Todo se sabe en la mesa de un café, desde el más mínimo rumor hasta aquellos que pueden cambiar la realidad de las cosas.
A las siete en punto, como cada jueves, el aroma del café y el rechinar de la puerta de madera anunciaron el mismo rito semanal: los cuatro amigos se sentaron en la mesa del fondo de la cafetería de Aldo, bajo la foto de Perón fumando un cigarro y un reloj que hacía años marcaba las 10:24.
Aldo, el dueño, ya no servía mesas, pero cada tanto salía de la cocina a cebar opinión. El que sí estaba siempre era Hernán, el mozo, que tenía la precisión de un diplomático suizo y el silencio cómplice de un cura de pueblo. Sabía que en esa mesa se hablaba de cosas que no se dicen, pero igual las escuchaba todas.
Gastón llegó primero. Como siempre, de camisa, sin corbata, con cara de haber leído todos los expedientes del día, aunque todos sabían que su juez -al que nunca nombran- hacía tiempo que no pisaba el juzgado. Por eso le decían "el Magistrado". No por respeto, sino por ironía. Gastón se lo tomaba con filosofía. "Soy el que firma las resoluciones y pone el sello. ¿Qué más quieren?".
El segundo en caer fue el grandote, haciendo sombra. Mide como dos metros y usa saco incluso en verano. Dice ser asesor legislativo, pero nadie le conoce despacho ni tarjeta. Lo veían más en pasillos que en oficinas. Siempre con dos celulares, uno para hablar y otro para escuchar. En realidad, es lobista, pero como es de los que saben moverse, nadie le dice nada. A lo sumo, una vez, cuando fue al baño, Gastón murmuró: "Entró con el bloque del oficialismo, pero come con la oposición".
El Flaco, el más volátil del grupo, llegó con paso rápido y una sonrisa inofensiva. Siempre con alguna anécdota nueva de su paso por distintos partidos: lo habían visto en actos radicales, en fotos con intendentes peronistas, y hasta en una lista corta del PRO. Pero su verdadero arte está donde se cocinan los cargos intermedios y las segundas líneas que no salen en los diarios, pero manejan los presupuestos. Nadie sabe bien cómo, pero el Flaco siempre cae parado. "Yo no milito ideas -dice-, milito presupuestos".
El último en llegar, como de costumbre, fue el innombrable. Le dicen así porque, aunque todos saben su nombre, ninguno lo decía en voz alta. No hace falta. Él está metido en la rosca más densa, la que no se televisa. Es de los que saben antes que los ministros que van a ser ministros. A veces habla. A veces solo mira. Pero cuando habla, se toman en serio hasta los chistes.
-¿Supieron lo de Guaymallén? -lanzó, mientras se sacaba el saco como si dejara caer una capa de plomo.
Los otros tres se miraron. Nadie había dicho nada aún.
-Eso va a rebotar.
-Por eso lo dejaron correr -agregó el grandote- El ruido es para negociar.
El Flaco, mientras revolvía su cortado, musitó:
-Y de paso, salpican al intendente. El flaco está gobernando bien Guayma, solo lo hacen para joder
El innombrable sonrió apenas. No lo hacía mucho, pero cuando lo hacía, era porque ya lo sabía todo y solo estaba viendo si los demás lo podían adivinar.
Hernán apareció con la comanda. Dos cortados en jarrito, para Gastón y el Innombrable; un café chico bien cargado para el flaco y café con leche con una medialuna para el grandote. Era jueves. Era política. Era la misma mesa, la misma comanda y con las mismas discusiones, pero con un país que cambiaba de máscaras cada semana.
Aldo salió de la cocina y se apoyó en el mostrador.
-Che. ¿y Cristina?
Gastón levantó las cejas, sin sorpresa.
-Sigue en su departamento. Presa, pero cómoda. El otro día dijeron que pidió que dejaran de cantarle abajo.
-Y sí, en una semana salió una sola vez al balcón -tiró el grandote, mientras se estiraba la camisa- Dicen que ahora hasta se enojó con los que arman los coros.
-Yo tengo un amigo -confesó el Flaco-, que dice que ella está escribiendo cartas. Manuscritas. Como esas que mandaban los presos políticos en los 70. Pero no para denunciar nada... son más personales.
-¿Con qué?
-Con su presidio, sí. Lo dice así. Como si hubiera hecho un pacto con esa cárcel elegante que eligió. Está como aceptando todo. Pero sin querer que le organicen la vigilia en la vereda.
El grandote asintió con la cabeza.
-Igual, lo que más le molesta no es la gente. Es que no hay dirigente que quiera hacerse cargo del acampe.
-¿Y qué dice el PJ? Es la presidenta del partido -preguntó Hernán, que justo pasaba con una jarra caliente y no pudo evitarlo.
Los cuatro lo miraron. Era la primera vez en un mes que el mozo metía bocado. El Flaco se lo agradeció con un gesto.
