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Café con rosca: jueves, a las siete de la tarde

Todo se sabe en la mesa de un café, desde el más mínimo rumor hasta aquellos que pueden cambiar la realidad de las cosas.

Domingo, 10 de Agosto de 2025

Cada jueves, a las siete de la tarde, la vieja cafetería de Aldo cobraba vida. El lugar, con sus mesas de madera gastada y paredes cubiertas de fotos en blanco y negro de otros tiempos, siempre estaba lleno de la misma luz tenue que parecía surgir de las lámparas amarillentas colgadas del techo. El aroma a café recién hecho y a medialunas se mezclaba con las historias que nacían allí, entre cuatro amigos que se reunían sin falta.


Aldo, el dueño, siempre estaba detrás del mostrador, tirando café con la misma destreza que le había dado la práctica de tantos años, como si cada taza fuera un pequeño acto de magia. Mientras tanto, Hernán, el mozo de siempre, movía las manos con agilidad, sirviendo tazas y trayendo platos. Nadie lo veía, pero su presencia siempre se hacía sentir, tanto en el vaivén de las tazas como en el silencio que acompañaba a la conversación.


Esa tarde, como todas las demás, la conversación giraba en torno a la política. El magistrado analizaba una reciente sentencia judicial de la provincia de San Luis que había causado revuelo en todo el país, mientras el flaco ya se preparaba para cambiar de partido una vez más, pues las elecciones se acercan y las alianzas son necesarias. El grandote, con su tono grave, contaba historias de sus "negociaciones" en la Cámara de Diputados, y el innombrable simplemente se quedó en silencio, observando a sus amigos con una mirada enigmática.


"El magistrado" es Gastón. Aunque su título real no pasa de secretario de un juzgado olvidado, sus amigos le habían colgado el apodo de "el magistrado" porque siempre tenía una respuesta ponderada, como si la política fuera un tribunal y él, es el encargado práctico de dictar sentencia, porque su juez no va nunca a trabajar. 


-Bueno. pero ahora lo que nos tiene que importar es el cierre de presentación de frentes. Porque, parece que nadie está mirando cómo quedaron armados -dijo, acomodándose los anteojos con parsimonia.


El grandote dejó la cucharita sobre el plato y soltó una risa breve.

-Quedaron armados como siempre. con alambre, saliva y un poco de fe. Pero te digo algo: el caso del PRO es de antología.


El grandote se hace llamar asesor legislativo, pero el grupo sabe que su verdadera profesión era otra: lobista. Con su barba tupida y su voz grave, siempre encontraba la manera de introducir temas que parecían salirse del rumbo de la política oficial, guiándolos hacia los recovecos de las negociaciones secretas y los acuerdos no tan transparentes. 


El flaco, que estaba repasando mensajes en su celular, levantó la vista.

-Sí, sí, lo escuché. Que llegaron tarde y por eso los pueden dejar afuera.


El flaco, por su parte, es un político profesional, pero de esos que han aprendido a navegar por las aguas turbulentas de los partidos. No era un fanático, más bien un pragmático, dispuesto a cambiar de partido si las circunstancias lo requerían. Con su porte delgado y sus gafas, siempre llevaba los dedos en V corta, señal inequívoca de que sus decisiones nunca eran definitivas, siempre sujetas a un nuevo alineamiento. 


-No, no -lo interrumpió el magistrado-. No fue así. Llegaron quince minutos antes del cierre. El problema no es el horario, es otra cosa.


Todos giraron la mirada hacia el innombrable, que hasta entonces había permanecido callado, jugando con el borde de la servilleta.

-Exactamente -dijo con esa voz baja que obligaba a inclinarse para escucharlo-. El PRO fue a presentarse como parte de un frente. pero resulta que ese frente ya se había presentado antes. Y, claro, no los habían incluido. Ahora la Junta Electoral tiene que resolver si se los mete o no, pero no puede decidir sola: tiene que preguntarle al frente ya inscripto si los quiere adentro. Y encima discutir si la presentación fue válida.


Nadie dice su verdadero nombre, ni siquiera los amigos más cercanos. El innombrable siempre está en la rosca, siempre tiene información que los demás no, y siempre sabe más de lo que parece. No habla mucho, pero cuando lo hace, sus palabras son como un susurro en medio de una tormenta. 


El grandote arqueó una ceja.

-¿Y quién está en la Junta?


-Ahí está lo jugoso -continuó el innombrable, mientras Hernán dejaba la misma comanda de siempre en la mesa, sin decir palabra-. Los siete miembros de la Suprema Corte. y representantes de ambas cámaras. Por Diputados, el presidente de la Cámara, que además es el jefe de los radicales y les tiene cero simpatías a los amarillos. Y por Senadores, la vicegobernadora. que del PRO se fue pateando la mesa, perdió la interna que terminó en la Justicia y ahora, ironías de la vida, tiene que decidir el destino del mismo partido que dejó.


El flaco soltó una carcajada seca.

-Hermoso. Puro realismo mágico.

-No es magia, es política -corrigió el magistrado, serio.


-Y hay más -añadió el innombrable, inclinándose un poco hacia ellos-. El PRO está queriendo entrar en ese frente con varios partidos de izquierda. mientras su líder carismático es funcionario de Milei. Y ya sabemos lo que opina Milei de los zurdos.

-Los odia -dijo el grandote, con media sonrisa.

-Exacto. Entonces tenés un partido que, en la misma semana, arma un frente con la izquierda y pone sellos del libertario más anti izquierda del país. A ver cómo lo explican en campaña y como se lo explica Omar a Javo.


