Ayer el gobierno se juntó en una reunión de gabinete para analizar los resultados. ¿Y qué salió de ahí? Nada nuevo: una "mesa política" y la idea de llamar a los gobernadores a un diálogo.
Todavía estamos digiriendo lo que pasó el domingo en las elecciones bonaerenses y, la verdad, cuesta no caer en la indignación. Ayer el gobierno se juntó en una reunión de gabinete para analizar los resultados. ¿Y qué salió de ahí? Nada nuevo: una "mesa política" y la idea de llamar a los gobernadores a un diálogo. Pero resulta que ahora los gobernadores están ofendidísimos y la mayoría rechazó la invitación. La típica: cuando hay que hacer frente a los problemas, todos se lavan las manos.
Lo que no entiendo es cómo el propio gobierno se dio no uno, sino varios tiros en el pie. Soberbia en cada decisión, fracturas internas, castigos a los más leales y lugar de privilegio para personajes reciclados de otros partidos, que hasta hace poco eran enemigos acérrimos. O sea: se abrazaron a lo peor de la casta que decían combatir.
Del otro lado, los gobernadores que hoy se hacen los dignos son los mismos que jamás se animaron a ordenar el gasto en sus provincias. Los mismos que hace unos años viajaban corriendo a Buenos Aires a besar el anillo de Cristina, rogando por algunos pesos porque ni siquiera podían pagar sueldos. Ahora resulta que se sienten con autoridad para rechazar un diálogo. ¡Por favor!
Y ni hablar de los que están felices con Kicillof, como si fuera el nuevo mesías. ¿En serio? ¿Alguien se olvidó de los juicios millonarios que todavía arrastramos por sus decisiones desastrosas en el pasado? ¿Ese es el futuro que algunos quieren vender como presidenciable? Increíble. Porque no nos engañemos: el desastre que hoy se intenta corregir es justamente el que dejaron los que ahora festejan como ganadores.
Lo repito: el gobierno se encerró en su propia soberbia, perdió aliados hasta en el PRO, que era el único que le acompañaba en el Congreso, y ahora enfrenta un panorama enredado. Y los otros, los que se relamen con el triunfo, lo único que ofrecen es volver al despilfarro, al asistencialismo sin crear un solo puesto de trabajo real.
Mientras ellos juegan a ver quién tiene el ego más grande o quién maneja más presupuesto, nosotros, los ciudadanos de a pie, seguimos cargando la mochila. Los que trabajamos, los que no vivimos del Estado, los que solo pedimos reglas claras, transparencia y un mínimo de equilibrio para poder progresar. Pero claro, ¿qué les va a importar a ellos si sus sueldos arrancan en los cuatro millones y después se jubilan con privilegios de por vida?
Gobiernen, dejen de jugar al gato y al ratón. Porque lo único que logran es aumentar la bronca, el hartazgo y hasta el asco que ya genera la clase política argentina.