-El PJ espera -dijo-. Están con el cronómetro en la mano. El país sin ella se siente como un teatro sin telón. Los que están quieren subirse al escenario, pero nadie sabe si la obra terminó o si todavía hay un último acto.
-Igual... -murmuró Gastón- ella no se va del todo. Nunca se va del todo. Es como una estatua viviente, de esas que cada tanto se mueven un poquito, solo para recordar que están vivas.
Aldo, desde la barra, limpió una taza y dijo sin mirar:
-Una vez escuché a un viejo decir que a los ídolos hay que dejarlos solos, porque si los seguís adorando te arruinan la memoria.
Los cuatro callaron.
-Che, ¿y el mandamás local? -preguntó Gastón, sacando del bolsillo un papel doblado en cuatro, que usaba como servilleta y anotador - Todavía no dice ni cuándo se vota. Está jugando al misterio, como si estuviéramos en el 2007.
-El tipo se cree guionista de Netflix -dijo el grandote-. No larga la fecha, no firma el acuerdo con los libertarios, y encima hace como que tiene espalda para parársele al presidente. pero después arruga.
-Lo de los gobernadores fue una foto forzada -opinó el Flaco-. Quisieron mostrar los dientes, pero a la hora de poner la cara para recibir los bifes, el nuestro se corrió un poquito. No mucho. Lo justo.
-Un pasito atrás -asintió Gastón.
-Sí -dijo el Flaco-. Lo suficiente para que el Javo no lo ponga en la lista negra. Por eso ahora está en el lote de los dialoguistas. El presidente dijo que "no son todos iguales", ¿te acordás? Bueno, ahí está él, en el "no todos".
-Y lo peor es que lo vende como estrategia -agregó el grandote-. Dice que así está cuidando la provincia. Que no va a rifar la gestión por un gesto de rebeldía.
-Pero lo cierto -dijo Gastón, ya un poco más ácido- es que no sabe cómo acomodarse. Jugó a ser el rebelde, pero el traje le quedó grande. Y ahora no sabe si sacarse la campera de cuero o seguir haciéndose el malo.
-Y mientras tanto -agregó el Flaco-, los libertarios se le meten por los costados. Le están hablando a los intendentes, a los empresarios chicos, incluso a los gremios más enojados. Él quiere cerrar la puerta, pero tiene ventanas abiertas por todos lados.
El grandote hizo un gesto hacia afuera, como señalando la ciudad entera:
-Y la gente está esperando. Nadie entiende si se vota en octubre, noviembre o en marzo. Algunos ya empezaron a armar boletas, otros todavía no eligieron ni el color.
-Lo que pasa -dijo Gastón- es que él cree que el tiempo juega a su favor. Que cuanto más tarde, más se ordenan las cosas. Pero tiene que tener cuidado que no se le caiga el techo encima.
Aldo, que escuchaba desde la barra, se limpió las manos con un repasador y murmuró:
-El problema de los que especulan con el tiempo es que el tiempo no especula con nadie.
Silencio, otra vez.
El Flaco tomó el último sorbo de su café ya frío, y dijo:
-Igual, yo no lo subestimaría. Es de los que se hacen los distraídos, pero cuando acomodan las piezas, te enterás todo junto. Si logra sellar el acuerdo con los libertarios a última hora y pone una fecha que lo favorezca, puede colarse en la ola nacional sin haberse subido nunca al barco.
-Claro -cerró el grandote-. Si esto fuera truco, el tipo viene jugando el ancho como si fuera un cuatro. Pero si le sale bien, nos grita "quiero retruco" y nos deja tecleando.
-Pará, pará. ¿Y los peronistas? -preguntó Gastón.
-¿Otra vez? -dijo el grandote-. Los peronistas ya son un género aparte. Ni realismo mágico: realismo peronista.
El Flaco sacó el celular, lo desbloqueó, lo apoyó en la mesa y miró fijamente al Innombrable, como cediéndole la palabra.
-La cosa es así muchachos -dijo aquel cuyo nombre no se dice en voz alta- Los intendentes cerraron con La Cámpora. Acuerdo como en Buenos Aires: modelo Axel-Máximo-Sergio. Unidad, foto, y a bancar la parada.
-Eso dicen -interrumpió el grandote-, pero no se animan a dejar afuera a Carlitos. El viejo rosquero sigue siendo un fierro oxidado, y perdió siempre, pero nadie quiere tenerlo de enemigo.
Gastón rió por lo bajo.
-Carlitos es como el ropero de la abuela: ocupa lugar, está lleno de secretos, nadie lo quiere tirar, pero ya nadie lo abre -agregó el innombrable.
-Y armó lista propia -dijo el Flaco-. "Encuentro Peronista". Hasta tiene logo y todo. Un sol justicialista con fondo celeste descolorido. Parece sacado de un Word 97.
-No le dan los avales -dijo el grandote.