Gastón, el magistrado, miró su reloj y luego al resto.

-Esto es como ver un truco de cartas sabiendo que el mago tiene las mangas llenas. La pregunta es: ¿quién reparte la próxima mano?

El innombrable sonrió, pero no respondió. Y ese silencio valía más que cualquier análisis.


El grandote dejó el pocillo en la mesa con un golpe seco, como si marcara el inicio de un nuevo capítulo en la tertulia.

-Bueno, vamos a la pregunta del millón: ¿quién le pone el último clavo al cajón de quién?


El flaco levantó las dos cejas, divertido.

-La frase está buena para la tapa de un diario. pero depende de a quién le preguntes.


Gastón, el magistrado, tomó la palabra con ese tono de profesor que disfrutaba.

-A ver. oficialmente, el relato es que el gobierno, o, mejor dicho, Milei, quiere ponerle el último clavo al cajón del kirchnerismo en octubre. Esa es la épica que venden: "cerramos el ciclo K para siempre".


-Sí, pero. -lo interrumpió el grandote, moviendo la mano en el aire- en los hechos, hay quienes dicen que el último clavo se lo puso al PRO. Lo absorbió entero, en Provincia y en CABA. Quedaron como un apéndice sin autonomía, sin discurso propio.


El innombrable, que dibujaba círculos con el dedo sobre la humedad de la mesa, habló sin levantar la vista:

-Y muchos se hacen los distraídos con Mendoza. porque ahí el mandamás local entregó todo el armado a los libertarios. Y lo que en realidad está pasando es que le están clavando el cajón al radicalismo provincial.


El flaco se acomodó en la silla.

-Eso sí que es un sapo del tamaño de un tanque de agua. porque el radicalismo mendocino, después de haberse puesto la bandera universitaria y plantarse contra Milei en temas ideológicos, ahora tiene que compartir la mesa con los mismos a los que combatió. ¡Y militarlos, además!


-Más que compartir y militar, tiene que ceder el asiento -añadió el grandote.


Gastón asintió lentamente.

-Es la paradoja del poder: te plantás, hacés discursos encendidos, pero si la calculadora electoral dice que es negocio, tragás saliva y decís "bienvenidos".


El innombrable sonrió de medio lado.

-En política no hay clavos definitivos. Todos los cajones son con bisagras. Lo que hoy está cerrado, mañana lo abren. si les conviene.


Hernán, que seguía junto la mesa y atento a la charla, soltó un "así es" casi imperceptible antes de alejarse. Y en ese momento, los cuatro entendieron que, quizá, él también sabía perfectamente quién tenía el martillo en la mano.


Aldo había puesto una imagen pequeña de San Cayetano con una vela encendida. Afuera, en la vereda, algunos vecinos pasaban con espigas de trigo en la mano.


El magistrado fue el primero en notarlo.

-Mirá vos. justo hoy es San Cayetano-dijo, observando la figura-. Y nosotros acá, hablando de política, cuando podríamos hablar de laburo.


El grandote se inclinó hacia adelante.

-Bueno. es que el trabajo hoy es política. Y el año que viene, con la discusión de la reforma laboral, ni te cuento.


-Ahí nos vamos a pelear -dijo el flaco, sonriendo-. Porque yo sigo creyendo en lo que nos inculcó el general: trabajo en blanco, registrado, con derechos garantizados. No me vengan con inventos raros.


-Eso es fácil decirlo desde una oficina -intervino el grandote-. Pero la mitad de los pibes ni sabe lo que es un recibo de sueldo. El 60% de los nuevos trabajadores tiene menos de 30 años, y a esos no les interesa atarse a convenios colectivos escritos en máquina de escribir.


Gastón, serio, levantó la mano.

-Pero sin estructura laboral no hay derechos. Y sin derechos, dependés de la buena voluntad de tu jefe. que todos sabemos cuánto dura.


El innombrable, que hasta ese momento había mirado en silencio la vela junto a la imagen del Santo, habló con calma.

-La política está viendo la película en blanco y negro. Los jóvenes ya están en streaming, a color, con subtítulos y con inteligencia artificial. No quieren el mismo contrato que tuvo su viejo; quieren flexibilidad, quieren mezclar trabajos, y no se identifican con el sindicato que les pide marchar un martes a la mañana, llevando carteles de un tipo millonario de 80 años, que ni siquiera sabe hilvanar dos palabras, para defender un derecho que tampoco sienten como propio.


El flaco negó con la cabeza.

-Eso es abrir la puerta a la precarización. Hoy te dicen "trabajo flexible", mañana es "trabajo sin feriados", y pasado "trabajo sin vacaciones".


El grandote sonrió con un gesto cínico.

-O quizás es abrir la puerta a que laburen de lo que quieren, como quieren, y no como un convenio del siglo pasado dice que tienen que hacerlo.


El magistrado suspiró.

-Al final, San Cayetano no va a saber si llevarles pan o wifi a estos pibes.


Los cuatro rieron suavemente, mientras las luces de la cafetería seguían titilando. Luego, continuaron su charla, sobre otros temas menos relevantes y sabiendo que, en el fondo, siempre había más de lo que se decía, que todo era solo un juego de palabras, un ajedrez donde las piezas se movían y se cambiaban, pero el tablero seguía siendo el mismo.


Afuera, las velas seguían encendidas y adentro, sabían que la discusión no terminaría ese jueves. Porque, como todo en la vieja cafetería, las conversaciones nunca se cierran: solo quedan en suspenso, como una película que se pausa. para seguirla la semana siguiente.