Igual -dijo el grandote- el Gobierno tiene una carta fuerte.

-El veto -respondieron casi al unísono Gastón y el flaco.

El innombrable sonrió, satisfecho de no haber tenido que decirlo.

-Eso les alcanza para resistir -continuó el grandote-. No para gobernar cómodo, pero sí para trabar lo que no les gusta.

-Gobernar a la defensiva -definió Gastón-. Mucho veto, poca ley. Y dentro de dos años y si le va bien, termina de construir mayorías.

Aldo, desde la barra, aportó lo suyo:

-O sea, como el año pasado.

-Peor -corrigió el flaco-. Porque ahora ya no hay sorpresa. Todos saben cómo termina la película.

El innombrable finalmente habló, con voz baja, precisa

-Probablemente, tengamos un año de discusiones estériles en el Congreso. El Gobierno lo sabe. Mucha rosca, y pocos acuerdos reales. Y cuando algo salga torcido, veto presidencial y a otra cosa.

-Eso desgasta -dijo Gastón-. Institucionalmente.

-Y políticamente también -sumó el grandote-. Pero es lo que hay y si, gana tiempo y votos.

Por la ventana, la ciudad seguía su marcha sin consignas ni villancicos. Compras, bocinazos, apuro.

Nada que se pareciera a un cierre de año.

-Al final -dijo el flaco, bajando los dedos-, se adelantó todo. No hubo tiempo de disimular.

-Ni ganas -agregó Aldo.

- La cosa será así, muchachos -cerró el innombrable-: Congreso trabado, vetos asegurados, alianzas flojas.

-No lograrán cerrar nada, como el peronismo -dijo entre risas el grandote-. Febrero encima y aún no hay candidatos.

-Ni método -agregó el flaco, contando con los dedos-. Ese es el problema real.
Gastón acomodó unos papeles que no necesitaba acomodar.

-Hay un sector que judicializó la interna. Mirá que tener que pedirle a la Justicia que te diga cómo elegir los candidatos de tu partido.

-Una belleza -ironizó Aldo desde la barra-. Peronismo por expediente.

El innombrable habló despacio, midiendo cada palabra:

-La Cámpora quedando afuera de todo. Sin lugares, sin lapicera, sin margen.

-Se quejan -dijo el flaco-. Mucho.

-Y desde el núcleo duro les responden lo mismo -sumó el grandote-: "si no les gusta, que vayan por afuera".

Hubo un silencio breve, cargado de historia.

-Ir por afuera del PJ -murmuró Gastón-. ¡No llegan a ningún lado!

-Es un peronismo sin centro -reflexionó Aldo-. Todos tironean y nadie ordena.

-Y cuando no hay orden -cerró el flaco, bajando los dedos-, aparece la Justicia o la ruptura.

El tema quedó flotando unos segundos, hasta que el magistrado carraspeó, gesto previo a toda conclusión seria.

-Y nosotros acá, como siempre -dijo el grandote.

La charla empezó a deshilacharse, como siempre pasa cuando nadie quiere irse todavía. Aparecieron temas sueltos: un ministro que no atiende el teléfono, un concejal que se sacó una foto inconveniente, un rumor de pasillo que no llegaba a categoría de información. El flaco contó una anécdota mínima, el grandote exageró un off que nadie podía chequear, y Gastón hizo una observación jurídica sobre algo que no tenía consecuencias reales.

-Al final, es el último jueves hábil del año -dijo Gastón, con tono de acta-. El próximo. Navidad.

El grandote se rió por lo bajo.

-Increíble cómo se pasa el año.

-Y cómo seguimos viniendo igual -agregó el flaco, levantando dos dedos sin pensar en qué contaba esta vez.

Hernán se acercó con una sonrisa distinta, menos profesional.

-Felices fiestas, muchachos -dijo, sincero.

-Igualmente, Hernán -respondieron casi todos a la vez.

Aldo asintió desde la barra.

-Que terminen bien el año. Y arranquen mejor el que viene.

El innombrable fue el último en hablar, como correspondía.

-La semana que viene es complicada -dijo-. Pero no imposible.

-Jueves no -admitió el magistrado-. Pero.

-¿Viernes? -tiró el flaco, tanteando el aire.

-Feliz Navidad -repitió alguien-. Nos vemos. cuando se pueda.

Afuera, la noche seguía sin espíritu navideño, pero adentro, al menos por un rato, el año había quedado despedido.