- Ni los avales ni los números. Pero nadie se lo dice. Entonces la Junta Electoral del partido ya va por la prórroga número 37 -terminó el innombrable, con una mueca similar a una sonrisa.
-¡Treinta y siete! -repitió el grandote, llevándose las manos a la cabeza- Dos por día.
-Eso no es política -dijo Gastón-, es comedia absurda.
-O cálculo fino -sumó el Innombrable-. Algunos dicen que lo están estirando hasta que el mandamás anuncie la fecha. Si la pone muy encima, se cae solo Carlitos por falta de tiempo. Y si la estira, le siguen dando prórroga hasta que presente... y ahí lo bajan por otra cosa. Firma mal, boleta mal impresa, avales falsos o no cuenta con los veinte millones de pesos que debe tener para presentarse a la interna del tres de agosto. Lo que sea.
-Y mientras tanto, lo tienen entretenido -dijo el grandote-. Le dan prórrogas como se le dan caramelos a un nene que uno no se anima a retar.
Aldo lanzó una frase, desde la barra, a modo de resumen:
-La democracia interna del peronismo es como el horóscopo: todos creen en ella hasta que les toca perder.
Nuevamente, silencio.
-Igual, si Carlitos llega a la interna, va a sacar algunos votos -dijo el Flaco-. Tiene estructura, tiene memoria, y tiene bronca. Y la bronca suma.
-Pero también divide -respondió Gastón-. Y si divide, el acuerdo con La Cámpora no sirve para nada. Se les va todo por la canaleta del ego.
-Ojo -advirtió el grandote-, si la lista de Carlitos la impugnan mal y se arma lío, pueden terminar todos en la Justicia electoral. Y ahí entra tu jefe, Gastón.
-Mi jefe no trabaja -respondió el magistrado, levantando las manos-. Así que van a tener que esperar la resolución sentados.
Rieron los cuatro.
-Lo de tu jefe ya es vergonzoso, como lo del Congreso-cambió de tema el grandote- No porque hayan querido aumentarle a los jubilados, eso está bien. Es que lo hacen con circo, una puesta en escena.
El Flaco asintió con la cabeza, se acomodó los anteojos e intervino:
-Encima no saben ni cuánto es. Gritan a los cuatro vientos la necesidad de dar un aumento. Pero no saben cuál es la mínima ni la media, no saben de qué están hablando.
-Alrededor de treinta lucas en promedio, dicen algunos -tiró Gastón-. Pero en realidad, nadie sabe. Lo único que quieren es romper. Joder por joder.
-Son tan miserables que ni siquiera tienen la dignidad de proponer algo que sirva. Ponés treinta mil pesos y sabés que no alcanza. Es como tirar una bolsa de arroz en medio del incendio -dijo el Innombrable.
-Y mientras tanto, quieren instalar que es el Gobierno el que no quiere ayudar a los viejos -agregó el grandote-. Como el insensible. Cuando en realidad estos lo hacen para desgastar. Lo único que quieren es fracturar.
-Igual, por poco que sea, todo el mundo sabe que no se puede pagar -dijo el innombrable-. No hay margen fiscal, no hay emisión posible sin que se dispare todo. Pero ellos juegan con eso. Si el Gobierno dice que no, queda como el malo de la película. Si dice que sí, cae en la trampa y se cae la macro. Y ahí sí, festejan el derrumbe. Lo más triste es que ni siquiera se lo creen. No es que defienden a los jubilados. Son los mismos que celebraron el veto al 82 por ciento de Cristina, que criticaron la fórmula de movilidad de Mauricio y que se quedaron callados con los desastres de Alberto
-¿Y ahora? -preguntó Gastón.
-Ahora nada. Lo veta el presidente. Pero ya hicieron el daño que querían hacer. Mañana todos los portales titulan "El Gobierno se niega a dar un aumento a los jubilados". Y listo, sembraron la duda.
-Igual -agregó el grandote-, no les está saliendo tan bien como creen. Hay una parte de la sociedad que ya ha visto este tipo de jugadas. Que sabe que hay miseria, pero también sabe de dónde viene. La gente está cansada e impaciente, pero no es tonta.
El mozo pasó con la bandeja vacía y preguntó si querían algo más. Nadie respondió. Seguían todos mirando la mesa, como si ahí se jugara algo más grande que una discusión de café. Como si lo que se estaba rompiendo fuera algo más profundo, más viejo. Un contrato que ya nadie parecía dispuesto a cumplir.
El innombrable ya se había ido. La puerta se cerró detrás de él con ese sonido de madera hinchada que en esa esquina del centro era más confiable que los noticieros. Gastón miró su taza como si quedara algo por descubrir. El grandote se desperezó en su silla y el Flaco, con esa media sonrisa eterna, se quedó mirando a Aldo.
- El país, como siempre, sigue girando-agregó el dueño de la cafetería, en voz baja.
Los otros se quedaron en silencio.